Matar dos veces. Primero a quienes están dentro. Luego a quienes corren a socorrer. Ese es el método.
EL DOBLE GOLPE COMO ARMA CONTRA LA VERDAD
El 25 de agosto de 2025, Israel mató a 19 personas en el hospital Nasser de Khan Yunis. Entre las víctimas había médicas, civiles y periodistas. Cinco reporteros fueron asesinados en directo mientras retransmitían. No se trató de un accidente, ni de un “mishap” como dijo Netanyahu. Fue un doble golpe calculado.
El procedimiento es perverso. Primero se bombardea. Cuando las y los primeros auxilios llegan, cuando reporteras y reporteros en chalecos de prensa enfilan la cámara, entonces llega el segundo misil. No queda margen para la duda: se busca exterminar testigos.
Este mecanismo, usado antes por Bashar al-Assad en Siria, por los talibanes en Pakistán, por ISIS en Irak o por Al Qaeda en Jordania, se repite ahora con el sello de un Estado que recibe armas europeas y cobertura diplomática de Estados Unidos. El FBI, ya en 2005, advertía de que este patrón era “una de las marcas del terrorismo”.
Pero cuando lo hace Israel, la narrativa cambia. Washington lo llama “error”. Berlín dice estar “conmocionado” pero mantiene los contratos armamentísticos. Bruselas balbucea condenas huecas mientras siguen llegando fragatas, drones y munición al puerto de Ashdod.
UN MÉTODO GLOBAL DE ASESINAR PERIODISTAS Y RESCATISTAS
El recuento es aterrador: al menos 246 periodistas asesinados en Gaza desde que comenzó el genocidio, según ONG de derechos humanos. La ONU ha verificado 227, de los cuales 30 eran mujeres. Ningún otro conflicto en las últimas décadas ha arrasado tanto a la prensa como este. El mensaje es inequívoco: quien cuente la masacre será borrado.
La periodista Marie Colvin murió en 2012 por un doble golpe sirio en Homs. En 2016, ISIS mató a más de 300 personas en Bagdad con el mismo método. En 2024, Rusia usó esta táctica en Odesa. En todos esos casos hubo condenas internacionales, titulares indignados, sanciones. Pero en Gaza, el silencio pesa más que las bombas.
El hospital Nasser no es un episodio aislado. En mayo de 2025, Israel bombardeó repetidamente una escuela en Jabalia. No para destruirla, sino para impedir que niñas y niños refugiados fueran rescatados. En abril, 22 rescatistas murieron en otro doble golpe en la misma ciudad. En septiembre de 2024, tres familiares que excavaban los escombros de su vivienda fueron rematados por un segundo misil dos días después.
No se trata de accidentes. Es doctrina militar. Una doctrina diseñada para aterrorizar, para paralizar a quienes corren hacia la vida en medio de la muerte.
El doble golpe es eficaz porque siembra la desconfianza total. Nadie sabe si acercarse a rescatar significará condenarse a otra explosión. Nadie sabe si grabar con una cámara será la sentencia de muerte. Es la política de la sospecha llevada al extremo: tratar a cada rescatista como enemigo, a cada periodista como objetivo militar.
Mientras tanto, la administración Trump condena a Rusia por los “ataques iterativos” en Ucrania. Pero calla, financia y justifica cuando el dedo en el botón es israelí. En 2012, la CIA mató en Pakistán a quienes auxiliaban a víctimas de un bombardeo. En 2013, Amnistía Internacional ya hablaba de “rescuer attacks”. Hoy, esas mismas prácticas son repetidas a escala industrial en Gaza.
La diferencia no está en la táctica. Está en la impunidad.
Matar periodistas es matar memoria. Bombardear hospitales es bombardear futuro. El doble golpe no es estrategia militar, es la prueba de un genocidio planificado.
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