Se acerca la fecha límite en la lucha de Julian Assange contra su extradición a Estados Unidos, ya que los jueces británicos decidirán sobre su caso el 21 de febrero.
Mientras tanto, la exigencia de EE.UU. de que Assange, editor de Wikileaks, sea juzgado en Virginia por cargos falsos es lo que ha mantenido a este periodista encerrado en la cárcel británica de máxima seguridad de Belmarsh durante cuatro años, y secuestrado en la embajada de Ecuador en Londres, donde buscó asilo, durante siete años antes de eso. Por aquel entonces, Assange predijo que Washington intentaría extraditarlo, pero sus supuestos amigos de la prensa desestimaron esta preocupación. ¿Adivinan quién evaluó correctamente la agresión judicial estadounidense? Esconderse del Imperio fue la decisión correcta. Pero tuvo un coste enorme. Básicamente, Assange ha estado encarcelado en condiciones miserables durante más de una década, todo por el delito de informar con una honestidad que avergonzó a las élites políticas estadounidenses.
¿A quién ofendió Assange en el patético panteón de célebres mediocres estadounidenses? Pues bien, molestó especialmente a dos peces gordos tremendamente narcisistas y con derecho a todo, Hillary «Me toca ser presidenta» Clinton y Mike «Bombardear China» Pompeo. Nadie querría revelar secretos que te enemisten con ninguno de estos dos, a juzgar por sus planes para Assange. Cuando Assange quedó fuera del alcance de Washington en la embajada ecuatoriana Clinton se lamentó: «¿No podemos utilizar un dron contra él?», mientras que Pompeo consideró la posibilidad de que la CIA lo secuestrara o envenenara, es decir, lo asesinara. ¿Qué secretos reveló Assange que enfurecieron tanto a esta pareja? Muchos. Y eran gordos.
Assange mostró que la candidata presidencial Clinton es una criatura antidemocrática horriblemente prepotente. ¿Cómo? Al publicar correos electrónicos filtrados que revelaban que la campaña de Clinton y el Comité Nacional Demócrata amañaron las primarias presidenciales de 2016 para dejar fuera de juego al populista de izquierdas Bernie Sanders. En cualquier verdadera democracia, esta noticia habría avergonzado a la clase dominante y la habría obligado a repetir las elecciones. Pero no en los Estados Unidos del siglo XXI. Aquí nuestros gobernantes centraron toda su ira en el mensajero, Assange, y dejaron que la reina elegida ilegítimamente conservara su corona de la campaña de las primarias. Este asunto demostró axiomáticamente que la democracia había muerto en Estados Unidos, pero eso no escandalizó a nadie. La gente de Washington tenía al candidato que querían y que habían ungido mediante subterfugios, y ninguna organización de noticias de pacotilla iba a alterar ese hecho inmutable.
Pero no piensen que actuar como si nada hubiera pasado significaba que la señora Clinton y sus muchos parásitos tuvieran la intención de aceptar que Assange dijera la verdad. Me sorprendería mucho que la campaña mediática y especialmente la histeria de los titulares sobre las falsas acusaciones suecas de violación contra Assange no se remontaran muy tortuosamente a los clintonistas ofendidos. No es que nuestra pusilánime prensa necesitara mucha insistencia para dar una patada a un gran periodista una vez caído. Probablemente también hubo muchos aduladores de Hillary que se relamieron subrepticiamente.
De qué modo Assange ofendió a Pompeo tiene que ver con la seguridad nacional -por supuesto, porque Pompeo era el director de la CIA del presidente Trump en 2017, cuando Assange transgredió al permitir que la luz iluminara los secretos de la agencia. Según publicó The Guardian el 27 de septiembre de 2021 sobre lo ocurrido cuatro años antes, «Pompeo y sus altos funcionarios estaban furiosos por la publicación de Wikileaks de «Vault 7″, un conjunto de herramientas de hacking de la CIA, una filtración que la agencia consideró la mayor pérdida de datos de su historia.» Un exfuncionario de Trump dijo que «correría la sangre» allá por 2017. Altos cargos de la CIA y algunos de la Casa Blanca pidieron que se estudiaran opciones para liquidar a Assange. En palabras de un ex alto funcionario de contraterrorismo, “parecía que no había límites».
Así que Pompeo parece haberse tomado las revelaciones de Assange como algo personal. Le CIA, c’est moi. Al igual que la Sra. Clinton, ambos mostraron un impresionante sentido del orgullo. Estos dos políticos dejaron que sus cabezas se hincharan hasta un punto en el que ya no distinguían con precisión dónde terminaban sus propios límites personales y dónde comenzaba el Imperio. Actuaban como si se considerasen personificaciones, incluso avatares del Imperio. Y en verdad, quizás su narcisismo era correcto. Tal vez los individuos Hilary Clinton y Mike Pompeo son en realidad meras ficciones -su verdadera naturaleza, forma, sustancia y destino se resumen mejor como hombres del saco imperial oficiales, dispuestos a atormentar a cualquiera que pudieran condenar por decencia, honestidad o rebelión en nombre de la justicia contra su propio poder personal.
A pesar de tan lúgubres especulaciones, aquí y allá se vislumbra la esperanza. En diciembre, el juez del distrito sur de Nueva York John Koeltl falló a favor de cuatro periodistas y abogados estadounidenses, que habían demandado a la CIA en el asunto Assange. Según informó RT el 20 de diciembre, estos ciudadanos «afirman que sus dispositivos electrónicos fueron registrados ilegalmente en nombre de la agencia cuando visitaron al fundador de Wikileaks, Julian Assange, en la embajada de Ecuador en Londres». La denuncia contra la ya desaparecida agencia de seguridad de la embajada, Mike Pompeo y la CIA no prosperó del todo. Koeltl dictaminó «que los demandantes no podían responsabilizar personalmente a Pompeo de las supuestas violaciones de su protección constitucional frente a registros e incautaciones irracionales.» Uno se pregunta por qué no, dado que Pompeo parece haber abordado todo lo relacionado con Assange con la furia de un gánster ansioso de venganza.
Pero el hecho aparentemente inocuo y minúsculo de que un caso contra la CIA y su ex director por derogar los derechos de la Cuarta Enmienda pueda avanzar en estos tiempos oscuros es de por sí algo importante. «Estamos encantados de que el tribunal haya rechazado los esfuerzos de la CIA por silenciar a los demandantes, que lo único que pretenden es denunciar el intento de la CIA de llevar a cabo la vendetta de Pompeo contra Wikileaks», ha declarado Richard Roth, abogado de los cuatro estadounidenses. Los demandantes están encantados y nosotros también deberíamos estarlo. Este es uno de los raros momentos, desde tiempos inmemoriales, en que la CIA ha sido llamada a rendir cuentas por sus monstruosas acciones. Por cierto, aparte de Político, ningún medio de comunicación corporativo consideró oportuno informar sobre este acontecimiento y sus implicaciones para la tan abusada y a menudo desechada Declaración de Derechos.
Estos cuatro demandantes alegaron, según Kevin Gosztola en Dissenter del 19 de diciembre, que tuvieron que entregar sus dispositivos electrónicos a la empresa de seguridad de la embajada, UC Global. Los cuatro acusan a esta empresa de estar confabulada con la CIA. Koeltl dictaminó que si la empresa actuó como agente «de Pompeo y la CIA es una cuestión de hecho que no puede decidirse en una moción de sobreseimiento». Anteriormente, informa Gosztola, «en una vista celebrada en noviembre, Koeltl se interesó por el hecho aparente de que el gobierno no había obtenido una orden judicial para acceder al contenido de los aparatos electrónicos de los abogados o periodistas.» ¡Vaya! Con su fisgoneo sin orden judicial, la CIA ha arrasado durante años el cuidadosamente arreglado corral constitucional de los padres fundadores de la nación. Pero por fin alguien se ha dado cuenta desde las salas de justicia. ¿Podría ser que los abusos de la CIA estén por fin volviéndose contra la agencia?
Por lo tanto, existe una pequeña posibilidad de que la CIA y Pompeo no se salgan con la suya violando los derechos de quien les apetezca. Dados los poderes grotescamente exagerados de la agencia, por cortesía de abominaciones como la Ley Patriota, y el frecuente pisoteo de la Declaración de Derechos por parte de la agencia, esto es un pequeño consuelo. Pero es mejor que nada. Y puede que sea un comienzo. Cuando un juez muestra coraje y desafía ligeramente a los tiranos del estado de seguridad, envalentona a otros. De repente, empiezan a tomarse más en serio su papel jurídico como garantes de las protecciones constitucionales y se acobardan menos a la sombra de la CIA. Quién sabe si la decisión cuidadosa y mesurada de Koeltl puede incluso inspirar a los juristas del otro lado del Atlántico que tienen el destino de Assange en sus manos. Podrían fallar a su favor. La justicia engendra justicia. Sería un resultado excelente para Assange, para la prensa libre y para todos nosotros.
Fuente: https://www.counterpunch.org/2024/01/05/assanges-rights-and-press-freedom-hang-in-the-balance/
Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo
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