El Mediterráneo es una región en la que sabemos que se han producido terremotos destructivos desde hace varios miles de años. Grecia, Turquía, Italia, Egipto, Argelia, e incluso el sur de España, entre otros países, han experimentado grandes terremotos con cientos o miles de víctimas en algún momento.
Es un territorio complejo desde el punto de vista tectónico, debido a que en él convergen diferentes placas tectónicas. Fundamentalmente, la placa eurasiática limita y choca con la placa africana (hoy en día se prefiere llamar placa de Nubia) a velocidades que oscilan entre los 4 mm por año en el sector occidental –entorno del Mar de Alborán– y los 10 mm por año en el sector oriental, en el este del Mediterráneo. Es un proceso que comenzó hace unos 50 millones años.
Estas velocidades, que nos pueden parecer extremadamente pequeñas, no lo son en absoluto desde un punto de vista geológico. Es más, son el origen de las deformaciones que se producen paulatinamente en la parte más externa de la Tierra, la litosfera, y que provocan la acumulación de energía elástica que llegado el momento se libera mediante un terremoto.
Cuando uno se acerca a esta región, observa que este límite es complejo. Presenta áreas donde una de las placas se introduce por debajo de otra, en lo que llamamos una zona de subducción –en Italia, Grecia y Chipre– y otras donde se desliza con relación a otra horizontalmente en lo que se 4da en llamar una falla de desgarre. Ejemplos de este último caso son la falla del Mar Muerto, que recorre la península del Sinaí, Israel y Líbano; la falla del norte de Anatolia, que recorre todo el norte de Turquía, y la falla del este de Anatolia, que se extiende a lo largo del sureste de Turquía y que posiblemente ha sido la que ha generado el terremoto del 6 de febrero. Estas dos fallas, que recorren este país en su parte norte y sureste, empujan a Turquía hacia el Mediterráneo, hacia Grecia.
Terremotos en el entorno mediterráneo
Las fallas tienden a acumular energía elástica, igual que hace una vara de madera cuando la cogemos de los extremos con ambas manos y la curvamos, en algunos casos durante décadas y en otros durante cientos de años. Llegado el momento, debido a la ruptura que se genera, son capaces de provocar grandes terremotos que muchas veces llevan aparejado un número importante de víctimas y de destrucción.
La región Ibero-Mogrebí, en la que se encuentra España, ha sufrido importantes terremotos en época histórica y también en el pasado reciente.
Podemos citar los terremotos de Orán (Argelia) en 1790, donde algunas reseñas históricas hablan de destrucción total en lo que hoy en día es la parte histórica de la ciudad, con cerca de 3 000 muertos. En 2003, en una ciudad dormitorio cercana a la capital argelina, un terremoto de magnitud 6.8 llegó a producir más de 2 000 muertes y 10 000 heridos.
En Marruecos han sufrido terremotos destructivos como los de Fez de 1624 y 1755, o los recientes acaecidos en la región de Alhucemas en 1994, 2004 y 2016, con magnitudes 6.0, 6.4 y 6.3, respectivamente.
En España podemos citar el terremoto de Arenas del Rey, en Granada, ocurrido el día de Navidad de 1884, que causó del orden de 1 000 a 1 200 víctimas. El más reciente es el de Lorca (Murcia) de 2011. Aunque sólo tuvo magnitud 5.1, dejó nueve muertos, más de 300 heridos, y hubo que demoler más de 1 100 viviendas.
Antonio Periago / Wikimedia Commons, CC BY-SA
Los sismos matan, los edificios también
Los efectos que produce un terremoto son debidos principalmente a dos factores: las características del terremoto y la calidad y diseño de los edificios.
En cuanto al primero, influyen fundamentalmente la magnitud, duración, distancia y profundidad del sismo. Mayor magnitud implica mayor energía liberada o, lo que es lo mismo, mayor amplitud de las ondas que genera el terremoto. La duración de la ruptura de la falla implica un mayor o menor tiempo actuando sobre las edificaciones o las infraestructuras.
La distancia y profundidad son también importantes. Cuanto más cercano y menos profundo sea un terremoto, mayores serán sus efectos. Ocurre lo mismo que con una explosión: cuanto más lejos se produzca, menos nos afectará.
Pero también hay un factor muy importante, en algunos casos el que más, que no depende del terremoto: la calidad y diseño de las edificaciones e infraestructuras.
En ingeniería sísmica se trabaja con la máxima de que los terremotos no son los que matan a las personas, sino que son las edificaciones. En áreas que son sísmicamente activas, y en donde sabemos y esperamos que va a haber importantes terremotos en el futuro, es imprescindible diseñar los edificios para que soporten los movimientos del suelo que generarán esos terremotos. Fundamentalmente, aunque no lleguen a soportar el terremoto y experimenten graves daños, al menos hemos de diseñarlos para que no colapsen.
Lo que sabemos de los terremotos
Hoy en día no sabemos aún predecir cuándo se producirá el próximo terremoto y qué magnitud tendrá. Importantes sismólogos son de la opinión de que esto nunca llegará a ocurrir. Lo que sí sabemos en muchos casos es dónde ocurrirán.
Conocemos cuáles son las fallas más importantes, que normalmente han generado graves terremotos en el pasado, y en ciertos casos también sabemos algo sobre su comportamiento. Es lo que podríamos denominar una predicción a largo plazo.
Con esta información, los investigadores que trabajamos en peligrosidad sísmica podemos proporcionar en cada zona los valores de movimiento del suelo que esperamos sucedan en el futuro, mejorando así las normas de construcción sismorresistente en cada país.
Los planificadores urbanos deben utilizar esta información para que sea realmente efectiva, por ejemplo, al diseñar los edificios, al decidir las zonas de expansión de una ciudad, o a la hora de ser más estrictos en las normativas de construcción de infraestructuras esenciales.
José A. Peláez Montilla does not work for, consult, own shares in or receive funding from any company or organisation that would benefit from this article, and has disclosed no relevant affiliations beyond their academic appointment.
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