El número de personas acusadas de abuso infantil dentro de la Iglesia Católica española ha llegado ya a la alarmante cifra de 1.014
Como si de una historia oscura de misterio se tratara, los templos sagrados y las casas educativas de la iglesia española parecen esconder una pesadilla de horror que se encuentra detrás de sus altas paredes y vitrales coloridos. Aunque la iglesia, con su presencia y tradiciones, se nos ha sido vendida como un pilar de la sociedad española durante siglos, las denuncias recientes indican que existe una cara oscura en su seno que amenaza con poner en jaque su posición moral ante la sociedad.
UNA SITUACIÓN ALARMANTE
El número de personas acusadas de abuso infantil dentro de la Iglesia Católica española, incluyendo clérigos y laicos que forman parte de instituciones religiosas, ha llegado ya a la alarmante cifra de 1.014, afectando a al menos 2.104 víctimas. Este dato, recopilado y contrastado por el diario EL PAÍS, incluye todos los casos que han salido a la luz a través de medios de comunicación, sentencias judiciales y admisiones por parte de la propia Iglesia.
Hace un lustro, cuando este medio comenzó su investigación, solo se conocían 34 casos. El millar de acusados se ha alcanzado con la presentación del cuarto informe de este diario, que ha revelado 45 nuevos casos, dirigido a la Conferencia Episcopal (CEE) y al Defensor del Pueblo, quienes desde hace un año tienen abierta una investigación encargada por el Congreso.
A pesar de todos los esfuerzos, de entregar más de 1.300 páginas de testimonios y casos a la Iglesia para su investigación (como se estipula en sus propios estatutos), y de intentar buscar respuestas para las víctimas, el silencio continúa. Incluso ante las pruebas más contundentes, muchas de las órdenes y diócesis mantienen sus labios sellados, sin ofrecer explicaciones sobre sus indagaciones ni sobre los casos que ya conocen.
LA HERRAMIENTA DE LA VERDAD
El oscurecimiento de estas atrocidades fue la norma durante décadas. De los mil casos documentados, se desprende que al menos 60 obispos, entre ellos figuras prominentes como Antonio María Rouco Varela, Carlos Osoro y Vicente Enrique y Tarancón, y 14 líderes de órdenes religiosas han encubierto y ocultado casos de abusos, en ocasiones simplemente reubicando a los pederastas, incluso fuera del país. Ni la Iglesia española ni el Vaticano han tomado medidas al respecto.
Pero ¿qué es lo que encontramos cuando nos asomamos a estos oscuros abismos? Encontramos que, durante décadas, la ocultación fue la norma. Al menos 60 obispos, incluyendo altos cargos como Antonio María Rouco Varela, Carlos Osoro y Vicente Enrique y Tarancón, y 14 líderes de órdenes religiosas han elegido silenciar y encubrir casos de abusos.
A lo largo de las investigaciones, se ha revelado un patrón de abuso sistemático y una cultura de silencio y negación dentro de la institución eclesiástica. Esto ha permitido que los agresores, en muchos casos, continúen en posiciones de poder y sigan en contacto con menores.
LAS CONSECUENCIAS Y LAS RESPONSABILIDADES
La sociedad civil y las víctimas exigen que se asuman responsabilidades y se ponga fin a esta epidemia de abusos. Las voces que piden justicia se han vuelto ensordecedoras, pero la Iglesia aún responde con lentitud.
En la comunidad internacional, la postura de la Iglesia católica ha sido objeto de críticas severas. Organizaciones de derechos humanos, grupos de víctimas y gobiernos de diferentes países están pidiendo acciones concretas y transparencia en la gestión de estos casos. Se ha insistido en la necesidad de una comisión independiente que investigue los abusos, supervise las acciones de la Iglesia y asegure que las víctimas reciban la ayuda y el apoyo que necesitan.
Ante el clamor público, la Iglesia en España debe afrontar una reforma necesaria. Primero, debe admitir y reconocer abiertamente los errores del pasado y los fallos en la gestión de los casos de abusos. Luego, es imprescindible que implemente medidas para garantizar la protección de los menores y brinde apoyo a las víctimas.
Es necesario que la Iglesia colabore plenamente con las autoridades judiciales, y que se establezca un marco legal más riguroso para asegurar que estos delitos no queden impunes. Es fundamental también que se revisen las estructuras de poder dentro de la Iglesia, para evitar que se reproduzcan los mecanismos que permiten el encubrimiento y la impunidad.
El reloj está corriendo y la paciencia de la sociedad es finita. Es hora de actuar.
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