La caída de Barnier es un recordatorio de que la extrema derecha no necesita gobernar para moldear las políticas públicas; basta con influir desde las sombras.
La moción de censura que tumbó al Gobierno de Michel Barnier este miércoles en Francia es solo el comienzo de un complejo tablero político para la izquierda. Aunque el Nuevo Frente Popular (NFP), la alianza de partidos progresistas, logró unificar fuerzas para derrocar al Ejecutivo conservador, las diferencias internas amenazan con fragmentar su potencial. La incapacidad de articular una estrategia clara pone en duda si la izquierda podrá gobernar o se limitará a ser un actor reactivo.
La moción fue aprobada con 289 votos, gracias a un hecho que muchos consideran paradójico: la extrema derecha de Marine Le Pen respaldó la medida. Este gesto expone no solo la fragilidad del Gobierno de Emmanuel Macron, sino también el peligroso juego de alianzas que amenaza con normalizar a partidos reaccionarios. El uso del artículo 49.3 de la Constitución por parte de Barnier para imponer unos presupuestos de recortes sociales encendió la mecha de la crisis, pero las concesiones a Reagrupamiento Nacional (RN), como la reducción de asistencia médica para migrantes, demostraron su deriva hacia el autoritarismo.
Mientras Jean-Luc Mélenchon, líder de La Francia Insumisa (LFI), exige la dimisión de Macron y nuevas elecciones presidenciales, los socialistas proponen una estrategia más moderada: acuerdos puntuales con otras fuerzas, salvo con la extrema derecha. Sin embargo, la pregunta es si el progresismo puede sobrevivir a estas contradicciones internas sin desilusionar a sus bases.
El equilibrio de poder en la Asamblea Nacional es otro desafío. Aunque el NFP cuenta con 193 escaños, la mayoría absoluta está lejos. Macron, con solo 168 diputados, ha perdido todo margen de maniobra, mientras que el RN, con 143, se posiciona como el actor más cohesionado del Parlamento. La izquierda tiene una oportunidad histórica, pero parece atrapada entre sus principios y las complejidades del pragmatismo político.
LA IZQUIERDA Y EL PELIGRO DE LA EXTREMA DERECHA
La caída de Barnier no debe interpretarse como una victoria para la izquierda, sino como una advertencia sobre el avance de la ultraderecha. Marine Le Pen, que lleva años normalizando su discurso sin abandonar su agenda xenófoba, se ha convertido en un actor clave de la política francesa. El cordón sanitario que una vez mantuvo al RN aislado está roto, y Macron ha contribuido a ello.
Desde 2022, cuando fue reelegido con el respaldo de la izquierda para frenar a Le Pen, Macron ha demostrado que su política de “compromisos” con el RN es más que peligrosa. Las instituciones han sido utilizadas para mantener el poder a toda costa, a expensas de los derechos sociales y la cohesión democrática. Mientras Barnier negociaba con el RN para evitar la censura, la ultraderecha consolidaba su posición como árbitro del sistema político francés.
El problema no es solo el RN, sino la falta de un proyecto claro por parte de la izquierda. Mientras Mélenchon insiste en una ruptura total con el sistema, los socialistas apuestan por un modelo basado en pactos. La ecología y el feminismo, pilares del NFP, corren el riesgo de ser relegados si la estrategia de corto plazo prima sobre los objetivos a largo plazo.
El papel de Macron tampoco debe subestimarse. Desde Arabia Saudí, donde se encontraba durante el debate de la moción, acusó a los socialistas de “haber perdido el rumbo”. Boris Vallaud, líder socialista, no tardó en responder: “El que ha perdido el rumbo es Macron, elegido con nuestros votos para frenar a la extrema derecha y ahora convertido en su aliado.” Este intercambio simboliza el hartazgo de quienes se sintieron traicionados por un presidente que prometió ser un dique contra el autoritarismo.
La estrategia de la izquierda debe enfocarse en desarticular la narrativa del RN mientras consolida su propio relato. La caída de Barnier es un recordatorio de que la extrema derecha no necesita gobernar para moldear las políticas públicas; basta con influir desde las sombras.
La historia ha demostrado que las crisis son oportunidades para transformaciones profundas o para consolidar lo peor del sistema. En Francia, la izquierda tiene la responsabilidad de demostrar que otro camino es posible, uno que no se base en concesiones ni en pactos con quienes representan el odio y la exclusión.
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