Es momento de reconocer la grotesca realidad que se esconde detrás de los últimos movimientos en el tablero geopolítico de Oriente Medio. Israel, bajo el liderazgo de Benjamin Netanyahu, ha tomado el reciente ataque de Irán como una perfecta excusa para enredar aún más a Estados Unidos y la Unión Europea en sus ambiciones bélicas. Lo que estamos presenciando no es más que un cinismo estratégico llevado al extremo, donde la manipulación y la explotación de la solidaridad internacional se convierten en herramientas para justificar acciones que flirtean peligrosamente con la ilegalidad y la inmoralidad.
La solidaridad internacional no debería ser una moneda de cambio para avanzar agendas políticas que tienen poco que ver con la promoción de la paz
En el corazón de esta estrategia se encuentra la propuesta de Israel de vincular una respuesta moderada al ataque iraní a cambio de luz verde para llevar a cabo lo que podría describirse como una masacre en Rafah. Este es un chantaje de proporciones épicas, y lo que es más indignante, parece que EE.UU., bajo la administración de Biden, aunque oficialmente pide moderación, podría estar concediendo, al menos implícitamente, el apoyo necesario para que Israel avance en sus planes.
Este manejo de la geopolítica revela una verdad incómoda: EE.UU. está dispuesto a ser «amarrado» por Israel. La retórica de la moderación y el llamado a la desescalada no son más que fachadas para una complicidad tácita que facilita una política exterior despreciable. Mientras los líderes de EE.UU. y la UE posan para la galería internacional como pacificadores, en los cuartos oscuros se negocia el futuro de millones sin el menor asomo de ética.
La posición de Israel, autoerigido como víctima y árbitro de la justicia internacional, es no solo hipócrita sino también peligrosamente provocadora. Al declarar a Irán como «una amenaza global» y planear represalias que seguramente escalarán aún más la violencia, Israel se coloca en una posición de poder que dicta los términos de su compromiso internacional sin el adecuado escrutinio o crítica.
Más que nunca, es crucial adoptar una postura que realmente priorice la paz y la estabilidad sobre los juegos estratégicos que solo sirven para perpetuar el conflicto.
Este juego no es nuevo, pero nunca ha sido tan descarado. La solidaridad internacional no debería ser una moneda de cambio para avanzar agendas políticas que tienen poco que ver con la promoción de la paz y mucho con la consolidación de poder y control territorial. Las implicaciones de estas acciones son profundas y potencialmente catastróficas no solo para los directamente involucrados, sino para toda la estabilidad de una región ya de por sí inflamable.
Es hora de que las potencias mundiales, y especialmente EE.UU., reconsideren su papel y su alianza con un estado que no teme usar la amenaza y la fuerza para conseguir lo que quiere. Más que nunca, es crucial adoptar una postura que realmente priorice la paz y la estabilidad sobre los juegos estratégicos que solo sirven para perpetuar el conflicto y el sufrimiento.
El cinismo estratégico de Israel, con la complicidad de EE.UU. y la UE, no es solo un fallo diplomático; es una mancha en la conciencia global que debería llevarnos a cuestionar no solo las decisiones de nuestros líderes, sino también los fundamentos de las alianzas que configuran nuestro mundo. La ética en la política exterior debe ser más que un eslogan; debe ser la guía de nuestras acciones en el escenario mundial.
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