24 Dic 2024

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Deporte: la infinita mediocridad de quien gana a a cualquier precio
DESTACADA, Iván Igea Durán, OPINIÓN

Deporte: la infinita mediocridad de quien gana a a cualquier precio 

Por Iván Igea Durán – Muévete a tu bola Podcast


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En el año 2017, durante una conferencia junto a otros entrenadores, Marcelo Bielsa afirmó:

  • Los medios de comunicación influyen más que la familia y que la escuela, que son los elementos genuinos de formación. Es una vergüenza que los medios eduquen a la gente, porque los estos tienen intereses específicos. Mientras que la educación y la familia tiene expectativas diferentes a los medios de comunicación. El mismo argumento que se utiliza para amplificar un comportamiento en la victoria, es el que se utiliza para condenar un comportamiento en la derrota. La prensa se especializa en pervertir a los seres humanos en función de la derrota o la victoria…

En ese momento el público que llenaba la sala rompió a aplaudir. Bielsa dijo tras los aplausos:

  • Lo último a lo que yo aspiraba era a generar esto (risas del público) … No, les explico por qué… Si estamos de acuerdo, ¿cómo es que lo permitimos? Competimos contra un entorno intoxicado de individualismo y de vanidad.

El Abuelo Xabier y yo hablamos cada semana en el podcast Muévete a tu Bola sobre filosofía deportiva, en una sección llamada Tándem Perfecto. Evidentemente la pareja perfecta no es la que formamos Xabi y yo, sino la suma de la ética y la potente herramienta educativa que es el deporte. Lamentablemente, el deporte profesional o más bien el deporte espectáculo, ha degradado los valores mas esenciales del deporte, que tienen mas que ver con los del juego y los ha transformado en una suerte de consignas orientadas a alcanzar el éxito a través de la victoria.

Bielsa representa para nosotros el grado máximo de coherencia dentro del fútbol profesional, ya que intenta trasladar al deporte de alta competición los valores mas esenciales del deporte aficionado, logrando resultados que, casi siempre, superan las expectativas iniciales, pero, sobre todo, alcanzando un grado de transformación en el club, afición e incluso ciudad a los que representa, que hace que algunos le lleguen a admirar como a un oráculo. 

La fidelidad de Bielsa a sus propias convicciones, aún cuando mantenerlas le pueda suponer un alto coste deportivo o personal, le han le han convertido en una rara avis en el gran teatro del deporte profesional, en el que solo se mide la valía de las personas en función de sus victorias, sus trofeos individuales o su salario. En ese contexto, Marcelo Bielsa ha dejado imágenes para el recuerdo; como aquella vez que, en plena lucha por el ascenso con el Leeds, hizo que su equipo se dejara encajar un gol tras haber marcado ellos uno con un rival tendido en el suelo.

Después de una final perdida o un descenso, te reúnes contigo mismo y tu ansiedad y concluyes “¿Ya está? ¿El fracaso es solo esto?”.

No lograr el ascenso esa temporada a buen seguro que tuvo un coste económico que sería posible calcular con precisión. Lo que es imposible de cuantificar es la satisfacción de haber sido coherente con los valores de uno mismo o el orgullo que debió de sentir la afición del Leeds cuando, la temporada siguiente, el equipo obtuvo el ascenso sin ninguna sombra de dudas sobre su merecimiento.

Defendiendo un proyecto cimentado en valores y en la búsqueda de resultados a través de un estilo de juego ofensivo, en comparación a proyectos que solo aspiran a ganar, aunque haya que utilizar métodos que dejen a un lado el respeto a las reglas, personas como Bielsa deben convivir a menudo con la acusación de poseer una mentalidad mediocre, poco competitiva y sin ambición por la victoria.

Esta última afirmación no solamente es errónea, sino que manifiesta un desconocimiento absoluto de la lógica que impera en las personas de firmes convicciones éticas. Alguien como Bielsa ansía alcanzar el objetivo de la victoria tanto o mas que quien se atribuye ser un ganador nato. Pero para Bielsa la victoria nunca será completa si, al final del camino, simplemente se obtiene el trofeo de campeón; necesita ver su idea de juego implantada en el equipo y estar convencido de que la victoria se ha obtenido con justicia ¿No es eso ser triplemente ambicioso?

A Bielsa y a quienes comulgan con su filosofía, no les hace falta justificar que su objetivo es ganar. De hecho, es apodado el “Loco” por su obsesión por los procesos del juego, que le llevan a estudiar día y noche a su equipo y a los rivales. No creo que alguien dedique, literalmente, su vida entera a pulir cada detalle del sistema de juego para conformarse con una derrota. Pero además de poner su foco en ser un equipo contundente en defensa y en ataque, no es ajeno a la expectativa que tienen los espectadores por ver un espectáculo futbolístico y por lo tanto, no se conformará con ganar si para ello debe renunciar a ser protagonista del juego. Por lo tanto, siempre intentará robar el balón lo antes posible, con una presión alta e implacable y elaborar las jugadas de ataque mediante combinaciones colectivas que permitan obtener goles con pases rápidos y precisos. 

En su búsqueda de la victoria, tampoco olvidará que el fútbol se ha convertido en algo más que un deporte o un juego y que, para un altísimo porcentaje de la población, nos guste o no, se trata de una fábrica de ídolos y referentes que influyen decisivamente en la sociedad y que son capaces que implantar comportamientos entre los más jóvenes. De su mensaje diario a los jugadores y a la prensa dependerá que ese ejemplo sea positivo o pernicioso para la juventud. Por eso es fundamental que el deporte, desde las categorías base hasta el profesionalismo, esté dirigido por personas capacitadas académica y moralmente, para trasladar a los y las deportistas que la práctica deportiva es un fin en si mismo y que hay que implantar una cultura de convivencia y respeto entre las personas que forman nuestro equipo, pero también hacia nuestros rivales, que son también compañeras y compañeros de afición con los que pondremos a prueba nuestra propia capacidad. Solo eso. La competencia nos hace mejores como deportistas, pero también como personas, porque intentaremos superarnos con la máxima deportividad dentro de unas reglas del juego aceptadas por todas y todos.

Todo lo externo (dinero, fama, trofeos, elogios…) se lo lleva literalmente el viento. De todo lo vivido, sólo quedará tu propia satisfacción de haber dado el cien por cien

Como contrapunto al estilo “Bielsista” encontramos a los entrenadores resultadistas. Entendiendo como tal a la búsqueda de todos los atajos que permita el juego y las reglas para obtener la meta de la victoria. Una cualidad transversal a todos los entrenadores que defienden esta filosofía es que anteponen la destrucción del juego del rival a la construcción del propio juego. Fomentan en sus jugadores el contacto con el rival a la hora de robar el balón, en lugar de practicar la anticipación física y mental para llevar a cabo una recuperación limpia que de continuidad al juego de ataque, aquellos que estimularan entre los suyos el “trash talking” (sacar de quicio al rival a base de comentarios, insinuaciones o insultos para distraerlo o provocar una reacción agresiva), en lugar de fomentar un ambiente relajado entre nuestro propio equipo y el rival para que todos puedan sacar lo mejor de sí mismos y generar las condiciones para que aflore el talento; aquellos que no pararán en ningún momento de presionar al árbitro y cuestionar todas sus decisiones, en lugar de asumir que un ser humano acierta y se equivoca y que no puede ser siempre el chivo expiatorio de nuestras malas actuaciones y derrotas. 

En definitiva, entrenadores que, con su estilo, hacen pensar a los aficionados que los atajos y las trampas son un recurso lícito para obtener la victoria (porque es evidente que por norma general el ser humano tiende a buscar el éxito fácil) y piensan que replicando un discurso autoritario, de corte militar, en el que repitan hasta la saciedad que “lo importante es ganar y ganar y ganar y volver a ganar”, ya habrán implantado la primera piedra de su proyecto. Cuando ganar es, como regla general, la consecuencia de haber recorrido, paso a paso, un largo camino metodológico.

 Mi juicio no va encaminado a denostar dichos recursos, que son lícitos, siempre que se encuentren dentro de las reglas del juego, aunque me puedan parecer inmorales. Donde quiero poner el foco es en la perversa inversión de valores que igualan los diferentes caminos para conseguir el objetivo de la victoria e incluso, motivado por el pensamiento global imperante, influido por la mentalidad capitalista, privilegia a los entrenadores que han sido capaces de utilizar métodos cuestionables para contrarrestar a los jugadores talentosos o los equipos con juego elaborado virtuoso.

 A estos entrenadores les llaman “apagafuegos”, ya que consiguen resultados a muy corto plazo, recurriendo a métodos alejados de la ética más básica y de la elegancia e imagen deportiva que se les presupone a equipos que mueven millones de euros en publicidad y que son ejemplo para miles de millones de aficionados, en su mayoría niños. Son los Bilardo abroncando a su médico por haber salido al campo para atender a un jugador rival lesionado, mientras le dice “al enemigo písalo, písalo” o José Mourinho metiéndole un dedo en el ojo a Tito Vilanova en plena tangana de jugadores, para provocar una reacción airada y luego ridiculizarle en rueda de prensa. Al ser preguntado por la agresión a Tito Vilanova respondió “¿Pito qué?”. Estas personas adquieren valor al ser ensalzados por medios de comunicación que son productos de consumo y ven en estos tiburones deportivos a unos héroes que deben ser idolatrados, aunque el peaje en cuanto a los valores deportivos que transmiten sea demasiado alto. 

Algunos medios y aficionados tienen claro que la resaca de ganar a cualquier precio no es habitualmente agradable y que, muchas veces, es un fruto demasiado amargo para saborear. El último partido en la exitosa carrera como futbolista de Zidane fue nada más y nada menos que una final de la Copa del Mundo. ¡Menudo broche de oro para un jugador de una elegancia infinita con el balón en los pies! Un bailarín que convertía en arte efímero los regates, las bicicletas, las ruletas, las voleas y los controles. Que, en esa misma final, lanzó el penalti picando el balón con increíble suavidad; engañando al portero, que cayó a un lado, mientras el balón volaba casi a cámara lenta y entraba en la portería con máximo suspense, tras tocar en el larguero y botar solo unos centímetros dentro de la línea de gol. Toda una obra de arte que habría de pasar como una de las imágenes mas icónicas de la historia de las finales de las Copas del Mundo. Hasta que pasó lo que pasó. En una jugada irrelevante de la segunda parte, en la que Zidane disputaba un balón contra el defensa italiano Materazzi, quedan conversando durante unos breves segundos después de que el balón saliera del campo. Nadie sabe qué se dijeron, pero Zidane reaccionó de una forma impropia en un jugador de su veteranía y le propinó un cabezazo en el pecho a Materazzi. El árbitro, a instancias del juez de línea, no tuvo otro remedio que expulsar a Zidane, poniendo así punto final a la trayectoria de una leyenda del fútbol. 

¿Qué hubiera pasado de no haber sido expulsado de esa final que terminó ganando Italia en la tanda de penaltis? Lo cierto es que es difícil que un equipo se reponga del shock de perder a su mejor jugador en un partido de esa magnitud y, sobre todo, de esa manera tan inexcusable. Yo, francamente, pensé que sería imposible que la imagen de Zidane se pudiera reconstruir tras ese vergonzoso acto de anti-deportividad. Pero ¿qué le habría dicho Materazzi para hacerle perder la cordura de aquella manera? Rápidamente entraron en juego los periodistas que no quieren perder detalle de todos los entresijos que suceden en el “otro fútbol”, ese que no tiene que ver con tácticas, estrategias, regates y goles, sino con todo lo que pasa por las cabezas de los jugadores a la hora de gestionar momentos de máxima tensión, o esos que implican poner los valores por encima de los resultados. 

Claramente, Zidane había sufrido un secuestro emocional. Los valores y las emociones que deben convivir en perfecto equilibrio en nuestro interior para que nuestros actos se lleven a cabo de manera exitosa, pero acorde con nuestros principios, habían sucumbido a la ira del francés por algo que el defensa italiano le había susurrado al oído. Los expertos en lectura de labios habían determinado que el comentario de Materazzi tenía que ver con la hermana de Zidane. Se lo repitió varias veces en pocos segundos, sin torcer el gesto, ni alterar su lenguaje corporal. Como un experimentado espía de película que vierte sutilmente veneno en la copa de su víctima, mientras la mira a los ojos y le sonríe. El veneno de la insinuación y el comodín de atacar a la familia hizo rápidamente efecto en su víctima y sentenció a Zidane al exilio definitivo.

Materazzi celebró la victoria de su equipo, cuarta Copa del Mundo para Italia, todo un logro para un país que vive apasionadamente el fútbol, pero que carga con el estigma de obtener grandes resultados con pobres recursos futbolísticos, expertos en el famoso “Catenaccio”. Poner el cerrojo en la portería a base de una defensa poblada y férrea, que lleve al límite el contacto (que se lo pregunten a Luis Enrique en el mundial de 1994). Los italianos siempre han llevado con orgullo ese estilo que les ha llenado las vitrinas de mundiales y que es un recurso tan lícito como otro cualquiera a la hora de conseguir un buen resultado. Hasta ahí todo bien. Pero la provocación de Materazzi llegó a indignar a sus propios aficionados. 

Al regresar a Italia se encontró con durísimas críticas por parte de sus compatriotas. El aficionado al buen futbol de Italia puede convivir con la crítica a un estilo de juego más o menos vistoso, pero muchos sintieron que provocar a un rival con comentarios marrulleros era una línea roja que desvirtuaba su propio éxito. Paradójicamente, se había convertido en un villano para los suyos, mientras el propio Materazzi reivindicaba que sus compatriotas tendrían que besar el suelo por donde él pisaba por haber marcado el gol que llevó el partido a la prórroga y posteriormente a la tanda de penaltis. No fue así. El acto injustificable de Zidane tampoco le salió gratis a Materazzi y los aficionados al buen fútbol no le recordarán por su gol, sino por haber desquiciado a Zidane y haber perdido la oportunidad de ganar esa misma Copa ante el mejor rival posible.

Para los medios que influyen en la lógica del aficionado promedio todo es dualismo: éxito o fracaso, bueno o malo, blanco o negro, en función de si el balón tras dar en el palo entra en la portería o da en el palo y va fuera. Sin embargo, el deporte no se puede reducir a eso. El deporte son procesos, son ciclos, son estados de ánimo, dinámicas. Son proyectos que hay que disfrutar viéndolos crecer y evolucionar, más allá de si obtienes frutos en la primera temporada o en los diez primeros partidos. Para muchos aficionados, deportistas, técnicos y directivos, es, ante todo, un conflicto inventado que no se puede trasladar al mundo real y que tiene requiere de unas reglas de juego y unas normas de convivencia que sean ejemplo para el espectador. Máxime cuando pequeños aficionados imitarán los gestos de sus ídolos, tanto si son buenos como si son malos. 

Si has ganado alguna vez algo, una liga municipal, copa regional, o incluso un título nacional o internacional, estarás conmigo en que lo que viene a continuación de la resaca de la victoria es un gran vacío, como diciendo “¿Ya está?

Subrayo, por si acaso, que no justifico la reacción de Zidane, ya que él mismo la condena y la achaca a su inmadurez. Es hermoso comprobar que un deportista veterano, que atesoraba un bagaje excelso y todos le percibíamos como un hombre con las ideas claras y respuestas para cada situación, se mira a si mismo con la distancia de tres lustros y nos hace saber que aun tiene mucho que aprender de la vida; quizás lo más importante: no tomar en cuenta los comentarios insidiosos de personas mediocres que, a falta de talento para ganar por sus propios medios, tratan de minar tu confianza y auto control con comentarios burdos y carentes de toda elegancia. 

Debes combatir el discurso de que poner los valores y el estilo por delante de los resultados es una aspiración mediocre ¡Todo lo contrario! El deporte tiene el objetivo de ganar, sobra explicarlo, pero los años me han ido llevando decididamente al lado de los que no se conforman con ganar. Quiero hacerlo dando la mejor versión de mí y siendo fiel a mis valores y a las reglas del juego. Si has ganado alguna vez algo, una liga municipal, copa regional, o incluso un título nacional o internacional, estarás conmigo en que lo que viene a continuación de la resaca de la victoria es un gran vacío, como diciendo “¿Ya está? ¿Ganar era solo esto?”.  Por el contrario, y para eliminar el vértigo que a veces nos atenaza, el fracaso tiene exactamente la misma resaca. Después de una final perdida o un descenso, te reúnes contigo mismo y tu ansiedad y concluyes “¿Ya está? ¿El fracaso es solo esto?”. Efectivamente, en cualquiera de los dos casos, la vida sigue. No hay más. Y en todo caso quedará únicamente, como dice también Bielsa, “la dignidad con la que recorriste el camino”. 

Eso sí que perdura y te define. Esa dignidad es con la que deberá negociar tu conciencia el día que te de por hacer balance de tu vida. Todo lo externo (dinero, fama, trofeos, elogios…) se lo lleva literalmente el viento. De todo lo vivido, sólo quedará tu propia satisfacción de haber dado el cien por cien, de haber tratado con dignidad a tus acompañantes en el camino (compañeros y rivales) y de haber luchado por la victoria, respetando y admirando al rival, teniéndole la consideración del que comparte contigo una pasión y te va a ofrecer una oportunidad para superarte a ti mismo. Para eso tendré que desear tener en frente a la mejor versión de mi rival, eso también es un deseo que te hará crecer y te eliminará el miedo y la ansiedad de hacer cualquier trampa o tomar cualquier atajo con tal de debilitar a tu oponente. Eso es lo realmente ambicioso, mientras la mediocridad mas infinita es conformarse con ganar a cualquier precio.

En pleno proceso de redacción de este artículo llega a mis oídos la noticia de la muerte de Menotti, el domingo 5 de mayo de 2024. Sirva esta reflexión sobre la ética y la estética en el deporte como homenaje a un entrenador que fue sin duda inspiración para otros grandes entrenadores de culto, como Guardiola. Menotti, ese entrenador que en sus últimos años nos dejó reflexiones tan maravillosas como está:

“El éxito es como llegar al borde del abismo: un paso más y caes al vacío. Si damos un paso atrás entonces podremos alcanzar la Gloria. Nos creímos que el éxito nos iba a salvar y eso nadie lo garantiza. Nuestro éxito tiene que ser construir un equipo en el que la gente salga enojadísima de un partido y diga `¿Cómo perdimos este partido?’ y el amigo le responda `¡Bueno, pero jugamos bien…!´. Esa historia de jugamos para ganar… no conozco a nadie que juegue para perder. Hemos llegado a la ridiculez de decir `A mí lo único que me importa es ganar´. Si, claro. Yo quiero que mi selección juegue mejor que el adversario para ganarlo en el partido. No me gusta ganar de cualquier manera. Ni de casualidad”.

Que la tierra te sea leve, Flaco.

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