Mientras la UE y hasta los obispos denuncian la limpieza étnica en Gaza, el líder del PP sigue sin mojarse para no enfadar a Ayuso ni a Netanyahu.
LA HEMEROTECA APLASTA A FEIJÓO
Cuando hasta los obispos se plantan y tú sigues callado, es que algo huele muy mal en tu liderazgo. La Conferencia Episcopal acaba de hablar más claro sobre el genocidio en Gaza que Alberto Núñez Feijóo en todo un año. Lo llaman “asedio”, “ocupación” y “limpieza étnica”. Reclaman sanciones y un embargo militar. Mientras tanto, el presidente del PP responde con su habitual gesto de funcionario gris: «Yo no me siento en el Consejo Europeo».
No es un lapsus, es una doctrina. Eludir cualquier posición que incomode a su electorado más ultra o a sus compañeros de bancada. Feijóo convirtió durante meses el infierno palestino en munición contra Pedro Sánchez, repitiendo el argumentario de Tellado, Ayuso y compañía: que si Hamás felicita al Gobierno, que si el reconocimiento de Palestina empodera al terrorismo, que si Sánchez es amigo de Maduro, de los talibanes, de ETA, de Satanás y de los Reyes Magos si hace falta.
¿El resultado? Una política exterior basada en memes y en el miedo a parecer humano. Porque si algo ha demostrado Feijóo es que, ante la masacre israelí, ha preferido repetir la consigna del “equilibrio” mientras caían bombas sobre hospitales, escuelas, bebés. Más de 15.000 niños asesinados. Más de 60.000 muertes totales. Y ni una sola vez ha pronunciado las palabras crimen de guerra, limpieza étnica, genocidio.
Por eso la frase “que la UE haga lo que considere” no es neutralidad, es complicidad. Porque callar mientras se masacra a un pueblo no es prudencia, es cobardía. Y esa cobardía se vuelve obscena cuando la propia Unión Europea decide revisar el acuerdo comercial con Israel por violación sistemática de derechos humanos, y tú solo sabes mirar para otro lado.
ENTRE LA SUMISIÓN Y LA FARSA
Feijóo no ha perdido el rumbo: es que nunca lo tuvo. Lo que hoy parece desorientación, en realidad es la consecuencia lógica de haber construido toda su posición internacional en torno al antiprogresismo de manual. Y en ese manual estaba claro: si Sánchez apoya Palestina, tú te haces israelí hasta las trancas. Si Sánchez exige el fin de los bombardeos, tú hablas de “desproporción” sin cambiar el tono de voz. Si Ayuso se hace una foto en los Altos del Golán, tú no pestañeas.
Pero el manual empieza a romperse. La UE da un giro. Los obispos se rebelan. Hasta Borja Sémper se sale del argumentario. Y entonces Feijóo se queda en pelotas, atrapado entre el discurso apocalíptico de su ala más ultra y la realidad diplomática internacional, que ya no traga con el genocidio israelí.
Porque sí, es genocidio. Lo dicen organizaciones como Human Rights Watch, Amnistía Internacional y ahora también la Conferencia Episcopal.
Mientras tanto, el PP sigue votando en contra del embargo de armas a Israel en el Congreso.
Y ahí está la clave: no se trata solo de palabras. Se trata de decisiones concretas. Se trata de dinero, de contratos, de intereses geoestratégicos y de qué lado estás cuando el horror te exige que elijas. Feijóo eligió el lado del negocio. Eligió no incomodar al aparato mediático que blanquea a Israel ni a la extrema derecha europea que lo idolatra como baluarte del “mundo libre”.
Pero lo de ahora no es sólo cobardía. Es estrategia. Una estrategia pensada para dejar que Ayuso grite, mientras él simula moderación. Para que Tellado haga el trabajo sucio, mientras él posa como tecnócrata serio. Para seguir jugando a la equidistancia en medio de una masacre.
Por eso el PP está hoy más cerca del Likud que de Bruselas. Por eso la posición de Ayuso, que defiende los bombardeos israelíes con frases como «no se puede luchar contra Hamás con flores», no es una salida de tono: es el núcleo ideológico de ese partido.
Y por eso duele tanto el silencio de Feijóo: porque ya ni los suyos lo respetan. Ni siquiera los obispos. Porque si la Iglesia católica es capaz de hablar de limpieza étnica, pero tú no, entonces lo tuyo ya no es prudencia. Es indignidad.
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