La comodidad europea se alimenta del deshielo y lo llama progreso
EL CONSUMO QUE DERRITE EL PLANETA
Europa ya ha inaugurado su nuevo regalo navideño: un carguero que atraviesa el Ártico para traernos más productos de consumo rápido. El Istambul Bridge, con bandera liberiana, partió de China el 22 de septiembre y llegó a Reino Unido el 13 de octubre, recortando el trayecto en 22 días y los costes en un 40%. ¿La ruta? El océano Ártico. ¿El precio? Un pedazo más de planeta convertido en mercancía.
El capitalismo ha hecho del deshielo una autopista comercial.
La travesía, celebrada como un éxito logístico, simboliza la obscenidad de un sistema que considera el calentamiento global una oportunidad de negocio. Mientras los científicos alertan de que el Ártico podría quedarse sin hielo en verano diez años antes de lo previsto, las empresas compiten por abrir nuevas rutas, como si la desaparición del hielo fuera un obstáculo superado y no una advertencia final.
Sian Prior, asesora principal de la Clean Arctic Alliance, lo resume sin eufemismos: “Las compañías buscan convertir el Ártico en una ruta regular. Pero si lo perdemos, eso no se va a quedar allí, nos golpeará a todas y todos”. La frase encierra la ironía suprema del capitalismo global: creer que el colapso climático se puede gestionar como un cambio de logística.
El envío transportaba lo habitual en estas fechas: ropa, baterías, repuestos, artículos de comercio electrónico que “pierden valor si no llegan rápido”. El eufemismo es perfecto. En realidad, pierden valor porque nosotros se lo hemos dado. Y porque la ansiedad de consumo europeo —esa carrera por recibir antes, comprar más y tirar pronto— necesita nuevas rutas incluso si para abrirlas hay que derretir el hielo que mantenía estable el clima del planeta.
EL NEGOCIO DEL DESHIELO
China lo ha llamado “el primer expreso ártico China-Europa”. Rusia, que lidera la militarización del Polo Norte, lo aplaude. En Europa se mira hacia otro lado, mientras las grandes marcas se preparan para la temporada de Black Friday y Navidad. Todos ganan, menos el planeta.
El capitalismo convierte cada advertencia ecológica en una nueva oportunidad de mercado.
Cuando el cambio climático derrite los polos, las potencias no piensan en revertirlo, sino en explotarlo. El deshielo facilita la extracción de gas, el transporte de petróleo, el comercio ultrarrápido. Es el nuevo oro blanco. Y el discurso de “eficiencia” y “reducción de emisiones” disfraza la devastación con lenguaje corporativo.
Lola Berna, de la organización Ecodes, lo explica con precisión: “Se justifica el incremento del tráfico en el Ártico como una reducción en días de tránsito y, por tanto, de emisiones. Pero eso oculta que seguir destruyéndolo es difícil de revertir”. La manipulación semántica es la herramienta más sofisticada del capitalismo fósil. Llaman “innovación logística” a romper hielo milenario con combustible pesado. Hablan de “reducción de CO₂” mientras liberan carbón negro, una micropartícula PM2.5 que multiplica por diez la capacidad de calentar el planeta al depositarse sobre la nieve y oscurecerla.
Ese carbón negro no solo calienta. Tiñe el hielo, lo mata en silencio.
Al absorber más radiación solar, acelera el deshielo y retroalimenta el ciclo de destrucción. Es un círculo vicioso: más rutas, más emisiones, más fusión, más rutas otra vez. Un sistema perfecto para un mundo suicida.
Pero la contradicción más obscena es que este nuevo corredor polar se ha abierto para satisfacer la demanda navideña europea. Es decir, para que podamos recibir antes nuestras compras compulsivas. Cada paquete envuelto en papel brillante lleva dentro un pedazo del Ártico derretido.
El capitalismo no solo ha privatizado la Tierra: ahora comercializa su propia agonía.
Mientras el hielo desaparece, Europa se consuela con el espejismo de que el deshielo “abarata los costes”. Pero lo que de verdad se abarata es la vida. Y cuando llegue el momento en que el Polo Norte se derrita por completo, no habrá ruta alternativa que nos lleve de vuelta.
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