Una segunda vuelta que no solo decide un Gobierno. Decide hasta dónde puede llegar la ola reaccionaria en América Latina.
EL AVANCE ULTRA COMO PROYECTO CONTINENTAL
Chile vuelve a situarse en el centro del tablero latinoamericano. No por un estallido social, ni por un plebiscito constituyente, sino por algo más antiguo y más peligroso: la reorganización de las derechas extremas en la región. Las elecciones del 17 de noviembre dejaron un mensaje nítido: José Antonio Kast no ganó la primera vuelta, pero es el candidato con más posibilidades de llegar a La Moneda gracias a la suma mecánica de las derechas, que en su conjunto alcanzan prácticamente la mitad del electorado.
Apenas veinte años después de que Chile fuese exhibido como ejemplo de transición democrática y laboratorio neoliberal, el péndulo político se ha movido hacia la reacción. Que Kast se enfrente el 14 de diciembre a Jeannette Jara, candidata comunista, es el síntoma más evidente de un país fracturado y fatigado, pero también la prueba de que algunas élites llevan años ensayando un guion continental para devolver el poder a quienes jamás aceptaron perderlo.
Las derechas no compiten entre sí, se ensamblan como piezas de un engranaje mayor. Kaiser, Matthei, la UDI (y su tradición pinochetista sin pudor), los libertarios antisistema, los think tanks financiados con dinero privado y los operadores que conectan Santiago con Buenos Aires, Madrid y Washington integran una red que lleva al menos dos décadas fortaleciéndose. La investigadora Lisa Zanotti recuerda que Axel Kaiser aparece regularmente en foros argentinos vinculados al liberticida Javier Milei, prueba de que estas alianzas ya no son ideológicas, sino logísticas.
La ultraderecha no necesita mayoría social. Solo necesita suficiente normalización. Y Chile, con un pinochetismo todavía desvergonzado, se lo ofrece sin resistencia.
KAST COMO PRODUCTO POLÍTICO Y LA IZQUIERDA A LA DEFENSIVA
El 13,9% de Johannes Kaiser no fue un accidente. Su candidatura cumplió una función precisa: situar a Kast en un espacio aparentemente moderado, una maniobra calculada que ya hemos visto en Europa y en Argentina. Kaiser, más vociferante y más mimético con Milei, empujó la ventana del discurso, permitiendo que Kast apareciera como un “patriota cívico” preocupado por la seguridad y la economía. Pero esa moderación es una ilusión. Kast defiende eliminar la ley de supuestos que permite abortar, propone recortes drásticos, deportaciones masivas y un modelo social que blinda privilegios y sacrifica derechos.
La derecha chilena ha comprendido que es su momento histórico, como advierte Soledad Vallejos. Por eso Matthei y Kaiser no tardaron ni veinticuatro horas en cerrar filas. Primero se conquista el poder, luego se reparten las estancias del palacio. La disciplina conservadora es impecable.
Mientras tanto, Jeannette Jara llega a la segunda vuelta debilitada, con un voto menor al de la aprobación del propio Boric, atrapada en un dilema cruel: movilizar a una izquierda cansada y, al mismo tiempo, persuadir a un electorado que todavía asocia “comunista” con fantasmas sembrados durante la dictadura. El anticomunismo en Chile no es un residuo, es un arma política de pleno rendimiento.
Zanotti lo resume con crudeza: hay votantes progresistas que no quisieron apoyar a Jara. Y recuperarlos será difícil, porque en toda América Latina la izquierda institucional se encuentra a la defensiva frente a un extremismo que no teme deformar conceptos como libertad, sentido común o buenas costumbres.
Mientras la izquierda propone “programas”, la ultraderecha vende certezas viscerales. La sensación de mano dura frente a una inseguridad que en gran parte está sobredimensionada. La idea de un orden nacional que separa a “chilenos de bien” del resto. El miedo como método, la nostalgia como pegamento y la mentira como estrategia.
EL VOTO PARISI Y EL DESCONTENTO COMO COMBUSTIBLE
El 19,7% de Franco Parisi fue la gran sorpresa de la noche y un aviso para cualquier progresismo que todavía confíe en la racionalidad del debate público. El Partido de la Gente, sin coordenadas ideológicas claras, funciona como un recipiente donde cabe la rabia antisistema, la desconfianza institucional y la precariedad emocional de quienes no ven salida en el mapa político tradicional.
Vallejos lo define como una contradicción corrosiva: fuerzas que reniegan de la política mientras aspiran a ocupar la política. Pero funcionan. Lo hacen en Santiago, en Buenos Aires y en Madrid. Este desorden no es coyuntural, es estructural: nace de la caída en picado de las derechas liberales y del descrédito de los partidos progresistas tras años de repliegues y renuncias.
El voto Parisi es el botín de la segunda vuelta. Jara solo tiene un camino: explicar, sin rodeos, qué significaría un Gobierno de Kast para las y los migrantes, para las mujeres, para las y los trabajadores, para la comunidad LGTBI, para cualquiera que no entre en la definición estrecha de “orden”. Hablar del miedo, sí, pero también del daño real que ya anticipan las propuestas del candidato republicano.
CHILE COMO SÍNTOMA Y COMO ADVERTENCIA
Chile parece un caso aislado, pero no lo es. Si Kast gana, se convertirá en el sexto país sudamericano con un presidente de derechas o ultraderechas, después de Argentina, Paraguay, Perú, Ecuador y Bolivia. Y no será un triunfo personal, sino el resultado de un proyecto continental que atraviesa fundaciones, universidades privadas, lobbies empresariales y plataformas mediáticas.
Los resultados del legislativo muestran que la derecha tendrá un capital político extraordinario, probablemente el mayor de las últimas décadas. Y esa concentración de poder es el verdadero riesgo: no las frases radicales, sino la capacidad de convertirlas en leyes, presupuestos y vidas devastadas.
La pregunta no es si Chile puede derechizarse. La pregunta es si una sociedad que vivió un estallido monumental en 2019, que reclamó dignidad y un nuevo pacto social, va a permitir que la ultraderecha utilice el cansancio como pasaporte para volver al pasado.
El 14 de diciembre no se vota solo un Gobierno. Se vota quién escribirá el futuro inmediato de toda la región. Y esta vez, el resultado puede cambiar mucho más que un país.
Chile ante el abismo: el laboratorio perfecto del nuevo extremismo continental
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