Belinda Tato imparte clases en Harvard desde 2010, pero no olvida sus raíces en Madrid, donde ha cosechado algunos de sus mayores éxitos como arquitecta y donde se ubica la sede central de Ecosistema Urbano, el estudio de arquitectura que cofundó con Jose Luis Vallejo en el año 2000. Desde entonces, ha recibido más de 40 premios en concursos nacionales e internacionales de diseño de arquitectura. “No se trata de edificios, se trata de procesos, del tiempo que transcurre y de qué forma se integran las personas”, explica Tato. Su trabajo, afirma, se orienta al diseño de espacios para mejorar el confort climático, fomentar la autoorganización de los ciudadanos y generar entornos que faciliten y promuevan la interacción social y la sensibilidad medioambiental.
Son tiempos difíciles. Vive con un pie en España y otro en Estados Unidos, dos países duramente golpeados por la pandemia. ¿Cómo está?
Estoy motivada. Motivada porque esta situación que estamos viviendo pone de relieve lo importante que es el componente social y el papel que desempeñan la ciudad y el espacio público como parte esencial de la vida de las personas. Se ha puesto de manifiesto que nuestro trabajo es relevante, es importante, y que tenemos que reflexionar mucho sobre el espacio público y la vida social. Tenemos que empezar a anticipar estos escenarios que pueden ser muy dramáticos, pero que también pueden generar oportunidades.
¿Por dónde empezamos a repensar nuestros espacios?
Repensar siempre es positivo porque es cuestionarlo todo y es pensar que todo es mejorable. ¿Se puede trabajar en remoto? Sí. ¿Es lo ideal? No. ¿Pueden los niños aprender desde casa? Sí. ¿Tenemos las condiciones para ello? No. Repensar es poner en cuestión y tomar las medidas para hacernos más resilientes, dotarnos de las infraestructuras necesarias y, al mismo tiempo, desarrollar el conocimiento, la cultura y la experiencia para abordar estas situaciones de manera más eficiente y positiva en el futuro. Durante esta pandemia se ha demostrado que nos podemos arreglar, pero estamos todos un poquito tocados.
¿Es pesimista u optimista respecto a ese futuro?
Soy superoptimista y me gusta pensar que, con nuestro trabajo, con el diseño, tenemos la capacidad de mejorar la vida de las personas. Hay también mucho movimiento en ese sentido, quizás no tan rápido como deseamos, pero se está trabajando mucho para diseñar nuevos espacios domésticos, por ejemplo para trabajar desde casa y que no sea un problema.
¿Cuáles serían las prioridades a la hora de diseñar un futuro mejor?
Todo lo que voy a decir puede resultar bastante evidente, pero creo que nos hemos quedado aislados físicamente y, por tanto, deberíamos empezar a rediseñar el espacio comunal. Tenemos que pensar que en nuestro espacio privado debemos poder trabajar, hacer deporte, convivir con la familia… y que quizás todo eso no es posible en nuestra propia vivienda, pero que sí se puede desarrollar en el espacio comunal. Hemos vivido situaciones muy extremas –los niños no podían jugar, no podíamos pasear…–. Eso abre un enorme reto para el diseño porque tenemos que trascender el espacio personal y diseñar el nuevo espacio en comunidad.
Más allá del espacio de vivienda, ¿cuáles son las prioridades que se nos presentan? ¿Cómo será la ciudad futura?
Para mí el concepto de ciudad no ha cambiado. Más bien, al contrario, se refuerza. La crisis que estamos viviendo hace que percibamos el espacio común como un peligro: el transporte público se ve como un riesgo; el espacio público en general se interpreta como un peligro. Precisamente, la sostenibilidad es compartir, es poner en común. En el corto plazo, la sociedad va a tender a proteger al individuo, se va a poner en cuestión la ventaja de compartir, de compartir vehículo o casa… Espero que sea solo una cuestión inmediata, que va a pasar, y vamos a empezar a trabajar en un modelo de ciudad en el que se comparte y en el que el espacio público juega un papel central. Es lo que pensaba antes de la covid-19 y creo que lo vamos a recuperar.
En el corto plazo, ¿cree que nos vamos a encerrar en nuestros propios espacios, como ya ha ocurrido? ¿Cómo vamos a evitar que se perpetúe esa situación?
Confío en que no dure mucho. Pero sí nos va a dejar secuelas. No se nos va a olvidar todo esto. El virus ha atacado a la confianza en el prójimo; al otro lo vemos como un peligro o como un potencial problema. Eso va en contra de cualquier principio de sostenibilidad, porque ese objetivo solo es posible si compartimos. Aunque llegue la vacuna, vamos a seguir recelando del otro, pero pasará. Tenemos que recuperar el espíritu de la ciudad, la densidad de la ciudad, que es hacia donde tenemos que ir.
¿Qué es lo esencial del cambio en el modelo de ciudad?
Muchas de las cosas que hacíamos antes presencialmente se pueden hacer de manera digital. Eso hace que se abran nuevas dinámicas y nuevos comportamientos. En ese sentido, vamos a ver cómo afecta a los lugares de trabajo, a los desplazamientos, a la propia vivienda… Va a tener un impacto a corto plazo en el espacio comercial, en el consumo. No vamos a volver atrás en lo que respecta al crecimiento del comercio online y eso afectará al diseño de la ciudad como un núcleo multiuso en el que hay vivienda, hay oficinas y hay comercio porque muchos de esos usos se van a desplazar fuera. Está en riesgo la diversidad y la multifuncionalidad de la ciudad. En ese sentido, sí soy un poquito pesimista. Al mismo tiempo, es un reto para el diseño porque vamos a tener que dar un nuevo sentido a esos espacios que se quedarán vacíos. Surgirán nuevos usos y posibilidades para reactivar e insertar nuevos programas en los espacios que se liberan.
Eso tiene que ver mucho con el reconocimiento del otro, con la interacción, más allá de las posibilidades que nos ofrece la conexión digital.
Sí. El centro de la ciudad es parte de nuestra identidad. Incluso la gente que no vive en el centro de las ciudades tiene esa necesidad de venir. Es una referencia para conocer, para innovar. Tiene que ver mucho con la cultura, con la generación de oportunidades, con la serendipia. La idea de la interacción es lo más interesante de la ciudad y va a haber que repensar nuevos usos para que se siga produciendo.
¿Qué referentes urbanos tenemos en la actualidad?
El concepto de ciudad y de espacio público es muy diferente en los distintos lugares del mundo. Europa es mi referente. En cualquier ciudad europea puedes caminar, coger una bici, desplazarte en transporte público… Tengo idealizada Europa en términos de espacio público, de equidad. Hay desigualdad, pero la ciudad te ofrece oportunidades y acceso a muchos servicios. El espacio público es un espacio de cohesión, democrático, de oportunidades, es equitativo. Pero no es así en todos los lugares del mundo. En ese aspecto, países como España son un buen referente porque podemos disfrutar de espacios limpios, seguros y no se necesitan muchos recursos económicos para poder usarlos.
¿Dónde están las antípodas?
El diseño, lo social y lo económico son determinantes. En muchos lugares del mundo hay mucho trabajo que hacer. Lo importante son los recursos disponibles, identificar las oportunidades y fijar un calendario de trabajo. En muchas ocasiones, nuestro trabajo lo realizamos en lugares con condiciones de desigualdad extrema, sin recursos… Son proyectos en los que hay que trabajar a largo plazo. La covid-19 ha afectado a los más vulnerables y es en esos entornos en los que hay más por hacer.
¿Cómo condiciona la Agenda 2030 su trabajo?
Los gobiernos tienen que seguir en esa dirección. Me gusta decir que lo más importante para tener un mejor entorno es la educación. Solo podemos aspirar a ciudades más sostenibles, a un mundo mejor, si trabajamos con la educación para los más jóvenes. Nuestra prioridad es hacer que los niños se sientan identificados con los retos de la Agenda 2030, con la lucha contra el cambio climático, contra la desigualdad, contra la pobreza… La educación es la prioridad absoluta. Todo pasa por la educación.
¿Qué materias deberían impartirse en las escuelas pensando en ese futuro sostenible?
La corresponsabilidad. Todos y cada uno tomamos decisiones de vida que impactan en el planeta. Esa responsabilidad se tiene que hacer visible y se tiene que inculcar. Los más jóvenes deben tener muy presente el componente medioambiental, social y tecnológico de nuestras ciudades. Tienen que ser conscientes del cambio climático, del impacto de la movilidad, la solidaridad y la equidad necesarias para la sostenibilidad. Tenemos que entender que todos somos parte del cambio, que nadie puede cambiar el planeta por sí mismo y que es un trabajo colaborativo.
La versión original de esta entrevista aparece en el número 115 de la Revista Telos, de Fundación Telefónica.
Juan M. Zafra dirige Telos, la revista que edita Fundación Telefónica.
The Conversation. Rigor académico, oficio periodístico
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