El patriarcado sigue reinventando sus cloacas en las redes: ahora en Facebook, mañana en Telegram.
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UN CRIMEN MASIVO DISFRAZADO DE “JUEGO”
En Italia, 32.300 hombres compartieron durante seis años fotos robadas de sus parejas, amigas y esposas en un grupo de Facebook llamado “Mia moglie”. No eran imágenes públicas ni voluntarias. Eran momentos de intimidad —dormidas, en la playa, en sus casas— expuestos como mercancía para que otros opinaran sobre sus cuerpos. Desde 2019 hasta 2025, Meta toleró la existencia de este vertedero digital. Solo cuando la activista feminista Carolina Capria denunció el caso, la policía recibió 2.800 quejas en apenas 48 horas y Facebook cerró el grupo.
El patriarcado digital funciona así: se normaliza la violencia, se trivializa el consentimiento, se convierte el cuerpo femenino en propiedad colectiva para la burla, el deseo o la humillación.
Los testimonios de las mujeres que descubrieron que su vida había sido exhibida son devastadores. Una de ellas relató: “Me dijo que solo era un juego. Pero ¿cómo puede ser un juego robar instantes privados y lanzarlos a desconocidos? Tenemos tres hijos y casi 16 años de matrimonio. Me siento traicionada, avergonzada y rota”. Lo que algunos llamaban diversión es, en realidad, una agresión que dinamita la confianza y destruye familias.
Meta asegura que eliminó el grupo “por infringir políticas contra la explotación sexual de adultos”. El problema es que la empresa había advertido al grupo en mayo de 2025 y, aun así, lo dejó seguir vivo tras seis años de actividad delictiva. ¿De qué sirve una política si se convierte en papel mojado hasta que estalla un escándalo público?
EL REFUGIO DE LOS DEPREDADORES DIGITALES
El cierre del grupo no fue el final. Los mismos hombres anunciaron su migración a Telegram, un “lugar más seguro” lejos de “los moralistas”. En menos de 12 horas, más de 1.000 usuarios se registraron en un nuevo canal llamado “Nuestras mujeres”, como si se tratara de ganado y no de personas con derechos. La impunidad cambia de plataforma, pero no de lógica.
La policía italiana recuerda que estos delitos solo pueden perseguirse si las víctimas denuncian en un plazo de seis meses. El sistema judicial, una vez más, coloca la carga sobre las mujeres, obligadas a revivir la agresión para que la maquinaria se active. Mientras tanto, los agresores se organizan, migran y se jactan de haber encontrado su guarida.
El escándalo italiano se suma a otros casos recientes en Europa. En Portugal, tres jóvenes influencers de entre 17 y 19 años grabaron la violación de una chica de 16 años. El vídeo fue visto por 32.000 personas sin que nadie lo denunciara. En Francia, Dominique Pelicot drogó a su mujer y organizó violaciones masivas: al menos 72 hombres la agredieron mientras él grababa más de 20.000 archivos de violencia sexual.
La comparación es brutal, pero evidente: la violencia machista encuentra siempre nuevas formas de reproducirse, desde el dormitorio hasta la red social, desde la cámara oculta hasta el grupo cerrado de Telegram.
Lo llaman entretenimiento. Lo llaman juego. Lo llaman broma entre hombres. Pero no es otra cosa que esclavitud digital, complicidad colectiva y terrorismo machista. La tecnología no ha creado el patriarcado, pero lo ha convertido en un enjambre global, difícil de rastrear y aún más difícil de derrotar.
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