La noticia de que el líder de Antiokupa Tarraco ha sido enviado a prisión sin fianza debería hacernos reflexionar. Este no es un caso aislado ni una excepción en la historia reciente de las llamadas empresas de «desokupación». Bajo el pretexto de liberar viviendas, estas organizaciones utilizan métodos que no solo bordean la legalidad, sino que la violan sistemáticamente, como ha quedado demostrado con el reciente auto del juez instructor. Pinchar ruedas, quemar coches, romper costillas y tímpanos, robar animales de compañía e incluso abusar psicológicamente de las y los ocupantes no son maniobras legales. Son actos de violencia, pura y simple, perpetrados en nombre de la «recuperación» de la propiedad privada.
El entramado de Antiokupa Tarraco es un ejemplo claro de cómo ciertos sectores aprovechan el miedo y el rechazo hacia la ocupación de viviendas para construir un negocio lucrativo y violento. ¿Cómo es posible que, durante tanto tiempo, estas empresas hayan operado sin que se les haya puesto freno? La respuesta está en la inacción de las instituciones y la complicidad, directa o indirecta, de quienes prefieren mirar hacia otro lado cuando estos grupos actúan como brazos ejecutores de quienes buscan desalojar sin seguir los cauces judiciales.
Durante años, estas empresas han convertido el desalojo en una especie de espectáculo mediático, donde se presenta a las personas que viven en situación de ocupación como criminales peligrosos. Sin embargo, en la mayoría de los casos, se trata de familias vulnerables, gente empobrecida por la crisis económica o víctimas de la especulación inmobiliaria. Y mientras tanto, los auténticos criminales no son los que ocupan una vivienda por necesidad, sino quienes ejercen la violencia para expulsarles.
IMPUNIDAD Y VIOLENCIA SISTEMÁTICA
Uno de los aspectos más inquietantes de este caso es la reincidencia de Antiokupa Tarraco. A pesar de haber sido encarcelados provisionalmente por delitos graves como coacciones, amenazas, robos con fuerza y violencia, y pertenencia a organización criminal, su líder fue liberado con medidas cautelares en junio de este año. La libertad temporal solo les sirvió para reorganizarse, refundar su empresa y continuar con su actividad criminal. No hay castigo real ni justicia efectiva para quienes se dedican a violentar a las y los más vulnerables.
Según el auto del juez, Antiokupa Tarraco se ha especializado en explotar el vacío legal y la desesperación de ciertos sectores propietarios. Sus víctimas, ya de por sí debilitadas por su situación social, son despojadas de lo poco que les queda: su dignidad y, en muchos casos, su integridad física. Pero lo más alarmante es que las autoridades judiciales han permitido que este tipo de empresas continúe operando, sin poner en marcha ningún mecanismo real para proteger a las víctimas de estos abusos.
El modus operandi de Antiokupa Tarraco es simple pero aterrador: primero, ofrecen a las personas que habitan las viviendas la posibilidad de condonar sus deudas a cambio de que abandonen el inmueble, o bien les exigen el pago de una cantidad de dinero para poder continuar en la vivienda. Cuando esto no funciona, recurren a la violencia, a la coacción, a las amenazas. Y lo hacen con total impunidad, convencidos de que las leyes están de su lado.
¿Qué mensaje envía esto a la sociedad? Que la violencia puede ser un método válido si se emplea en nombre de la propiedad privada. Que la vida de las personas que viven en situación de ocupación no vale nada frente al interés económico de los propietarios. Y que, si tienes el dinero suficiente, puedes contratar a mercenarios para hacer el trabajo sucio por ti.
LA CRISIS DE LA VIVIENDA COMO EXCUSA
La crisis de la vivienda en España ha sido, durante años, uno de los problemas sociales más graves y enquistados. El encarecimiento del alquiler, la especulación inmobiliaria y la falta de alternativas habitacionales han llevado a miles de personas a ocupar viviendas vacías para sobrevivir. Pero, en lugar de abordar este problema desde una perspectiva social y humana, se ha permitido que empresas como Antiokupa Tarraco conviertan la crisis en su negocio.
Es inadmisible que en pleno 2024, cuando la vulnerabilidad social está en su punto más alto, se sigan normalizando prácticas como las que ha venido desarrollando Antiokupa Tarraco. Prácticas que no solo atentan contra los derechos humanos básicos, sino que perpetúan una cultura de la violencia y el odio hacia los sectores más empobrecidos de la sociedad. Las y los jueces que han permitido la liberación de los miembros de estas organizaciones son, en parte, responsables del sufrimiento que han causado sus decisiones. Cada nuevo ataque, cada nueva amenaza que sufren estas personas es un recordatorio de que el sistema judicial no está protegiendo a quienes más lo necesitan.
Si no se pone freno a estas prácticas, el futuro que nos espera es uno en el que la violencia se legitima como solución a la falta de políticas habitacionales. Un futuro en el que las empresas de desokupación campan a sus anchas, alimentadas por el odio, la desesperación y el beneficio económico.
La violencia como negocio es el síntoma más claro de una sociedad rota, una sociedad que ha olvidado su humanidad.
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