Impedir la ascensión del fascismo es un deber, no una opción.
¿Debería la democracia tolerar a quienes desean destruirla desde dentro? Esta es la cuestión que surge tras la decisión del Tribunal Constitucional de Rumanía de bloquear la candidatura de Diana Sosoaca, una figura ultraderechista que, bajo el disfraz del patriotismo, ha cultivado un discurso de odio y confrontación. En una Europa donde el fascismo parece resurgir con fuerza, impedir que líderes como Sosoaca lleguen al poder no solo es legítimo, sino necesario.
LA DEFENSA DE LA DEMOCRACIA PASA POR LIMITAR AL FASCISMO
Las democracias liberales han enfrentado durante décadas un dilema esencial: ¿hasta qué punto deben permitir la participación de quienes buscan destruirlas? La libertad de expresión y el derecho a ser elegido o elegida no pueden ser utilizados como armas para demoler los principios sobre los que se sostienen nuestras sociedades. Diana Sosoaca no representa simplemente una opción política diferente; encarna una amenaza real a los valores democráticos y a la convivencia pacífica.
Bajo su liderazgo, el partido SOS Rumanía ha promovido un nacionalismo excluyente, xenófobo y antisemita. Sosoaca ha hecho del odio su bandera, incitando a la violencia y el desprecio hacia las minorías y atacando los principios más básicos de los derechos humanos. Sus declaraciones públicas en apoyo a la Guardia de Hierro rumana, un movimiento fascista y violento que cometió atrocidades en la primera mitad del siglo XX, no son una simple provocación, sino un recordatorio aterrador de lo que sucede cuando el fascismo se apodera del poder.
Permitir que figuras como ella se presenten a elecciones es abrir la puerta a la erosión de las libertades civiles y la igualdad ante la ley. La historia nos ha enseñado una y otra vez que el fascismo no llega al poder de forma violenta desde el principio; primero se cuela por las grietas del sistema democrático. Líderes extremistas como Sosoaca utilizan la maquinaria de la democracia para sus propios fines, solo para desmantelarla una vez que han acumulado el suficiente poder. Este es el ciclo que se debe romper. Impedir la candidatura de Sosoaca es una medida justa y proporcional en la defensa de un sistema que no puede, ni debe, permitir que se le destruya desde dentro.
NO TODAS LAS OPINIONES SON VÁLIDAS: EL DISCURSO DE ODIO NO ES LEGÍTIMO
En el debate sobre la libertad de expresión y el derecho a participar en la vida política, es fundamental recordar que no todas las ideas tienen el mismo valor ni todas las posturas merecen ser defendidas. El discurso de odio, la incitación a la violencia y la promoción de ideologías antidemocráticas no son opiniones legítimas, son amenazas. Y las democracias tienen el derecho —y la obligación— de protegerse contra esas amenazas.
Sosoaca no es una política que defienda posturas controvertidas dentro del marco democrático; su retórica y su historial dejan claro que su objetivo es socavar los pilares mismos de la democracia. Desde su negacionismo del Holocausto hasta su abierta hostilidad hacia la comunidad judía y otras minorías, su candidatura presidencial no es más que un intento de institucionalizar el odio.
Bloquear a personas como Sosoaca de la carrera política no es censura, es responsabilidad. La democracia no es un derecho absoluto; viene con responsabilidades, entre ellas, la de no utilizarla para minar sus principios fundamentales. El Tribunal Constitucional de Rumanía ha entendido este principio al decidir que alguien que apoya abiertamente a un régimen fascista no puede ser elegible para un cargo público. No es una cuestión de intolerancia hacia ideas diferentes, sino de proteger la integridad del sistema democrático.
Aquellos que argumentan que esta medida es un ataque a la libertad de expresión parecen olvidar que la libertad de expresión no es un cheque en blanco para esparcir odio y violencia. Si se permitiera a Sosoaca participar en las elecciones presidenciales, estaríamos otorgando legitimidad a su discurso y, con ello, pavimentando el camino hacia una sociedad menos libre y menos justa.
PREVENIR ANTES DE LAMENTAR: APRENDER DEL PASADO
El avance de la extrema derecha en Europa no es un fenómeno aislado. En países como Hungría o Polonia, hemos visto cómo líderes que inicialmente llegaron al poder mediante procesos democráticos han desmantelado, paso a paso, las libertades de sus ciudadanos y ciudadanas. Lo que empieza como un discurso populista, cargado de odio y resentimiento, rápidamente se convierte en una amenaza a los derechos más básicos cuando se permite que el fascismo se asiente en las instituciones.
El fascismo no se combate con tibieza. No podemos esperar a que figuras como Sosoaca ganen elecciones para entonces tratar de limitar su poder. Si algo nos ha enseñado la historia es que, una vez que estos líderes se consolidan en el poder, las herramientas para combatirlos se vuelven escasas y las consecuencias, devastadoras.
No se trata solo de proteger a las minorías atacadas por el discurso de odio de Sosoaca, aunque esto ya sería razón suficiente. Se trata de proteger a toda la sociedad de una ideología que, en última instancia, solo trae división, violencia y represión. Si permitimos que figuras como Sosoaca tengan acceso a posiciones de poder, el precio que pagaremos será la degradación de nuestros derechos y la erosión de nuestras democracias.
Bloquear su candidatura no es solo una acción preventiva, es una declaración: no hay espacio para el fascismo en la democracia. Si queremos sociedades donde la igualdad y la libertad sean los principios rectores, debemos tener la valentía de trazar una línea y defenderla con firmeza. La democracia no debe ser un instrumento al servicio del odio.
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