El hecho de que la máxima autoridad eclesiástica en España se permita frivolizar con un tema tan serio muestra el desprecio absoluto hacia quienes han sufrido bajo el manto del silencio institucional.
La reacción del presidente de la Conferencia Episcopal Española, Luis Argüello, ante el escandaloso comportamiento del alcalde de Vita, ha dejado al descubierto una herida abierta en la sociedad española. La pederastia clerical sigue siendo una de las manchas más oscuras de la Iglesia Católica, y lejos de avanzar hacia una reparación justa y digna para las víctimas, lo que encontramos es una retórica que minimiza la gravedad de los hechos. Las palabras del obispo, lejos de ser una excepción, representan un patrón de negación, silenciamiento y blanqueamiento que lleva décadas perpetuándose.
Para quienes aún no lo sepan, el alcalde de Vita, en una fiesta local, entonó una canción con claros tintes pederastas y misóginos, una letra que glorifica la violación de una niña. En vez de condenar de manera categórica esta barbaridad, Argüello decidió justificar al alcalde, argumentando que no debía tomarse en serio porque fue algo que ocurrió en “altas horas de la madrugada, tras haber bebido esto o lo otro”. Esta declaración no solo muestra una falta absoluta de empatía hacia las víctimas, sino que es un ataque directo a los avances que nuestra sociedad ha logrado en materia de derechos y dignidad.
LA IGLESIA CATÓLICA Y LA PERPETUACIÓN DEL SILENCIO
La Iglesia Católica lleva demasiado tiempo protegiendo a sus verdugos y desatendiendo a sus víctimas. No es nuevo que altos cargos eclesiásticos intenten justificar lo injustificable, pero lo que sorprende es la naturalidad con la que lo hacen, como si estuviéramos en un mundo donde la impunidad de los agresores es la norma. Lo que queda claro con cada declaración de este tipo es que la Iglesia sigue atrapada en un anacronismo, incapaz de adaptarse a los valores de una sociedad que lucha por la igualdad, el respeto y la justicia.
Los colectivos que trabajan con las víctimas de la pederastia clerical han sido claros: este tipo de declaraciones revictimizan a quienes ya han sufrido uno de los peores abusos posibles. El hecho de que la máxima autoridad eclesiástica en España se permita frivolizar con un tema tan serio muestra el desprecio absoluto hacia quienes han sufrido bajo el manto del silencio institucional. La realidad es que muchas y muchos sobrevivientes de abusos por parte de miembros del clero se ven forzados a escuchar una y otra vez cómo se resta importancia a su sufrimiento.
UN PROBLEMA QUE SIGUE SIN RESOLVERSE
Lo que Argüello parece no entender, o no quiere entender, es que este no es un problema de “exceso de puritanismo” como sugiere. El abuso sexual, la pederastia y la violencia de género no son cuestiones que se puedan relativizar bajo ningún contexto, mucho menos cuando han sido perpetradas por figuras que ostentan una autoridad moral, como el clero. Las palabras del obispo no son solo una falta de respeto hacia las víctimas, sino un atentado a la dignidad de toda la sociedad. Es un intento desesperado de blanquear conductas que, en cualquier otro contexto, serían condenadas sin paliativos.
Organizaciones como Redes Cristianas y la Revuelta de Mujeres en la Iglesia han pedido la dimisión de Argüello. Estas voces no solo representan a colectivos progresistas dentro de la Iglesia, sino que reflejan el sentir de miles de personas que ya no toleran más excusas ni justificaciones. Es hora de que la Iglesia asuma la responsabilidad completa de los crímenes cometidos bajo su sombra. No es aceptable que alguien con la autoridad de Argüello trate de minimizar la gravedad de una letra que glorifica la pederastia.
Los colectivos denuncian que, hasta el día de hoy, no ha habido una disculpa ni una rectificación por parte del obispo. Lo que ha habido, en cambio, es un silencio cómplice que habla más que mil palabras. La Iglesia, como institución, sigue siendo parte del problema. Los intentos de lavar su imagen son tan burdos como ineficaces. La pederastia no es un asunto que se pueda relativizar bajo la excusa de una fiesta nocturna o una borrachera, y quien lo intente está incurriendo en una peligrosa trivialización de un crimen atroz.
LA INSTITUCIÓN QUE NO APRENDE
Este episodio no es un hecho aislado, sino parte de un patrón de comportamientos que sigue vigente en la Iglesia Católica. Desde el caso de Gaztelueta hasta el del alcalde de Vita, lo que queda claro es que la Conferencia Episcopal sigue más preocupada por proteger su imagen que por escuchar y reparar el daño causado a las víctimas. El plan de los obispos para abordar los casos de abuso ha sido insuficiente, y en muchos casos, insultante. Excluir a las víctimas de los procesos de reparación y silenciar sus voces solo perpetúa la injusticia.
La falta de sensibilidad mostrada por Argüello y otros líderes eclesiásticos no es solo un problema de falta de tacto. Es un reflejo de una institución que se resiste a enfrentar sus propios demonios. La Iglesia ha perdido, una vez más, una oportunidad de estar del lado correcto de la historia, y quienes pagan el precio son las víctimas, las familias y la sociedad en su conjunto. Ante esta situación, lo que se necesita no son más excusas ni palabras vacías, sino acciones contundentes y reparadoras.
El daño está hecho, y el camino hacia la reparación será largo. Pero lo que está claro es que con líderes como Argüello al frente, ese camino se hace aún más difícil.
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