31 Oct 2025

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Dejemos de hablar de “protestas”
DESTACADA, Javier F. Ferrero

Dejemos de hablar de “protestas” 

No pedimos, exigimos. Las calles no son un ruego, son una demostración de poder.


NO SOMOS “PROTESTONES”, SOMOS DEMOSTRADORAS Y DEMOSTRADORES

En el Estado español, los medios llevan años vaciando de contenido político la palabra “manifestación”. Han sustituido esa palabra por otra más dócil: “protesta”. Y no es casualidad. “Protestar” suena a queja, a berrinche. “Manifestarse” suena a pueblo.

Cada vez que una televisión llama “protesta” a una huelga, a una acampada o a una marcha feminista, nos está arrebatando poder simbólico. Porque protestar es pedir. Manifestarse es demostrar. Y lo que ocurre en las calles de Madrid, València, Santiago o Sevilla no son súplicas. Son demostraciones de fuerza colectiva frente a gobiernos que legislan para las élites.

Como explica Peter Bergel en CounterPunch, cuando salimos a la calle no estamos mendigando justicia, estamos exhibiendo nuestra mayoría. Lo hacemos cuando miles de pensionistas llenan la Puerta del Sol, cuando las enfermeras y enfermeros saturan la Gran Vía, cuando los estudiantes ocupan rectorados, cuando el movimiento por la vivienda desborda el Congreso, o cuando las feministas cortan la Castellana el 8 de marzo. Eso no es una “protesta”. Es una demostración política en el sentido más literal: el pueblo demostrando quién sostiene el país.

El lenguaje no es inocente. Cuando las televisiones públicas capturadas por los gobiernos del PP hablan de “protestas minoritarias” o de “altercados”, construyen un relato que reduce a la ciudadanía organizada a una masa que se desahoga, no a una fuerza que impone agenda. Nombrar así a quienes se manifiestan es convertirlos en súbditos. Y cada vez que aceptamos ese término, renunciamos a una parte de nuestra soberanía.


DE LA CALLE AL PODER: ESTRATEGIA, NO CATARSIS

En España hay una larga tradición de movilización social que ha cambiado leyes y gobiernos: el 15M, las mareas, las huelgas feministas, los movimientos vecinales que frenaron desahucios o las protestas contra la Ley Mordaza. Ninguna de esas luchas se ganó “protestando”, sino demostrando que los de abajo podían poner límites a los de arriba.

Pero hay que aprender de la historia reciente. Una manifestación que mengua en número o en fuerza simbólica puede transmitir debilidad. Por eso la calle necesita estrategia, no solo impulso. No se sale por costumbre. Se sale cuando hay una causa que une y una dirección clara. Si el próximo acto no va a ser más grande que el anterior, hay que repensarlo. La calle no debe ser un rito catártico, sino una herramienta planificada.

El poder económico y político necesita movilizaciones descoordinadas, breves, cansadas. Prefiere vernos gritar un día y desaparecer al siguiente. Prefiere llamarnos “protestones”, porque un pueblo que solo protesta se agota, pero un pueblo que demuestra se organiza.

Y eso es lo que temen. Que las plazas y avenidas vuelvan a llenarse con la misma convicción con la que se llenaron en 2011, en 2018 o en 2024. Que la ciudadanía deje de hablar de protestar y vuelva a hablar de demostrar. Que deje de pedir y empiece a mandar.

Porque las y los manifestantes no son súbditos.
Son quienes mantienen viva la democracia real.
No protestamos. Demostramos.

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