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“Me bajo a jugar” es una frase que muchos hemos pronunciado innumerables veces a lo largo de nuestra infancia. Hoy, cada vez menos niños la repiten durante cada vez menos años de sus vidas: según algunos estudios, los niños juegan menos que antes –una hora y media diaria– y dejan de jugar antes con juguetes. En el estudio citado, los padres aseguran que, a partir de los 7–9 años, muchos prefieren los dispositivos electrónicos.
La aparición de dichos dispositivos, la vida en las grandes ciudades donde salir al aire libre es menos autónomo y seguro, las largas jornadas escolares con clases extraescolares: son varios los factores que pueden estar detrás de esta tendencia. Pero, más allá de sus causas, ¿qué consecuencias puede tener?
La importancia del juego
Desde hace ya años sabemos de la importancia del juego infantil por su contribución al desarrollo y al aprendizaje. Algunas investigaciones realizadas en EE. UU. alertan de la conexión entre la disminución del tiempo dedicado al juego libre y el aumento de la ansiedad y depresión infantil y juvenil.
El juego ha estado presente en todas las culturas y épocas como lo evidencian restos arqueológicos de algunos juguetes. Las crías humanas pasan por una amplia etapa de inmadurez biológica que las hace dependientes de los adultos para su supervivencia, y en esta etapa pasan gran parte del tiempo jugando.
Su inmadurez les permite obtener provecho del juego, a través del que pueden ensayar comportamientos, simular situaciones, practicar conductas, aprender a controlar su atención y sus emociones, ir aprendiendo elementos del contexto social e irse incorporando poco a poco al mundo adulto.
En suma, estas actividades infantiles contribuyen de forma positiva al desarrollo humano en todas sus dimensiones:
Física: estimulando la evolución del sistema nervioso.
Psicomotriz: favoreciendo el equilibrio y el control muscular.
Cognitiva: desarrollando el pensamiento y la creatividad.
Social: posibilitando el contacto con iguales y aprendiendo normas de comportamiento.
Afectivo-emocional: procurando placer, equilibrio psicológico o dominio de uno mismo.
Aprender a vivir
Existen multiplicidad de comportamientos humanos que incluimos bajo la etiqueta de juego, de ahí su complejidad y la dificultad que supone definirlo y categorizarlo.
Fruto de la diversidad de enfoques y marcos conceptuales desde los que se han planteado las investigaciones, no resulta sorprendente encontrarnos que por cada ámbito del desarrollo infantil exista una forma de juego.
Con todo, suelen clasificarse en cinco grandes tipos: juego físico, con objetos, simbólico, de simulación o sociodramático y de reglas.
El juego físico incluye el juego activo con actividades como saltar, trepar, jugar a la pelota, etc., que comienzan a desarrollarse a partir del segundo año de vida, junto con actividades de motricidad fina, como recortar o colorear, y el juego brusco, típico de la etapa preescolar, que se realiza con otros e incluye forcejeos, patadas y luchas a través de las cuales los niños aprenden a controlar su agresividad. Estos juegos ayudan no solo al desarrollo motriz y sensorial, sino que fomentan la capacidad de establecer vínculos de apego y desarrollar la comprensión de habilidades emocionales y sociales.
El juego con objetos empieza en los primeros meses cuando los bebés son capaces de agarrar y sostener objetos. Comienzan frotando objetos, golpeándolos, dejándolos caer… hasta conseguir más tarde ordenarlos, clasificarlos, hacer construcciones con ellos, etc. Son actividades que les sirven como mecanismos de exploración del mundo que les rodea.
El juego simbólico, que aparece entre los 2 y 3 años, está centrado en el uso de sistemas simbólicos como el lenguaje, la lectura, el dibujo o la música y favorece el desarrollo de capacidades para reflexionar sobre las experiencias, emociones, etc.
El juego de simulación o ficción, en el que los objetos se transforman para representar a otros (una escoba que representa un caballo, un dedo hace de pistola…), aparece alrededor del primer año y es una vía de desarrollo del pensamiento abstracto, por lo que tiene implicaciones en sus futuras habilidades cognitivas, sociales y académicas.
Los juegos de reglas incluyen desde juegos al aire libre, como el escondite o actividades deportivas, hasta juegos de mesa o electrónicos. Estos juegos permiten desarrollar la comprensión de las reglas y aspectos de la vida social como respetar turnos, compartir o comprender las perspectivas de los otros.
Las ciudades y el aire libre
En las últimas décadas y debido a la progresiva incorporación de buena parte de la población a las ciudades se produce una disminución constante de juegos presenciales, tradicionales y al aire libre en favor de juegos estructurados, deportes organizados y actividades extracurriculares. Por ello algunas investigaciones sugieren que actualmente los niños juegan menos que décadas atrás.
También se observa un aumento de juegos basados en la tecnología (videojuegos, realidad virtual y aumentada). Como nota curiosa, a pesar de sus detractores, se ha observado que estos juegos proporcionan habilidades necesarias que responden a las características de las sociedades tecnológicas (agilidad en la toma de decisiones, resolución de problemas, etc.).
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¿Jugar durante toda la vida?
En cuanto a sus implicaciones para el aprendizaje, el juego es una actividad infantil indispensable que contribuye de forma positiva y puede ser utilizado como una herramienta pedagógica por padres y docentes por su carácter motivador, divertido y agradable.
En esta línea, en contextos educativos se aplican dinámicas de juego como la gamificación, con el objetivo de implicar a los estudiantes en las tareas escolares, comprometerlos en los procesos de aprendizaje y mejorar su rendimiento.
Los adultos humanos seguimos conservando estos comportamientos que en otras especies solo definen a los miembros infantiles. Independientemente de la edad, el juego tiene un papel importante en la vida de las personas, suponiendo para unos una forma de entrenamiento y práctica de nuevas habilidades y comportamientos en un ambiente seguro, mientras que para otros es una forma de fomentar la interacción social y la conexión con los demás. En general, el juego puede tener varios beneficios para la salud mental y física, como reducir el estrés, mejorar la creatividad y la resolución de problemas.
En resumen, el juego no es solo una actividad para niños, sino que puede ser una parte importante de la vida de las personas de todas las edades. Las potencialidades del juego están en la base del desarrollo de las capacidades de resolución de problemas, cognitivas y socioemocionales de orden superior desarrolladas por los seres humanos.
El juego es necesario para alcanzar nuestra plena condición humana por lo que acertadamente ahora es reconocido por la ONU no solo como una oportunidad sino como un derecho para la infancia.
Ángeles Conde Rodríguez no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.
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