Un guion escrito para legitimar la ocupación y poner a Palestina contra la espada y la pared
Un plan de “20 puntos” que ofrece plazos solo para lo que interesa a Israel, que no garantiza ni retirada ni soberanía palestina, y que amenaza con “terminar el trabajo” si no se acepta.
EL TEATRO DE LA PAZ
Donald Trump y Benjamín Netanyahu presentaron el 30 de septiembre de 2025 lo que llaman una salida “definitiva” a la guerra en Gaza. El anuncio, hecho desde la Casa Blanca, prometía liberar a todas y todos los cautivos israelíes en 72 horas, a cambio de la excarcelación de 250 palestinos y entrada de ayuda humanitaria. Ahí terminan las certezas.
El resto del plan es un amasijo de ambigüedades: Israel mantendría control sobre el 70% del territorio de Gaza, mientras fuerzas internacionales y árabes —seleccionadas sin participación palestina— administrarían la Franja, “demilitarizada” y sin capacidad de resistencia. Se impondría una comisión “independiente” para la vida diaria de dos millones de personas, pero esa comisión quedaría bajo la supervisión directa de Trump, acompañado de una junta donde aparece incluso Tony Blair, figura clave en la arquitectura del Irak ocupado.
Hamas y las facciones palestinas deberían desarmarse y sus militantes aceptar el exilio. El gobierno palestino oficial, la Autoridad Palestina, tampoco tendría cabida, salvo tras reformas dictadas por Estados Unidos e Israel. Netanyahu ha declarado abiertamente que no acepta un Estado palestino, y Trump respondió que lo “entiende”. El resultado es obvio: un marco diseñado para eternizar la subordinación y despolitizar al pueblo palestino.
No es un plan de paz, es un guion de rendición.
UNA ELECCIÓN ENTRE EL GENOCIDIO Y EL VACÍO
Los gobiernos de Egipto, Jordania, Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos y Turquía avalaron la propuesta de Trump. Sus ministros de Exteriores la saludaron como “esfuerzo sincero” y se ofrecieron a enviar tropas y dinero para la reconstrucción. El chantaje es evidente: o se acepta la tutela extranjera o se prolonga la masacre.
El problema es que la única parte con calendario claro es la que beneficia a Israel: los cautivos israelíes. Nada asegura la retirada militar, ni la reconstrucción, ni los derechos básicos de la población gazatí. La experiencia reciente lo confirma: en enero, Israel aceptó un alto el fuego que liberó a civiles cautivos, pero Netanyahu bloqueó las negociaciones siguientes y el 18 de marzo rompió la tregua con nuevos bombardeos. La impunidad vuelve a ser parte del guion.
Mientras se presentan estas “negociaciones”, la realidad sigue en Gaza: más de 56.000 muertos y una hambruna provocada que ya ha cobrado la vida de al menos 420 personas, la mayoría niñas y niños. La amenaza de Trump a Hamas fue explícita: si rechaza el plan, Estados Unidos apoyará a Israel para “terminar el trabajo”. En otras palabras: la aceptación equivale a la derrota política; el rechazo, a la masacre inmediata.
El dilema es una trampa cuidadosamente diseñada. Los familiares de cautivos israelíes lo llaman “la última oportunidad”, pero para el pueblo palestino la alternativa es entre el genocidio o un futuro de administración colonial y sin horizonte de Estado.
El plan, celebrado por Netanyahu como “la mejor propuesta de la historia”, consagra los objetivos de la derecha israelí: Gaza desarmada, sin soberanía, bajo control extranjero y con Trump erigido en árbitro. No se ofrece justicia, solo un simulacro de orden impuesto.
El nombre es paz. El contenido es sometimiento. El desenlace es incertidumbre para Palestina y victoria política para Netanyahu.
Y si algo ha demostrado la historia reciente es que donde Estados Unidos y sus aliados ofrecen “reconstrucción”, lo que llega es un protectorado sin derechos y con las ruinas aún humeantes.
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