Esta semana se cumplen 56 años del asesinato de Malcolm X, y una de sus frases más recordadas se ha vuelto inquietantemente realidad: “Si no estáis prevenidos ante los medios de comunicación, os harán amar al opresor y odiar al oprimido”.
Por Juan Teixeira – Eulixe
Es tarea imposible en estos extraños días que vivimos acertar en la comprensión del estado de opinión general sobre ciertos temas. Uno de ellos sin duda es el estallido social que estamos viviendo en la mayoría de las grandes ciudades del país. Sin embargo, parece evidente que un gran número de personas se decanta por pensar que aquellos que generan estas imágenes de contenedores sufriendo en las calles no son más que delincuentes o niños de papá aburridos de jugar a la consola. Y en cierto modo es lógico que tengan esa opinión, puesto que lo medios de comunicación no han vacilado un solo segundo en señalar a los únicos culpables de este estallido de rabia: los propios manifestantes. Ellos son los que aparecen a todas horas en la televisión organizándose para hacer el mal, quemando cosas y destrozando escaparates, así que no hay mucho más que añadir.
“Terroristas”, “radicales”, “violentos”, “extremistas”… todos los grandes medios de comunicación lo tienen claro. Igual se me escapa, pero en ninguno de ellos he visto un análisis profundo de las causas que han llevado a esta situación. La mayoría las reducen a una: Pablo Hasel. Porque reduciendo a una causa personal toda esta ira popular es mucho más fácil combatirla ( y más siendo Hasel).
No se comenta en los medios que a lo mejor tiene algo que ver el hartazgo con el sistema actual. La politización de la Justicia, el servilismo de la clase política a la clase empresarial, el blanqueamiento del fascismo, la corrupción, el retroceso de libertades, el tufo a franquismo en muchas esferas dominantes de la sociedad, el avance imparable de la oligarquía comiéndose la democracia… nada de esto tiene que ver para los medios con lo que está sucediendo en las calles, son tan solo unos terroristas defendiendo a un violento machista y narcisista que busca traer a Satán desde el averno. Lo cierto es que es algo sencillo de vender y entender, y más con una buena batalla campal en las calles…
No es el objetivo de este artículo justificar la violencia, sino entenderla, lo que supone el primer paso para poder frenarla. Ahora bien, parece que algunos estén echando leña al fuego para que arda con más intensidad. Parece obvio pensar que reprimir violentamente a aquellos que buscan ser escuchados no es una decisión propia de una democracia consolidada. Tampoco insultarlos y criminalizarlos. Y sin embargo, es lo único que han encontrado estos manifestantes: represión policial y mediática.
Soy consciente de que para muchos, estos jóvenes han pasado de ser unos ninis improductivos a quemar las calles simplemente porque son unos vagos y no tienen nada mejor que hacer, y que la única forma de hacerles entrar en razón y educarlos es a base de porrazos. A esas personas solo puedo pedirles que se compren un cerebro nuevo.
No parece tampoco justo o acertado criminalizar a todos los protestantes porque se produzcan situaciones “criminales” en momentos puntuales. Porque es innegable también que esas situaciones se dan, pero como siempre, lo lógico es (o debería ser) analizarlas. Algunas de esas personas que saquean comercios a buen seguro que no tienen nada que ver con la manifestación o sus reivindicaciones, y simplemente aprovechan el momento de desconcierto para liberar sus pulsiones criminales. Algunos de los que comienzan los disturbios son infiltrados externos, por mucho que a algunos les parezca retorcido y conspiranoico. Otros simplemente son unos energúmenos. Otros considerarán justo devolverle a las multinacionales algo del daño que hacen a la sociedad. Otros se dejarán llevar por la adrenalina o la necesidad. Es casi imposible saber en qué proporciones se mezclan estos y otros especímenes. Pero lo que está claro es que son minoría, a pesar de que acaparen todas las imágenes en los telediarios. La violencia es noticia, la protesta pacífica no. Y si nos informamos únicamente a través de medios que viven de mostrar esa violencia, o cuyos dueños presionan para mostrar esa violencia, es lógico que la idea que uno se forme coincida con el trozo de realidad mostrado por esos orientadores de opinión de masas.
Simplificar la realidad y pensar que esos manifestantes simplemente son delincuentes es sencillo y cómodo. Y muy útil para ciertos sectores de la sociedad que buscan mantener las cosas como están porque les beneficia. Pero también muy alejado de la realidad y peligroso para la pacífica convivencia social.
Al igual que pensar que todos los políticos son corruptos o que todos los policías son fascistas. La simplificación de un fenómeno complejo crea la ilusión de comprenderlo, lo que resulta muy gratificante y afianza esas creencias. Es lo que le sucede por ejemplo a aquellos que caen en las garras de la ultraderecha. Es mucho más cómodo para ellos pensar tal y como les aseguran sus líderes que son los extranjeros quienes les quitan el trabajo, porque eso lo pueden entender y así señalar a los culpables, perseguirlos y apedrearlos si quieren. Ponte tú a explicarles que en el mundo globalizado en que vivimos, la deslocalización de empresas y el acaparamiento de plusvalía por parte de los empresarios es la que causa la precariedad laboral. Nah, son los putos negros…
Algo similar sucede con la criminalización de los manifestantes que han salido en masa a las calles esta semana. Es mucho más cómodo pensar que son niñatos que no tienen ni idea de cómo funciona el mundo y que con un par de bofetadas bien dadas se les pasará la tontería, que analizar las causas que llevan a un joven de una democracia avanzada y consolidada a salir a la calle encapuchado y con gasolina. Nada es fortuito.
Esos niñatos no han pasado una guerra, ni en la mayoría de los casos hambre. No han trabajado 40 años partiéndose el lomo ni han vivido una dictadura directa. Y sin embargo salen a las calles con decisión y ganas de cambiarlo todo, hasta tal punto que a este paso no habrá policías suficientes para aporrearlos a todos, ni jueces sumisos suficientes para encarcelarlos a todos, ni prensa corrupta suficiente para criminalizarlos a todos. ¿Qué les pasa entonces por la cabeza? Yo no conozco las motivaciones de cada uno de ellos, pero sí puedo aportar algunas pistas generales.
Esos niñatos están viendo como su vida se les escapa de las manos. Están viendo que tienen edad de tener hijos, y sin embargo no tienen ni para pagarse una habitación cutre para ellos solos. Están viendo que encontrar un trabajo de lo que les motiva es misión imposible, y que deben quitar la carrera y el máster del currículum para que con suerte los contraten sirviendo cañas a unos guiris. Deben sentirse afortunados por cobrar 700 euros al mes en una tienda multinacional que genera ingresos millonarios a sus dueños. Deben bajar la cabeza siempre que alguien les diga que las cosas están bien como están y que no protesten. Deben convivir con la ansiedad vital de no saber qué va a pasar mañana, si es que ese mañana existe, puesto que el cambio climático que hemos provocado les está dejando un futuro desolador.
Deben callar cuando alguien que se atreve a levantar la voz para expresar lo que sienten muchos de ellos es encarcelado. Deben asumir mansamente que su manifestación no esté permitida, cuando días antes a 300 neonazis sí se les permitió expresar su odio de modo legal en las calles. También tiene que parecerles bien que el ex Jefe de Estado del país donde nacieron esté fugado en una isla paradisíaca viviendo a todo tren con dinero público tras estafar durante décadas todo lo que pudo y más, y que además sea delito decirlo. Deben aceptar sin rechistar que en este país más de la mitad de la riqueza esté en manos del 10% de la población o que no se pueda bajar el prohibitivo precio de los alquileres porque molesta a los inversores. Deben aceptar que tampoco se derogue una reforma laboral que los asfixia porque sería contraproducente para los empresarios que los asfixian, o una ley mordaza que les prohíbe expresarse libremente sin temor a ser multados, a pesar de que eran promesas electorales de los partidos que ahora gobiernan.
En líneas generales, deben asumir dócilmente las consecuencias de una colosal crisis derivada de décadas de chanchullos de políticos corruptos, banqueros y especuladores de todo tipo, compinchados con selectos y poderosos sectores sociales para exprimir entre ellos los beneficios, y de una sociedad que se conformó con las migajas que caían desde arriba.
El pacto de convivencia social firmado sin notario en el siglo pasado ya no se cumple. Eso de que si estudias y te esfuerzas tendrás tu recompensa ya no funciona con ellos, por lo tanto ¿porqué tienen que respetar ese pacto no firmado por ellos y que no cuenta con ellos? Y a todo esto, y mucho más, debemos sumarle por supuesto un año entero confinados en casa de sus padres o en un zulo sin ventanas. Nah, son unos niñatos de mierda…
Repito una vez más que no es mi intención justificar la violencia, sino señalar los problemas que la generan. Los contenedores no arden por combustión espontánea, al igual que los manifestantes no tiran piedras a los policías por aburrimiento o por un gen criminal. Siempre hay una razón detrás, otra cosa es que no queramos verla. O se nos oculte. ¿Alguno de los grandes medios de comunicación estatales ha hecho un ejercicio honesto y profesional de periodismo y ha salido a preguntar a los manifestantes sus motivos? Yo no lo he visto, aunque también es cierto que no tengo televisión… aún así estoy casi convencido de que la práctica totalidad de las informaciones se han centrado en mostrar los altercados, y no en intentar explicar los motivos que los genera, que sería lo que un periodista profesional debería hacer en un escenario ideal. Sin embargo, la mayoría de los grandes medios están secuestrados por esa oligarquía dominante, cuyo interés en mantener las cosas como están hace que no nos expliquen esos motivos, que no sintamos empatía con aquellos que defienden sus derechos, y que nos dejemos invadir por esa simplificación hasta el absurdo de los problemas, lo que nos lleva a que acabemos amando al opresor y odiando al oprimido sin hacer más preguntas.
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