La sombra que a menudo ha acompañado a la religión es su instrumentalización como herramienta de poder y dominación. A lo largo de la historia, hemos sido testigos de cómo las creencias religiosas se han utilizado como justificación para desencadenar guerras, persecuciones y genocidios.
La fe, que debería ser un refugio de amor y comprensión, se ha convertido en demasiadas ocasiones en un arma de odio y división. Cada individuo tiene el derecho inalienable de creer en lo que desee, de buscar su verdad y de vivir de acuerdo con sus convicciones más profundas.
Sin embargo, el problema surge cuando se intenta imponer esas creencias a otros, cuando se utiliza la fe como excusa para denigrar, discriminar o, en el peor de los casos, exterminar a aquellos que piensan diferente. El odio que nace de querer inculcar una creencia o de usarla para justificar la violencia contra los «otros» es una perversión de lo que debería ser la esencia de cualquier religión: la paz.
Por si alguien se lo pregunta, la periodista que sale en la segunda mitad del vídeo es Ana Kasparian y sus palabras fueron pronunciadas en 2018 en un contexto contra los ultracatólicos provida. Sí, la religión, siempre la religión.
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