El catolicismo ultraconservador estadounidense mueve sus fichas para que el próximo pontífice rompa con la herencia reformista de Francisco.
Raymond Burke nunca fue un cardenal cualquiera. Ya en 2016, cuando Donald Trump irrumpía con furia en la escena política estadounidense, fue uno de los pocos jerarcas eclesiásticos que lo defendió abiertamente. Mientras el entonces Papa Francisco condenaba el muro con México, Burke aseguraba que el republicano «defendía los valores de la Iglesia». No hablaba desde el púlpito, sino desde los platós, blindado por la maquinaria mediática de Fox News y LifeSiteNews.
Hoy Burke no ocupa ningún cargo en la curia, pero es el único nombre sin poder institucional que figura en las quinielas papales promovidas por medios conservadores de EE.UU. El respaldo que recibe no viene de Roma, sino del núcleo duro trumpista. De ese entorno forman parte personajes como Brian Burch, líder de Catholic Vote, que llegó a usar geolocalización en iglesias para rastrear votantes y que fue propuesto por Trump como embajador ante la Santa Sede.
En ese universo político-religioso, la comunión se da con condiciones. Burke ha sostenido que Joe Biden, católico practicante, no debería recibir la Eucaristía por su posición a favor del aborto. El actual presidente estadounidense ha seguido comulgando, incluso en Roma, asegurando que el propio Francisco se lo permitió. Dos visiones: la pastoral y la punitiva.
Burke representa a un sector que desprecia al Vaticano posconciliar y quiere sustituir la misericordia por el castigo, el diálogo por el dogma. Sus aliados han cuestionado la legitimidad del pontificado de Francisco y han hecho de la teología del miedo una plataforma política.
UNA CAMPAÑA SIN MITRA PERO CON DINERO
En 2014, el difunto Papa Francisco lo apartó del Tribunal Supremo del Vaticano y lo envió como patrono honorífico a la Orden de Malta, tras acusarlo de dinamitar la unidad eclesial. Las tensiones se agudizaron tras el Sínodo de la Familia y las tímidas aperturas hacia las personas LGTBI. Burke respondió afirmando que la Iglesia «navegaba sin timón».
En 2023, el Papa le retiró el apartamento de 400 metros cuadrados en Roma y un salario mensual de 5.000 euros. «Usa sus privilegios contra la Iglesia», dijo Francisco a su biógrafo, Austen Ivereigh. Pero eso no frenó al cardenal. Con sede en Roma, sin funciones oficiales, mantiene una red de financiación y propaganda que lo proyecta como el referente global del catolicismo reaccionario. Tiene página web propia, estructura de donaciones y respaldo de think tanks ultraconservadores europeos y estadounidenses.
Su nombre circula en Washington como el candidato capaz de restaurar el orden perdido. No necesita votos seguros en el Colegio Cardenalicio para encabezar la ofensiva: le basta con la narrativa. Es el único papable sin mitra, sin despacho vaticano, sin obediencia al Papa anterior. Pero con el apoyo del trumpismo, que prefiere crucifijos a urnas.
La Iglesia católica de Estados Unidos ya ha cambiado. Desde 2022 la dirige el arzobispo Timothy Broglio, ex capellán militar y cercano a los lobbies republicanos. Bajo su liderazgo, la Conferencia Episcopal ha endurecido sus posturas contra el aborto, la inmigración y los derechos LGTBI, enfrentándose directamente al Vaticano.
Burke es más que un candidato: es el síntoma de una cruzada. Una cruzada que no busca salvar almas, sino reconquistar el poder eclesiástico al servicio de una agenda nacionalista, misógina y antiigualitaria. Y que ha encontrado en la muerte del Papa Francisco una ventana de oportunidad.
Quien siembra dogmas, cosecha inquisidores.
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Excelente artículo el de Trump y el Papa… felicitaciones