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El pasado mes de enero Irlanda tuvo el pico de casos más alto y más rápido del mundo. Y se produjo porque, a comienzos de diciembre, las autoridades del país consideraron que el número de casos era lo suficientemente bajo como para permitir una cierta relajación de las restricciones. En ese momento, Irlanda, que había realizado un segundo confinamiento en noviembre, tenía la menor incidencia de COVID-19 de Europa. Los restaurantes y los comercios no esenciales reabrieron, y las personas de diferentes núcleos familiares se pudieron reunir de forma limitada.
La gente volvió a reunirse, tanto en casa como fuera. A pesar de que hubo muchas advertencias contra la celebración de reuniones en hogares, según se aproximaba la Navidad se iba haciendo patente el rápido aumento del número de casos y, con él, el de hospitalizaciones, ingresos en UCI y, lamentablemente, fallecimientos. La razón era sencilla: demasiado contacto entre la gente. El COVID-19 es un virus estacional que aumenta su propagación en invierno (como cualquier otro virus respiratorio) porque en este periodo pasamos mucho más tiempo en espacios interiores.
A los irlandeses les encanta la Navidad, y venían de sufrir un duro confinamiento en noviembre. Una de las lecciones que nos enseña el caso irlandés es que basta con que haya una pequeña cantidad de encuentros sociales (la mayoría de la gente se reunió) para que se produzca un repunte de la enfermedad.
Cronología de un giro radical
El Gobierno irlandés reaccionó rápido. El 24 de diciembre volvió a aplicar restricciones a escala nacional, y el 6 de enero Irlanda volvió a imponer uno de los confinamientos más estrictos de Europa. No había ninguna duda de que la fiesta se había acabado. Se cerraron las escuelas, se clausuraron las obras y se prohibió ir a recoger a las tiendas pedidos de productos no esenciales.
El 26 de enero el Gobierno amplió el confinamiento como mínimo hasta el 5 de marzo. Cuatro días después, anunció que Irlanda había registrado más casos en enero que en todo 2020.
El 3 de diciembre el número total de muertes relacionadas con la COVID-19 en el país era de 2 080 personas. Para el 5 de febrero esta cifra había aumentado hasta las 3 621 personas. Esto significa que murió casi tanta gente en las semanas que siguieron al comienzo de diciembre que en todo el tiempo que había transcurrido desde el inicio de la pandemia. Fue el precio de las navidades.
Pero las restricciones funcionaron. A partir del 11 de enero Irlanda tuvo un periodo siete días en el que se dio una media de 6 363 casos diarios. Y tras alcanzar ese pico, la cifra ha ido bajando de forma constante. El pasado 6 de febrero cayó hasta los 1 035 casos, un descenso que se encuentra entre los más rápidos del mundo. Esto se explica por la falta de contacto entre la gente.
![Cómo consiguió Irlanda doblegar uno de los mayores picos de casos de COVID del mundo 10 Gráfico de casos confirmados de COVID-19 en Irlanda por cada millón de habitantes.](https://images.theconversation.com/files/383381/original/file-20210209-15-dzhq7z.png?ixlib=rb-1.1.0&q=45&auto=format&w=754&fit=clip)
Asestar un gran golpe
El caso irlandés nos vuelve a mostrar hasta qué punto es sencillo hacer descender el número de casos. El virus se contagia de una persona a otra, por lo que si la gente no se reúne, o si lo hace pero siguiendo todas las indicaciones (distancia de seguridad, llevar mascarilla, no pasar demasiado tiempo en interiores, que haya ventilación) la transmisión del virus se reduce drásticamente y el número de casos cae. Irlanda le está asestando un gran golpe al pico de la curva, que está bajando al suelo. Se trata de un logro del que hay que estar orgulloso.
La esperanza en la campaña de vacunación está sirviendo de acicate para todo el mundo, al igual que la perspectiva de que el próximo verano la transmisión del virus se reduzca de forma significativa. Y es que hay consenso en que estar en espacios exteriores reduce la transmisión. Debemos aprender bien la lección y recordarla el próximo invierno, cuando volvamos a pasar mucho tiempo en espacios interiores.
La posibilidad de que se repita lo que ocurrió este invierno es realmente baja, sobre todo si tenemos en cuenta el efecto de los programas de vacunación masivos. Pero nunca seremos lo bastante cautos, sobre todo si tenemos en cuenta la aparición de nuevas cepas más contagiosas, más letales o que esquivan de una forma más eficaz la acción de nuestro sistema inmunitario.
Irlanda debe seguir con las medidas de sanidad pública en el futuro próximo. Este virus explotará cualquier debilidad, y el objetivo ahora es aprender de los errores y llegar a una nueva fase gracias a aquello que se ha convertido en el mantra de estos tiempos: el optimismo prudente.
Artículo traducido gracias a la colaboración con Fundación Lilly.
Luke O’Neill no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.
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