Las amenazas de muerte contra Mark Bray revelan un país que ya castiga el pensamiento crítico con el exilio.
EL COSTE DE ENSEÑAR LA VERDAD
Mark Bray no se exilió por un golpe de Estado, sino por un aula. Profesor de Historia en la Universidad Rutgers y autor de Antifa: The Anti-Fascist Handbook, Bray tuvo que abandonar Estados Unidos en octubre de 2025 tras recibir tres amenazas de muerte, una de ellas prometiendo matarlo “frente a sus estudiantes”. Su delito: enseñar antifascismo en el país que dice ser la cuna de la libertad.
Todo empezó cuando Bray criticó públicamente la decisión de Donald Trump de designar a Antifa como “organización terrorista nacional”. Una medida propagandística que pretendía criminalizar la disidencia política y que convirtió en enemigo interno a cualquiera que defendiera la resistencia contra el fascismo.
Desde entonces, Bray se convirtió en objetivo de la extrema derecha digital, acosado, señalado y finalmente obligado a huir.
Su dirección personal fue publicada en redes. Activistas trumpistas lo tildaron de “profesor terrorista”. El capítulo de Turning Point USA en Rutgers lanzó una petición para que fuera despedido, justificando la persecución en nombre de “la seguridad del campus”. Esa seguridad que nunca se invoca cuando los amenazados son las y los antifascistas, los y las sindicalistas, o las mujeres que denuncian a agresores.
Bray no es un caso aislado. Según la Foundation for Individual Rights and Expression, las amenazas contra académicos por tratar temas de raza, género o antifascismo se han multiplicado en los últimos años, deteriorando la libertad de cátedra y el derecho a disentir. En este contexto, enseñar historia crítica se ha convertido en un acto de resistencia.
“Nos vamos a Europa. No nos sentimos seguros en casa”, escribió Bray a su alumnado antes de trasladarse a España, donde continuará sus clases en remoto. Un gesto tan triste como revelador: el país que se presenta como defensor de la libertad ha empujado al exilio a un profesor por estudiar la lucha contra el fascismo.
AUTORITARISMO DE MANUAL
Trump no solo alimentó el odio. Lo institucionalizó.
Su orden ejecutiva contra Antifa fue una forma de censura política: una señal a la policía, al aparato judicial y a los grupos ultras de que podían perseguir sin miedo a quienes cuestionaran el poder. Y lo hicieron.
Lo que en los años 50 fue el macarthismo, hoy es el trumpismo: listas negras, cancelaciones académicas, amenazas y autocensura.
La Universidad, convertida en campo de batalla ideológico, ha pasado de ser refugio del pensamiento crítico a trinchera.
El propio Bray lo resume así: “Hay un ataque concertado contra las universidades para que quienes investigamos movimientos sociales no nos sintamos seguros enseñando temas que la administración no aprueba.”
La frase podría estar firmada por cualquier profesor o profesora en Florida, Texas o Arizona, donde leyes recientes prohíben enseñar historia racial crítica o abordar derechos LGTBI en el aula.
Mientras tanto, la Casa Blanca de Trump se limita a desviar la atención acusando a “los demócratas de promover la violencia”. La retórica es vieja: el autoritarismo siempre se disfraza de orden y patriotismo. Pero el resultado es el mismo: miedo, silencio y expulsión del pensamiento libre.
El exilio de Bray no es solo personal, es simbólico.
Habla de una nación donde ya no se amenaza a los enemigos del Estado, sino a quienes enseñan a reconocerlos. Donde la historia se manipula para justificar el presente y la pedagogía se convierte en delito político.
Y también habla de Europa, donde refugiarse de Estados Unidos empieza a ser un gesto paradójico, una inversión del exilio de los años 30.
Mark Bray enseña antifascismo. Su salida del país demuestra que aún sigue siendo necesario.
Porque cuando un profesor tiene que huir por enseñar historia, no estamos ante un caso aislado.
Estamos viendo el futuro que el fascismo sueña y el capitalismo permite.
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