Abascal huye mientras Trump castiga a España con aranceles
Santiago Abascal lleva una década al frente de Vox sin oposición interna, sin primarias y sin transparencia, convertido en un caudillo de cartón piedra que evita dar la cara cuando el viento sopla en contra. Pero su desaparición tras la ofensiva comercial de Donald Trump contra la economía española marca un nuevo hito de irresponsabilidad política. Desde el pasado 6 de abril, el dirigente ultra no ha aparecido ante los medios. La excusa oficial: su permiso de paternidad. La realidad: ni rastro en los debates clave del Congreso, pero sí presencia en eventos internacionales del trumpismo y cumbres ultras financiadas por lobbies reaccionarios.
Trump ha reactivado su guerra arancelaria contra Europa y ha incluido a España entre los países castigados. La medida afecta especialmente al campo español, ese mismo sector que Vox dice defender a capa y espada. Leche, vino, aceite y cítricos verán encarecido su acceso al mercado estadounidense, mientras las y los agricultores denuncian pérdidas que podrían alcanzar los 900 millones de euros anuales, según datos del propio sector recogidos por Agroinformación y publicados por Marta Monforte Jaén en Infolibre.
Lejos de alzar la voz contra su ‘aliado’ Donald Trump, Abascal se ofreció como interlocutor con Estados Unidos en un acto en València. La respuesta interna no se hizo esperar. Por primera vez en la historia de Vox, portavoces del partido corrigieron públicamente a su líder. José Antonio Fúster condicionó ese diálogo a la dimisión de Pedro Sánchez y Pepa Millán zanjó cualquier mediación, afirmando que es el Gobierno quien debe liderar las negociaciones.
El desmarque fue tan sonoro como revelador. Vox intenta apagar el incendio con declaraciones contradictorias, mientras su máximo responsable se esconde tras su cuenta de X y el argumentario oficial. El mismo hombre que posaba en la cumbre de Patriots junto a Steve Bannon, Viktor Orbán y Meloni, ha preferido callar mientras su electorado observa cómo el campo vuelve a ser moneda de cambio para intereses geoestratégicos que nada tienen que ver con la soberanía.
ARANCELES, CONTRADICCIONES Y LA COBARDÍA DE UNA DERECHA SIN VOZ
La sumisión de Vox a la agenda de Trump no es nueva, pero los aranceles han dejado en evidencia la absoluta incoherencia del partido ultraderechista. Mientras Abascal intenta agradar a Washington, su sindicato Solidaridad aplaude la medida como “proteccionista” y favorable a la clase trabajadora. Es el mismo sindicato que arremete contra el Pacto Verde Europeo por intervenir en los mercados, pero que ahora aplaude el intervencionismo de Trump.
La contradicción no termina ahí. Vox se ha pasado años denunciando los impuestos y regulaciones, defendiendo una política económica de bajada generalizada de tributos. Pero cuando la ofensiva viene del otro lado del Atlántico, el discurso cambia. Jordi de la Fuente, nuevo responsable de Solidaridad, ha llegado a afirmar que los aranceles de Trump son un ejemplo a seguir en España. ¿Qué clase de defensa del mercado es aquella que aplaude la subida de precios a cambio de una foto con el magnate estadounidense?
Internamente, voces como la de Ortega Smith han empezado a manifestar su incomodidad. En declaraciones a Onda Madrid, el concejal madrileño criticó el seguidismo a Trump: “La lealtad no consiste en aplaudir como palmeros”. Pero Vox, lejos de escuchar a sus propias filas, ha optado por aplicar la ley del silencio y por contener las críticas internas con mano de hierro. Las purgas silenciosas que siguieron a las salidas de Macarena Olona o Iván Espinosa de los Monteros pesan demasiado como para levantar la voz.
La desaparición pública de Abascal tiene precedentes. En 2019 se escondió durante la precampaña, temeroso de meter la pata. En 2022 evitó enfrentarse al PP tras el descalabro en Andalucía. Y en 2023, cuando perdió más de 20 escaños en las generales, su reacción fue culpar a Feijóo y esconderse en su red social. Vox no tiene un problema de liderazgo: tiene un problema de cobardía.
Ahora, con las consecuencias económicas de los aranceles de Trump sobre la mesa, y con una amenaza directa a miles de familias trabajadoras del campo, Vox intenta jugar a dos bandas. Ni critica al magnate ni defiende con firmeza a quienes dice representar. Prefiere desaparecer, como si gobernar fuese un juego de desapariciones y no un ejercicio de responsabilidad democrática.
Si Abascal no da la cara, no es por paternidad ni por discreción: es porque el patriotismo impostado se le cae a pedazos cuando hay que elegir entre la lealtad a Trump y el pan de las familias españolas.
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