11 Ene 2025

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Opinión | Parar al fascismo
POLÍTICA ESTATAL, PRINCIPAL

Opinión | Parar al fascismo 

No se puede combatir al fascismo con tibiezas ni con pactos que sacrifican derechos en nombre del pragmatismo político.

Este miércoles, Daniel Esteve, el rostro y cerebro detrás de Desokupa, anunciaba en su canal de YouTube una clara amenaza: presentarse con 200 “amiguitos” en la Taberna Garibaldi de Lavapiés durante la presentación del libro de Irene Montero, Algo habremos hecho. No es un hecho aislado, sino la expresión calculada de un entramado que hace del odio y la violencia su fuente de negocio.

EL FASCISMO COMO NEGOCIO LEGITIMADO

La empresa Desokupa ha convertido el desalojo de familias vulnerables en un espectáculo mediático, articulado por escuadras de hombres hípermusculados, tatuados con simbología neonazi y respaldados por un discurso violento que recibe un amplio eco en algunos medios de comunicación masiva. La estrategia de Esteve no es casual: su violencia es el ariete que desplaza los límites de lo aceptable en la opinión pública. Sin estos operadores del odio, sería mucho más difícil que partidos y entidades como el PNV propongan medidas que facilitan desalojos exprés bajo el pretexto de la ‘okupación’.

Desokupa, como brazo parapolicial del capitalismo más salvaje, funciona gracias a la complicidad de los grandes grupos mediáticos. Programas televisivos y tertulias que, bajo la excusa de la neutralidad, han dado espacio a voces que difunden mensajes cargados de xenofobia y odio de clase. Pero no es solo propaganda: la presencia mediática permite a Esteve tejer convenios con sindicatos policiales y militares, legitimando su actividad violenta bajo un manto de falsa legalidad.

La amenaza contra Irene Montero y quienes participaban en la presentación de su libro no era algo para tomarse a la ligera. La violencia simbólica precede siempre a la violencia física. En este contexto, el silencio institucional es el combustible que enciende las llamas del fascismo.

UNA RESPUESTA ANTIFASCISTA EJEMPLAR

La respuesta popular no se hizo esperar. La tarde del viernes, Lavapiés se llenó de cientos de personas comprometidas y pacíficas dispuestas a proteger el espacio y evitar cualquier acto violento. Fue una lección de dignidad y organización popular. Entre gritos de “¡No pasarán!” y “¡Fuera fascistas de nuestros barrios!”, miles de voces dejaron claro que Madrid y, en especial, Lavapiés, no serán un escenario fácil para quienes buscan extender el terror.

La concentración fue también un potente mensaje político. Mientras unos promueven la narrativa de la ‘okupación’ como amenaza social para proteger los intereses de los grandes tenedores de vivienda, la calle recordó que la verdadera emergencia es la especulación y los desahucios. Irene Montero lo resumió sin titubeos ante los medios: “Que el Gobierno tome nota: es intolerable que en democracia existan bandas neonazis que operan con impunidad“.

Esta movilización no fue solo una defensa puntual, sino una advertencia: no se puede combatir al fascismo con tibiezas ni con pactos que sacrifican derechos en nombre del pragmatismo político. En un contexto en el que el PSOE sigue basando su estrategia en un discurso antifranquista que no va más allá de gestos simbólicos, mientras permite acuerdos migratorios con gobiernos de extrema derecha y mantiene una política militarista servil a los intereses de la OTAN, las calles han dejado claro que la resistencia no puede depender solo de palabras vacías.

La sombra del autoritarismo se extiende por Europa y amenaza con consolidarse también aquí. Mientras en otros países la ultraderecha ya gobierna, en España siguen surgiendo movimientos ciudadanos que demuestran que la organización y la movilización siguen siendo el único freno real al avance del fascismo.

SIN RENDIJAS PARA EL ODIO

Esta movilización también pone en evidencia las grietas de la izquierda institucional. No se frena al fascismo con comunicados ambiguos ni con debates parlamentarios vacíos de acciones reales. En un contexto donde el PSOE se aferra a la retórica antifranquista mientras firma acuerdos migratorios con la extrema derecha italiana y cierra filas con la OTAN, la desconfianza crece. Las y los vecinos no defienden solo un acto cultural, defienden su derecho a un presente sin miedo y sin desahucios.

La izquierda que solo ofrece gestos simbólicos y pactos de despacho mientras la vida se precariza se arriesga a perder lo poco que le queda: la calle. La lucha no se delega, se vive y se enfrenta en cada plaza, en cada barrio. Y Lavapiés dejó claro que la resignación no es una opción.

La sombra del autoritarismo avanza a nivel global, pero la resistencia también se multiplica. Lo que ocurrió el viernes es una advertencia: no se puede combatir al fascismo intentando caer simpático en los mismos programas que le abren la puerta a Desokupa. La batalla no se gana con discursos bien modulados, sino con confrontación directa y un proyecto que nombre al enemigo sin tapujos.

Lavapiés se alzó como un recordatorio urgente: el miedo cambia de bando cuando la gente se organiza. Mientras algunos seguirán hablando de unidad refiriéndose a la suma de siglas y cálculos electorales, el barrio demostró que la verdadera unidad se teje entre quienes no esperan salvadores, sino que toman las riendas de su propia defensa.

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