La presidenta con el 96% de rechazo se aferra al poder mientras el país se desangra entre represión, corrupción y hartazgo social.
UN PAÍS QUE NO AGUANTA MÁS
El 4 de octubre, Lima volvió a llenarse de rabia y dignidad. Miles de personas salieron a las calles por tercera semana consecutiva para exigir el fin de un gobierno que ya no gobierna, que solo reprime. La presidenta Dina Boluarte acumula un 96% de desaprobación, según el último sondeo de IPSOS, la cifra más alta de todo el continente. No hay precedente en la historia reciente: ni una dictadura soportó semejante nivel de rechazo popular.
La consigna es clara: “Boluarte, vete ya”. Lo gritan jóvenes, trabajadoras, estudiantes, transportistas y sindicatos como la CGTP. Lo gritan porque no hay reforma de pensiones ni promesa económica que oculte lo esencial: el Perú vive bajo un régimen ilegítimo que nació del golpe contra Pedro Castillo en 2022 y que ya ha dejado más de 60 personas asesinadas por la represión policial y militar.
Las marchas avanzaron por la avenida Abancay hasta el Congreso, ese otro símbolo del desprecio ciudadano. Como siempre, el Estado respondió con gas, balas de goma y golpes. La policía actúa como brazo armado del miedo, y el miedo, en el Perú, ya no asusta: se ha convertido en combustible para resistir.
LA RESISTENCIA ORGANIZADA Y EL MIEDO DEL PODER
El periodista Ricardo Rodríguez lo explicó con lucidez: “Lo que temen los de arriba no son las piedras, sino la organización.” Los nuevos movimientos no esperan permiso, no dependen de partidos ni de líderes carismáticos. Surgen de barrios, de universidades, de colectivos que usan las redes no para mostrarse, sino para coordinarse. No piden limosnas, exigen dignidad.
La rabia tiene memoria. La juventud peruana creció escuchando promesas de modernización, estabilidad y crecimiento. Pero lo que encontraron fueron salarios miserables, trabajos precarios y pensiones condenadas al hambre. La reforma previsional que impulsa Boluarte es solo el detonante de un malestar acumulado durante décadas: un modelo neoliberal que privatizó los derechos y convirtió el país en un mercado de cuerpos agotados.
Mientras tanto, los transportistas se plantaron el 7 de octubre. Cansados de extorsiones y asesinatos, 47 conductores han muerto a manos del crimen organizado sin que el Estado mueva un dedo. Los sindicatos bloquearon carreteras y exigieron una política de seguridad real. Boluarte, desde su torre de cristal, despreció las protestas y dijo que “no resolverán nada”. Así gobierna: con soberbia, desprecio y la represión como único lenguaje.
EL RECHAZO TOTAL: UNA PRESIDENTA SIN PUEBLO
Los datos son demoledores. IPSOS confirma que el Congreso y la Presidencia son las instituciones más odiadas del país. Alfredo Torres, director de la encuestadora, lo describió sin eufemismos: “Nunca se había visto algo así en el mundo democrático: una presidenta con el 96% de rechazo es un caso de absoluta desconfianza.” La población, dice, ya no espera nada. Ni justicia, ni reformas, ni esperanza.
Pero Boluarte insiste en que no renunciará antes de 2026. Se escuda en cifras macroeconómicas y en el supuesto “interés de los inversores extranjeros”. Es el viejo truco del neoliberalismo latinoamericano: vender el país mientras el pueblo sangra. “Somos un destino seguro para el capital”, repite, mientras los hospitales colapsan, la educación pública se hunde y la policía dispara.
Su retórica contra los manifestantes —a quienes llama “violentos” y “anarquistas”— no hace más que encender el fuego. Porque el pueblo peruano no pide caos: pide democracia real, justicia y fin de la impunidad.
En Lima, un mural anónimo resume el sentimiento colectivo:
“Nos quitaron todo, menos el miedo a perderles el respeto.”
Y cuando un pueblo pierde el respeto a sus gobernantes, lo siguiente que pierde es el miedo.
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