Si la tregua implica reconstrucción y justicia, la rendición de cuentas debe ser el primer paso —no un epílogo para limpiar la imagen de los verdugos.
LA TREGUA NO BASTA: LA PAZ REQUIERE JUSTICIA Y RESPONSABILIDAD
El acuerdo firmado en Sharm el Sheij el 9 de octubre —presentado como “primera fase” del plan de Donald Trump— se vende como alivio: 48 rehenes liberados, aproximadamente 2.000 presos palestinos excarcelados y la promesa de entrada masiva de ayuda humanitaria. Sin embargo, lo que se lee en los titulares no cambia la realidad material que han vivido las palestinas y los palestinos durante 24 meses de invasión: barrios arrasados, hospitales inutilizados y más de 67.000 personas muertas en Gaza.
Es necesario decirlo con claridad: un alto el fuego que solamente frene los bombardeos pero no investigue ni juzgue los crímenes cometidos no es justicia; es encubrimiento. La normalización de la tregua sin rendición de cuentas convierte la reconstrucción en la caja de herramientas de la impunidad. Las excarcelaciones y los corredores humanitarios son indispensables, pero insuficientes si no se acompañan de mecanismos judiciales que respondan por la responsabilidad política y militar de quienes ordenaron y sostuvieron la campaña que ha devastado Gaza.
NUREMBERG COMO REFERENTE, NO COMO VENGANZA
Hablar de “Nuremberg” no es una metáfora de revancha; es reivindicar un estándar: la posibilidad de juzgar a dirigentes por crímenes de guerra, crímenes contra la humanidad y genocidio cuando la evidencia lo demuestra. No puede haber un doble rasero que celebre intercambios de presos mientras ignora los informes sobre la destrucción sistemática de una población civil.
No se trata de sustituir la política por tribunales, sino de exigir que las y los responsables políticos y militares sean investigados con todas las garantías procesales. Que las madres que han enterrado a sus hijos no vean la impunidad como moneda de cambio por acuerdos diplomáticos. Que las personas detenidas, torturadas y desposeídas no sean estadísticas en un dossier, sino protagonistas de una verdad judicial que determine responsabilidades.
El precedente de Nuremberg estableció algo más que un juicio: marcó el límite entre la obediencia ciega y la responsabilidad moral. Cuando el derecho internacional nació de las ruinas del nazismo, lo hizo para impedir que el horror se repitiera bajo nuevos nombres o banderas. Si este alto el fuego se pretende duradero, la comunidad internacional no puede limitarse a ovaciones; debe activar mecanismos reales de investigación y cooperación judicial.
RECONSTRUCCIÓN SIN JUSTICIA ES REPETICIÓN
La reconstrucción material de Gaza —más de 200.000 viviendas destruidas, una economía pulverizada y el 80% de la población en riesgo de hambre severa— solo será sostenible si se acompasa a la verdad judicial. Las excavadoras que piden entrar no sirven para enterrar responsabilidades. Si los corredores humanitarios se gestionan bajo la tutela del ocupante, la ayuda se convierte en castigo administrado.
Lo que Gaza necesita no es una administración tutelada por quienes la bombardearon, sino soberanía material, garantías de no repetición y reparación integral. La comunidad internacional debe elegir: o reconstruye con justicia o perpetúa el crimen bajo cemento.
Si hay un alto el fuego definitivo, debe haber también un tribunal definitivo. Un Nuremberg para Netanyahu y para todos los que ordenaron y justificaron el genocidio.
Porque sin justicia no hay paz, solo pausa. Y las pausas también matan.
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