Trump desata la caza de brujas en las universidades: represión, listas negras y amenazas en Columbia
Una biblioteca tomada. Una nación que criminaliza la protesta.
Columbia ha vuelto a ser símbolo. No de libertad académica, sino de la brutalidad policial y la sumisión institucional. El pasado miércoles, la policía de Nueva York arrestó a unas 70 personas —varias de ellas estudiantes internacionales— por ocupar pacíficamente parte de la biblioteca Butler. Su delito: desplegar una bandera palestina y exigir que la universidad deje de lucrarse con empresas que colaboran con el apartheid israelí.
El castigo no ha tardado en llegar. Marco Rubio, ahora secretario de Estado de la administración Trump, ha anunciado una revisión inmediata de los visados de quienes fueron detenidos. Deportación por protestar. Ese es el nuevo pacto que impone Washington: si no aplaudes las bombas sobre Gaza, te echan del país.
La rectora interina de Columbia, Claude Shipman, ha aplaudido la operación policial y tachado la protesta de “indignante”, repitiendo el mismo guion que desde hace meses se aplica en decenas de campus de Estados Unidos. Un guion que criminaliza la disidencia, censura la palabra Palestina y equipara solidaridad con terrorismo.
A lo largo de 2024 y 2025, cientos de estudiantes han sido detenidos, sancionados o expulsados por protestar contra la masacre en Gaza. La consigna del Gobierno es clara: quien alza la voz contra Israel es acusado de antisemitismo, vandalismo o incluso “colaboracionismo con Hamás”. La retórica de guerra lo invade todo, desde las declaraciones del propio Trump hasta las amenazas de congresistas como Mike Johnson, que calificó a los manifestantes de “violentos antisemitas”.
LA UNIVERSIDAD COMO CÁRCEL IDEOLÓGICA
Columbia ya se ha arrodillado ante el poder. En marzo de este mismo año, aceptó las exigencias de la Casa Blanca para no perder 400 millones de dólares en contratos y fondos federales. El precio de mantener el dinero: renunciar a la autonomía, la crítica y la decencia. Entre las condiciones impuestas se encuentra la prohibición de mascarillas en manifestaciones, la posibilidad de que agentes del campus detengan estudiantes y una reforma del departamento de Estudios Palestinos bajo vigilancia directa.
Es un asalto en toda regla. El Gobierno ha tomado el campus sin necesidad de tanques, solo con cheques y amenazas. Columbia no es una excepción. Las universidades de la Ivy League se han convertido en espacios de obediencia, donde el miedo a perder financiación pesa más que cualquier principio ético. El conocimiento se doblega, la memoria se entierra y la historia se reescribe.
Mientras, los manifestantes exigían algo tan básico como justicia: retirar inversiones de empresas que se lucran con la ocupación, renombrar la biblioteca como “Universidad Popular Basel Al-Araj” en honor al activista palestino asesinado por Israel en 2017, y reconocer el derecho a protestar sin ser perseguidos como criminales.
Pero eso, en la América de Trump, es terrorismo.
Ya no se trata solo de represión. Se trata de construir una universidad amordazada, vigilada, transformada en un campo de adoctrinamiento. Una universidad que expulsa al pensamiento crítico y lo sustituye por obediencia, sumisión y miedo.
Y en esa arquitectura del silencio, Columbia ha elegido ser cómplice. Porque lo que hoy se silencia en Gaza, mañana se borrará de los libros. Porque lo que hoy se reprime en los campus, mañana será ley. Porque lo que hoy se llama “seguridad”, mañana será totalitarismo.
Las y los estudiantes propalestinos no están solos. Pero están cada vez más rodeados. Por un Estado que criminaliza la protesta, por universidades que pactan con el poder, por medios que equiparan solidaridad con odio. Y por una maquinaria ideológica que convierte en sospechoso a cualquiera que aún crea en la justicia.
Esto no va solo de Palestina. Va del derecho a disentir, a señalar lo inaceptable, a alzar la voz cuando la humanidad es pisoteada. Va del derecho a protestar sin que te quiten el visado, sin que te llamen terrorista, sin que te golpeen por leer en alto los nombres de quienes murieron bajo las bombas.
Hoy se detiene a estudiantes en Columbia. Mañana será en Yale. Y si nadie se planta, pasado mañana será en tu barrio.
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