En una reciente explosión de beligerancia digital, Galit Distel Atbaryan, anteriormente responsable de la diplomacia pública en Israel y miembro prominente del partido Likud, desató una tormenta de reacciones. Tras ser confrontada con las secuencias gráficas de un ataque palestino, la exministra convocó a sus compatriotas a olvidar las disputas internas y volcar su atención hacia lo que ella describió como «monstruos» en Gaza, instando a que se canalizara toda la energía en «borrar a Gaza de la faz de la tierra».
Los comentarios de Distel Atbaryan no solo reflejan una postura extrema, sino que además avivan las llamas de un conflicto ya de por sí incendiario, donde la retórica se convierte en un arma que, aunque no física, causa daños irreparables en el tejido social y diplomático.
En el ámbito de la política internacional, las palabras pesan tanto como las acciones, y las pronunciadas por la exministra israelí Galit Distel Atbaryan están lejos de ser una excepción. El llamado a un ejército israelí «vengativo y cruel» para eliminar a Gaza, acompañado de desdén hacia los «nazis» de Cisjordania, ha resonado con un eco siniestro en el contexto de una crisis que no necesita de más combustible.
La desmesura de sus palabras pone de manifiesto una postura que trasciende la ya complicada política de defensa, adentrándose en un terreno peligroso de odio y venganza. La historia, que no es ajena a los estragos de tales sentimientos, parece ser ignorada por aquellos que, desde sus púlpitos digitales, claman por la aniquilación antes que por la reconciliación.
La ofensiva de represalia por parte del ejército israelí se ha mostrado con un saldo de más de 8.700 palestinos fallecidos, entre ellos más de 3.600 niños. Estas cifras, más allá de ser estadísticas, representan vidas humanas, historias truncadas y un futuro en perpetua incertidumbre. La intensificación del conflicto con el ingreso de tropas terrestres israelíes a Gaza solamente subraya la urgencia de una solución pacífica.
La exministra, conocida por sus comentarios incendiarios en el pasado, parece ignorar las implicancias de sus palabras, olvidando que la violencia verbal puede ser tan destructiva como la física. Sus altercados con otros ministros y las críticas recibidas por sus comentarios sobre el Holocausto no hacen más que evidenciar una trayectoria de provocaciones y desencuentros.
Y no está sola en esta escalada retórica. Figuras como el ministro de Defensa, Yoav Gallant, y el comentarista político Eliyahu Yossian han aportado su cuota de lenguaje deshumanizador y llamamientos a la brutalidad, respectivamente. Moshe Feiglin, exdiputado, incluso comparó la solución del conflicto con los devastadores bombardeos de Dresde e Hiroshima, mientras que Tzipi Navón, vinculada a la oficina de la esposa del primer ministro, hizo comentarios perturbadores sobre la tortura.
Este tipo de retórica no es solo irresponsable, sino también peligrosamente corta de miras. Los llamamientos a la violencia y el odio pueden tener consecuencias rápidas y devastadoras. Los líderes y figuras públicas tienen la responsabilidad de medir sus palabras, de fomentar el diálogo y la comprensión, y de buscar soluciones que promuevan la paz y la estabilidad, no solo para sus naciones sino para el mundo entero.
Las palabras de Distel Atbaryan y de aquellos que comparten su línea de pensamiento son un recordatorio sombrío de que el camino hacia la paz no solo está plagado de obstáculos físicos, sino también de barreras ideológicas y retóricas que deben ser superadas con urgencia.
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