Andrés Arranz / CA2M, CC BY-NC
El punk como fenómeno cultural es un concepto mucho más amplio que el referido solo a un género musical o una forma de expresión de una subcultura. Desde sus orígenes, el punk ha formado parte de la vida cotidiana y su significado está determinado por el contexto de los lugares en los que está presente.
Hoy día, es posible hablar sobre el punk de maneras diferentes, pero no es tan fácil rastrear cómo ha sobrevivido o en qué se ha convertido.
A partir de los años 90, los estudios de punk empezaron a mirar más allá de las estructuras sociales en las que se había constituido. Se consideró que el punk como escena había abrazado la socialización junto a la circulación cultural. No obstante, siguen sin conocerse en profundidad las prácticas cotidianas de socialización en muchas localidades.
Para poder entender las dinámicas de las escenas actuales o las escenas del pasado, hay que cuestionar algunos términos que se han dado por sentado en los estudios de estas escenas. El concepto underground es uno de ellos.
¿Qué hace que una escena sea underground?
El punk tuvo numerosas declaraciones de muerte y que fuese adoptado por estéticas más convencionales fue una de ellas. Los que se oponen a la desaparición del punk afirman que “aunque muchos críticos parecen sugerir que el punk ha muerto, sigue prosperando en los entornos underground”.
Hoy en día, es todavía posible ver a colectivos utilizando espacios alternativos en diferentes barrios de las ciudades: conciertos los domingos por la tarde en la planta baja de un mercado en Vallecas en Madrid, o actuaciones en los bajos de un billar en Navas, Barcelona…
Si eso es lo que significa que el punk se vuelva underground, ciertamente lo parece. ¿Pero cómo afecta eso al movimiento como escena cultural?
La filósofa Hannah Arendt habla de “mundos comunes”, es decir, entornos compartidos y públicos que proporcionan un contexto duradero para determinadas actividades.
Podemos entender el underground aplicado al punk como un “espacio de aparición” arendtiano dentro de esos mundos comunes. Es decir, un espacio no permanente en el que las prácticas pueden desarrollarse, pero que es poco visible para el público.
La reciente historia de punk nos enseña que un lugar punk, si podemos generar un concepto así, puede estar en el corazón de la ciudad o en los barrios, en una zona pública –parques o plazas– o en un patio de un edificio residencial, en un local viejo o en un espacio ocupado. Suelen ser lugares que los punkis conocen, y a los que otra gente tiene acceso diario.
Por ello, cuando hablamos de visibilidad, tal vez refugiarse en el underground no sea una forma de sobrevivir aunque lo parezca a primera vista. Podemos intentar explicar el porqué de todo ello recordando el pasado reciente de estas escenas y siguiendo sus pasos en distintas ciudades a lo largo de la historia.
¿Dónde está el punk en Madrid?
En los años 80, los bares, salas de conciertos y mercados como el Rastro de Madrid sostenían la actividad subcultural en España.
Los lugares en los que se celebraban los conciertos de punk parecen especialmente interesantes. Los centros sociales o culturales generaban espacios alternativos para reuniones, conciertos y fiestas organizadas por los primeros ejemplos de okupas en Madrid y Barcelona, que también invertían el uso de casas vacías para utilizarlas como bar o viceversa…
Esto demuestra que, desde el principio, los espacios reacondicionados han formado parte de la escena punk.
Pero no se limitó a las salas de conciertos o lugares de reunión en interiores. En los años 1990, el punk ya era algo que se encontraba en la calle en un sentido cotidiano.
Chris Gladis / Flickr, CC BY-ND
Como cuenta Iñaki Dominguez en su libro Macarras Interseculares, “los punkis de mediados y finales de los noventa estaban muy presentes en la [madrileña] zona de Malasaña”. A día de hoy, en las legendarias esquinas de la plaza de Dos de Mayo, la plaza de Barceló o la calle de San Mateo es posible ver algunos grupos de punkis haciendo malabares o botellones.
Pero ver movimiento del colectivo en este espacio físico, poder cruzarse con punkis deambulando entre las calles como antes, es casi imposible. Las rutas que hacían para ir de una de estas plazas a otros barrios como Chueca, Lavapiés o Argüelles ya no existen de la misma manera. Por no hablar –a excepción de algunos bares, casas okupas y salas en barrios como Carabanchel y Vallecas– de los casi totalmente desaparecidos rastros de la escena punk en los barrios de Madrid.
CLR
Junto a las escenas culturales, aparecían términos para referirse a prácticas específicas y tradiciones que formaban parte de la vida cotidiana. El “botellón”, que ofrecía un espacio para socializar, ha generado numerosos términos relacionados con hábitos diarios.
En este sentido, aunque pareciese una sencilla actividad en la que se bebía alcohol de forma barata, el botellón siempre ha tenido un sentido más profundo para la escena punk. Es un acto social gracias al que muchos miembros de la tribu han encontrado valor para salir a la calle y afirmar su presencia en público. Es una actividad contraria a las practicas capitalistas que defiende el derecho de estar en público sin “hacer algo” necesariamente.
El punk en la actualidad
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Hoy en día, en Madrid los botellones han dejado de formar parte de la vida cotidiana del movimiento, pese a que todavía es posible encontrar eventos punk organizados en diferentes salas y bares de la ciudad, y gente juntándose alrededor de estos lugares haciendo botellones. ¿Eso es lo que queda de las rutas que seguían los punkis por las calles de Madrid?
Me gustaría recordar lo que hace que una escena sea una escena citando a Will Straw, uno de sus primeros teóricos:
“Las escenas hacen visible y descifrable la actividad cultural haciéndola pública, llevándola de los actos de producción y consumo privados a contextos públicos de sociabilidad, convivencia e interacción”.
Entonces ¿se puede reducir la escena punk a una actividad a puerta cerrada o eventos que suceden de vez en cuando? ¿Podemos verlo como la supervivencia del punk en el underground?
A lo mejor imaginar el pasado urbano de la ciudad es más necesario que nunca, para poder pensar otras maneras de mantener viva una escena cultural.
Selin Yagci no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.
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