Si va en coche al sur de El Cairo (Egipto) y se deja guiar por la gran pirámide escalonada de Djoser, el edificio en pie más antiguo del mundo, es muy probable que encuentre la enigmática necrópolis de Saqqara. Transcurridos unos 5 000 años desde su gran esplendor, ha llegado el gran momento de Saqqara.
Este complejo de pirámides, tumbas y catacumbas, que yace bajo una densa capa de arena sahariana acumulada durante milenios, guarda los secretos de miles de años de ceremonias religiosas y funerarias egipcias. Estamos ante un período que se extiende desde la Primera Dinastía hasta el período Helenístico o grecorromano. Los hallazgos más interesantes son el templo funerario de la reina Nearit, la mujer del faraón Teti, el descubrimiento de numerosos pozos funerarios, cientos de ataúdes y momias acompañadas de numerosas estatuas, estelas, juguetes, maquetas de barcos funerarios y máscaras de momia que datan del Imperio Nuevo.
Los arqueólogos confirman la existencia en la necrópolis de numerosos talleres para producir ataúdes y otros objetos funerarios, y para realizar las tareas de momificación. Sin embargo, recibir sepultura en Saqqara no era solo privilegio de los faraones o de los altos funcionarios. Allí también se enterraban animales, y muchos. Probablemente para servir como exvotos, se disecaron halcones, gatos, babuinos, toros y otros animales, aunque ninguno de ellos en cantidades tan grandes como los ibis sagrados africanos (Threskiornis aethiopicus), asociados para su desgracia con Thoth, el dios de la sabiduría y la escritura.
Un cálculo aproximado cifra en cuatro millones el número de ibis momificados de Saqqara y probablemente todos son ibis sagrados africanos. Durante los 400 años de ceremonias celebradas en el período grecorromano, estas aves fueron enterradas a un ritmo de 10 000 al año. Se cree que hay enterrados otros cuatro millones en la necrópolis Tuna al Gebel de Hermópolis. Unas cifras tan enormes invitan a pensar que alguna vez Egipto debió producir ibis a escala industrial.
A razón de 10 000 ofrendas anuales, la presión sobre la población de ibis sagrados del área de Saqqara habría sido masiva y, en unos pocos años, la captura de ejemplares silvestres se habría convertido en insostenible. Aunque los ibis vivos bien pudieran haberse importado de todo Egipto e incluso de más lejos, la avicultura local se antoja una alternativa mejor para asegurar un suministro continuo.
Pero, ¿podrían haberse criado ibis como si fueran aves de corral? ¿Cómo? Ciertamente, no faltan pruebas de que los animales fueron criados en santuarios por los antiguos egipcios para fines religiosos. Incluso los sacerdotes criaron cocodrilos cerca de algunos lugares sagrados.
La reproducción y la cría de miles de ibis al año para una ceremonia fúnebre –que quizás se celebraba solo una vez cada doce meses– sería una enorme tarea. Aunque supongamos que prosperaran cuatro huevos como media, teniendo en cuenta que producen entre dos y cinco huevos al año, habría que criar en cautiverio 2 500 parejas (es decir, 5 000 aves parentales) y atender a un total de 15 000 aves hambrientas.
En realidad, los ibis sagrados son bastante fáciles de criar en cautiverio. Si se les quitan los huevos para que sean incubados, por ejemplo, por gallinas, o se les arrebatan los polluelos, pondrán de nuevo hasta tres veces al año. Así que de mil parejas pueden obtenerse unos 10 000 polluelos anuales. Aunque así fuera, la empresa requeriría disponer de corrales para 11 000 ibis en total, además de las gallinas que servirían de madres adoptivas.
Debido a la enorme escala de la industria de las momias de ibis, muchos egiptólogos han asumido que, como hacían con los guacamayos sagrados los indígenas de Chaco Canyon, Nuevo México, estas aves fueron criadas en grandes granjas centralizadas.
Sin embargo, hasta ahora en ninguno de ambos casos se ha descubierto evidencia física de instalaciones que pudieran haber albergado una empresa de ese tamaño.
Algunas fuentes documentales del antiguo Egipto apuntan hacia la existencia de grandes explotaciones de ibis a escala industrial que están aún por descubrir. Por ejemplo, el Archivo de Hor –que recoge los escritos de un sacerdote que trabajó en las galerías de Saqqara donde se encerraba a los ibis– recoge la cantidad de comida que se requería para alimentar a 60 000 ejemplares y habla de un portero cuya tarea era guardar a las aves y sus polluelos.
La genética moderna entra en escena
La genética está en contra de la idea de una cría masiva de aves domesticadas. A diferencia del ADN nuclear, que es transmitido tanto por la madre como por el padre, el ADN mitocondrial es transmitido solo por la madre. Esto significa que no se mezcla de generación en generación. Si los egipcios hubieran criado los ibis en granjas, la endogamia habría provocado que su ADN mitocondrial se asemejara cada vez más a lo largo del tiempo.
Por el contrario, el análisis comparado de genomas mitocondriales completos de momias de ibis sagrados indica que la diversidad mitogenómica entre las momias y la que se encuentra en las poblaciones silvestres modernas de toda África es muy similar. Si en los ibis rituales no aparece la característica endogamia con escasa variabilidad genética típica de las aves criadas en las granjas modernas, eso significa que no fueron criados en cautividad el tiempo suficiente como para que pudieran reproducirse.
Dada la enorme cantidad de los ibis sacrificados, es seguro que el negocio asociado a los rituales funerarios no podía depender de la estacionalidad del suministro, sino que los proveedores acorralaban a los ejemplares silvestres durante el tiempo transcurrido entre la llegada de las aves capturadas y el momento en que eran sacrificadas y sepultadas.
¿Unos corrales perdidos del Nilo? Quizás. Cualquiera que sea la respuesta, es difícil sustraerse a la ironía de que, en el Egipto moderno, ni un solo ibis sagrado pasea por las orillas del gran río. La nueva investigación del ADN quizás puede ayudar a responder la pregunta de por qué el ibis sagrado africano finalmente se extinguió en Egipto a mediados del siglo XIX. Hasta ahora, los investigadores han presumido que los ibis sagrados, que disfrutan de los humedales pantanosos, podrían haber desaparecido a medida que el clima de Egipto se volvió más seco con el tiempo.
La pérdida de hábitat no puede ser la única respuesta ya que, como hacen las cigüeñas o las gaviotas, los ibis se adaptan y recurren a los vertederos para alimentarse. La extinción de los ibis del Nilo forma parte de un rompecabezas más grande que implica las interacciones entre humanos y animales y su impacto en el medio ambiente.
Manuel Peinado Lorca es responsable del Grupo Federal de Biodiversidad del PSOE:
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