La obra de Octavio Paz (1914-1998) sigue tan vigente como cuando se publicó y aún es objeto de análisis, discusión y reflexión. Su legado perdura en la lucidez de su pensamiento, que se proyecta con intensidad en el siglo XXI. Se puede afirmar que “su legado no es su palabra, sino el espacio que abre su palabra”, como él mismo escribió refiriéndose a Stéphane Mallarmé en su ensayo Los signos en rotación, de 1965.
La palabra y la poética de Octavio Paz son una fuente de conocimiento, sin tiempo ni caducidad. Su historia vital se extiende a lo largo del siglo XX, un siglo convulso e inquietante, repleto de conflictos, además de cambios de paradigmas del saber que él supo captar y a veces vaticinar.
Indagar y polemizar, según Octavio Paz
A sus 23 años de edad, Paz publicó “No pasarán”, un efusivo poema en apoyo a la segunda República española. Gracias a eso fue convocado por Pablo Neruda a participar en el II Congreso de Escritores Antifascistas (Valencia, 1937).
Dorieo/Wikimedia Commons, CC BY-SA
Ante un grupo importante de escritores de izquierda (León Felipe, Cernuda, Alberti, Hemingway, Malraux, entre otros) mostró su enorme capacidad intelectual y su penetración crítica cuando disertó acerca del valor de la libertad para el ciudadano y para el escritor, cuando defendió la libertad para la imaginación. La experiencia resultó fundamental en su trayectoria poética y política. A partir de entonces se convirtió en una voz crítica de la situación política mexicana y del mundo.
Nunca cesó de indagar y polemizar acerca de los excesos de los regímenes totalitarios durante y después de la Guerra fría. Su visión crítica llega a ser una “pasión”. Tanto su poesía como sus ensayos dirigen la mirada a la historia de México, a su devenir y su esencia. También destaca su interés antropológico, y por la pintura y el arte de vanguardia.
En 1950 publica El laberinto de la soledad, ensayo que afianza su presencia en la escena internacional por su carácter de exploración del “ser mexicano”. El libro desata polémicas por su visión de la soledad y la melancolía que aprisionan al ser nacido del encuentro de dos mundos.
Según el crítico mexicano Christopher Domínguez Michael, autor de una amplia y detallada biografía del poeta titulada Octavio Paz en su siglo, “en solo dos años Paz se instaura como uno de los grandes escritores del orbe hispanoamericano”. Del 1956 a 1958 publica el libro de poética El arco y la lira, la colección de poemas La estación violenta, y un notable poema largo, “Piedra de Sol”.
En El arco y la lira (1956), uno de sus libros capitales, explora el fenómeno poético desde prácticamente todos ángulos, en una densa y bellísima prosa que discurre como inagotable manantial. En la “Introducción” escribe:
“La poesía es conocimiento, salvación, poder, abandono. Operación capaz de cambiar al mundo, la actividad poética es revolucionaria por naturaleza; ejercicio espiritual; es un método de liberación interior. La poesía revela este mundo, crea otro. Pan de los elegidos; alimento maldito”.
Se aprecia la densidad de su prosa, pero sobre todo sus ideas sobre el ser de la poesía, su constante oscilación entre los polos contrarios, su naturaleza dinámica, nunca petrificada. Sus meditaciones poéticas escritas a mediados del siglo XX no tienen fecha de expiración.
El poema y el planeta Venus
Una de las cumbres de su obra es el poema “Piedra de sol” (1957). Consta de 584 endecasílabos y, según explica el propio autor, “el número de versos es igual al de la revolución sinódica del planeta Venus”, representación del principio femenino.
Paz basa su composición poética en el calendario azteca, en el que estaba registrado que el planeta Venus aparecía dos veces al día, la primera como estrella del amanecer y la segunda como estrella vespertina. En dicho calendario, el ciclo anual se inicia el día 4 Ollin y, después de 584 días, el día 4 Ehécatl señala la conjunción de Venus y el Sol: lo femenino y lo masculino. En esa conjunción se inicia un nuevo ciclo.
El poema se desenvuelve en una clave dual, de oxímoron, de encuentro de los contrarios: femenino–masculino, bien–mal, amor–odio, vida–muerte… una experiencia cósmica. Tiene una forma circular y comienza y termina con los mismos seis magníficos versos, como la serpiente que se muerde la cola en el calendario azteca:
Un sauce de cristal, un chopo de agua,
un alto surtidor que el viento arquea,
un árbol bien plantado mas danzante,
un caminar de río que se curva,
avanza, retrocede, da un rodeo
y llega siempre:
Los versos evocan un paisaje en movimiento, árboles, viento y río en armonía. En el cuerpo del poema se abordan grandes temas de la poesía occidental: la pareja y la presencia amorosa como trasunto de un “cuerpo de luz”, el peregrinaje del hombre, la mujer y su simbología, el tiempo, la historia, el ciclo vital.
Los árboles y la poesía
Octavo Paz mantuvo siempre una enorme atracción por la naturaleza, en especial por los árboles, cuya condición vital comparaba con la de la poesía:
“Los árboles hacen respirable a la vida, en el sentido físico, pero también en el sentido espiritual. Y creo que la poesía, como los árboles, también hace eso, purifica el lenguaje da un poco de oxígeno al lenguaje, hace que podamos hablar de un modo mejor, más profundo y más lúcido. La poesía y los árboles tienen una cualidad única: saben arder. […] Poemas y árboles tienen que saber arder”.
Fototeca Zona Paz/Rafael Doniz, CC BY-SA
A 25 años de su muerte, la poesía de Octavio Paz sigue ardiendo. A pesar de que aquí hemos repasado muy poco de su vida y obra (escribió más de sesenta libros, reunidos en quince tomos de Obras completas), se hace evidente que fue un hombre singular, uno de los más grandes sabios del siglo XX, ganador del Premio Nobel de literatura en 1990 (siendo el único mexicano con ese galardón).
Además de escritor, traductor y crítico de literatura y arte, Paz fue editor de revistas de alcance mundial. En ellas publicaba tanto a autores consagrados como a jóvenes escritores. Las principales fueron Plural y Vuelta. Fue un promotor de la cultura, un hombre memorioso, reflexivo, enciclopédico, crítico apasionado que ensanchó el horizonte cultural del hombre y del mundo.
Cuando en una entrevista al final de su vida le preguntaron cómo le gustaría ser recordado, sin dudarlo expresó que como poeta.
Y, erigiéndose sobre sus otras facetas, así es como lo recordamos hoy: Octavio Paz, poeta.
Dulce María Zúñiga Chávez no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.
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