La desigualdad también se derrite: el calor extremo golpea con más fuerza donde hay menos sombra y más precariedad
URBANISMO SIN ALMA, ASFALTO SIN SOMBRA
La crisis climática no llega igual para todas y todos. En Europa, las olas de calor ya no son anomalías: son sentencias. París, Londres, Roma… todas comparten un patrón: las zonas más pobres de la ciudad se convierten en trampas térmicas, mientras los barrios ricos se refugian entre árboles, parques y aire acondicionado.
El 30 de junio de 2025, Europa marcó uno de sus días más infernales. Hasta 46,6 °C en Mora, Portugal. Muertes en Barcelona. Alertas rojas en media Italia. Incendios desde Grecia hasta Turquía. Pero más allá de los mapas de calor está el mapa de la injusticia: no se sufre igual en el centro de París que en el distrito 18; no se vive igual una ola de calor desde Notting Hill que desde Brixton; no es lo mismo el calor en Trastevere que en Tor Bella Monaca.
Las islas de calor urbano son expresión directa de la desigualdad ambiental. Según datos del propio Gobierno francés, 44 millones de personas en el país viven en zonas donde el calor se incrementa hasta 5 °C respecto a otras áreas. ¿Por qué? Porque el urbanismo neoliberal ha llenado los barrios obreros de asfalto, cemento, tráfico y bloques sin ventilación. Las zonas verdes brillan por su ausencia. Y cuando el hormigón arde, el cuerpo sufre.
En Barcelona, Montserrat A., una trabajadora de 51 años, murió tras su jornada laboral en el barrio del Raval. Nueve horas expuesta al sol entre callejones estrechos y sin árboles. No es un accidente: es pobreza climática. Lo mismo ocurre en los suburbios de Marsella, en las barriadas sin sombra de Roma o en los guetos invisibles del Este de Londres.
Las temperaturas no solo abrasan. Se acumulan con la contaminación, la falta de ventilación, la humedad y la imposibilidad de descansar por la noche. Las llamadas «noches tropicales», donde el termómetro no baja de 25 °C, se han duplicado en muchas ciudades del sur de Europa. Dormir se convierte en un lujo. Y la salud mental se resiente, como advierte el doctor Laurence Wainwright, de la Universidad de Oxford: aumenta la agresividad, se agravan los síntomas psiquiátricos y se multiplican las urgencias.
No hay refugio climático para quien no puede pagar alquileres abusivos, ni tiene segundas residencias, ni acceso a parques cerrados por privatización. En la capital francesa, según datos del Institut Paris Région, los barrios más densos y pobres tienen hasta tres veces menos superficie arbórea per cápita que los barrios acomodados. El resultado es tan brutal como previsible.
BARBARIE O JUSTICIA CLIMÁTICA: UNA DECISIÓN POLÍTICA
La pobreza climática no es un accidente meteorológico: es una elección política. Europa ha construido sus ciudades como trampas para las y los de abajo. Durante décadas, la especulación ha devorado zonas verdes, ha desplazado a vecinas y vecinos a periferias mal conectadas y ha priorizado centros comerciales sobre pulmones urbanos.
Mientras tanto, la infraestructura urbana para protegernos del calor brilla por su ausencia. No hay planes de sombra, ni fuentes públicas suficientes, ni refugios climáticos abiertos 24 horas. Las olas de calor no matan solas: lo hacen junto a la negligencia institucional.
En París, el plan de adaptación al calor llega tarde. En Londres, se ha recortado el gasto municipal en mantenimiento de parques. En Roma, las medidas para limitar el trabajo al aire libre están en fase de estudio, mientras turistas y trabajadoras colapsan en la vía pública. Los gobiernos actúan como si el verano aún fuese estacional. Pero ya vivimos en el infierno.
Según un estudio publicado en The Lancet Public Health, las muertes por calor en Europa podrían cuadruplicarse antes de 2050 si seguimos así. Cuatro veces más entierros. Cuatro veces más Montserrats. ¿Quién responderá por ello?
Y no todo el mundo puede huir del fuego. Mientras se cancelaban vuelos en Esmirna por incendios, o se evacuaban urbanizaciones turísticas en Grecia, las y los trabajadores seguían fregando suelos, entregando pedidos o limpiando hoteles a 40 grados sin derecho a parar. Lo saben bien en Italia, donde el Gobierno se plantea ahora limitar el trabajo exterior en horarios de riesgo. Otro parche para una herida abierta.
El calor no tiene ideología, pero sus consecuencias sí. Quien vive rodeado de árboles, aire acondicionado y seguros privados ve la ola como un fastidio. Quien vive entre asfalto, precariedad y alquileres imposibles, la vive como una amenaza real. Las olas de calor no igualan: segregan, silencian, asesinan.
La justicia climática no es una consigna de ONG: es la única barrera que puede impedir que el colapso ecológico se convierta también en colapso social. Exigir sombra, agua, espacios verdes y viviendas climáticamente seguras no es lujo, es supervivencia.
O se convierte en derecho o se impone la barbarie.
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