Desentenderse de Gaza y, por extensión, de las y los palestinos, no es un pecado exclusivo de Israel. Buena parte del mundo occidental y árabe ha caído en la misma trampa, especialmente cuando la atención global estaba centrada en conflictos como la guerra entre Rusia y Ucrania y las tensiones con China. Pero, ¿qué pasa cuando el mundo mira hacia otro lado? Gaza, asfixiada y marginada, se convierte en un polvorín listo para estallar.
El ataque sorpresa de Hamás y la Yihad Islámica desde la Franja el 7 de octubre, en plena celebración de una de las festividades más importantes del calendario judío, ha sido un golpe devastador. Un golpe que Israel no vio venir, a pesar de su avanzada tecnología y sus sistemas de inteligencia. Un «fallo masivo» en su seguridad, como lo calificaba el diario Haaretz.
Israel, que arrebató Gaza a Egipto en 1967, decidió retirarse en 2005, creyendo erróneamente que ya no tenía responsabilidades allí. Pero desentenderse es una forma de hablar: Israel ha mantenido un control férreo sobre Gaza, desde sus fronteras hasta su suministro eléctrico. Y aunque creían tenerlo todo bajo control, la realidad ha demostrado lo contrario.
El desentendimiento global hacia Gaza y los palestinos no solo ha sido una negligencia, sino una traición. Mientras Occidente celebraba acuerdos y reconocimientos, la situación en Gaza se deterioraba. Las y los líderes mundiales parecían haber abandonado cualquier intento de solución sensata y justa. Y ahora, con el estallido de este conflicto, las repercusiones se sienten en todo el mundo.
El ataque desde Gaza ha sido brutal y, en la respuesta, se han violado flagrantemente las normas del derecho internacional humanitario. Sangre, sangre y sangre. Y mientras el mundo observa, la pregunta sigue en el aire: ¿Volverá Israel a ocupar Gaza? ¿Se retomarán las conversaciones de paz que han sido abandonadas durante tanto tiempo? ¿Se preocupará el resto del mundo por esta injusta contienda?
No podemos permitirnos el lujo de desentendernos. Las y los líderes mundiales, las y los ciudadanos, todos debemos reconocer la gravedad de la situación y actuar en consecuencia. La violencia no es la solución y, como historia, nos ha enseñado, solo empeorará las cosas antes de mejorar. Es hora de que el mundo entienda que no puede desentenderse del problema. Por sí solo, y con violencia, no desaparecerá.
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