20 Oct 2025

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Así manipulan tu salud: el negocio químico que intoxica Europa
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Así manipulan tu salud: el negocio químico que intoxica Europa 

El ácido trifluoroacético (TFA), derivado de los “químicos eternos” PFAS, se ha filtrado en el agua, los alimentos y el aire mientras las grandes corporaciones falseaban informes para evitar controles.

EL NEGOCIO DE LA DUDA

Durante más de dos décadas, los gigantes de la industria química —Bayer, BASF, Corteva y Syngenta— han fabricado un relato para negar la toxicidad del ácido trifluoroacético (TFA), según documenta el informe Manufacturing Doubt. How the industry downplays TFA’s toxicity publicado por la organización Pesticide Action Network (PAN).

El TFA es el hijo bastardo de los PFAS, los llamados “químicos eternos”, una familia de sustancias sintéticas utilizadas para fabricar sartenes antiadherentes, tejidos impermeables, cosméticos o pesticidas. Son tan persistentes que no se degradan durante siglos y se acumulan en los ríos, el aire y el cuerpo humano.

Según el estudio, la industria entregó estudios incompletos, retrasó la publicación de resultados y tergiversó conclusiones ante las agencias europeas ECHA y EFSA. Su objetivo era uno: evitar que Bruselas los incluyera en la lista negra de sustancias altamente tóxicas.
Los informes internos, ahora destapados, muestran un patrón: malformaciones oculares, alteraciones hormonales, daños hepáticos, infertilidad, cáncer y defectos de nacimiento incluso en dosis bajas. Los fetos y la infancia son los más vulnerables, pero el negocio no se detuvo.

En 1998, el TFA ya había sido identificado como riesgo para las aguas subterráneas. En 2007 se detectó en cultivos y en 2014 se reconocieron 39 pesticidas que se degradaban en este compuesto tóxico. Sin embargo, el proceso de evaluación se dilató 25 años. Cuando Alemania propuso en 2024 clasificarlo como “tóxico para la reproducción”, las empresas respondieron que los daños eran “específicos de conejos”.
El capitalismo químico siempre encuentra su coartada científica.

El informe de PAN denuncia una estrategia conocida: “manufacturar la duda”. Lo mismo que hicieron las tabacaleras con el cáncer o las petroleras con el cambio climático. En lugar de desmentir la evidencia, siembran confusión para paralizar la regulación. Y durante esa espera, los beneficios crecen.


EL AGUA CONTAMINADA Y LA POLÍTICA SILENTE

La Agencia Europea de Sustancias y Mezclas Químicas (ECHA) reconoce que el TFA ya está clasificado como corrosivo, dañino para la piel, los ojos y la vida acuática. Aun así, sigue presente en pesticidas, envases alimentarios y productos de limpieza.
Mientras tanto, las autoridades comunitarias “evalúan” nuevas evidencias, un eufemismo burocrático que encubre décadas de inacción.

En palabras de Angeliki Lysimachou, científica de PAN, “la industria decía que era una sustancia sin importancia”. Hoy, su rastro está en las aguas potables de media Europa.
La negligencia institucional ha convertido la salud pública en un experimento químico masivo.

El Reglamento 1107/2009 de la UE establece que toda sustancia comercializada debe demostrar su inocuidad para las personas y el medio ambiente. Pero los hechos muestran que la prioridad ha sido proteger la competitividad agrícola y los beneficios empresariales.
Bruselas repite los mantras del crecimiento verde mientras los ríos europeos se llenan de veneno legal.

En 2025, hay 32 pesticidas PFAS activos en la Unión Europea. Y aunque el 3 de octubre la Comisión aprobó una tímida restricción de PFAS en espumas contra incendios, solo cubre una fracción mínima del problema. Cada año se liberan más de 470 toneladas de estas sustancias en el suelo y el agua, según el propio Ejecutivo comunitario.

El legado tóxico del TFA no es un accidente: es la consecuencia directa de un modelo económico que convierte la duda en negocio.
Mientras Bayer asegura que “no hay indicios de riesgo”, y BASF defiende que “todos los datos se entregan a las autoridades”, la realidad es que los niveles de TFA aumentan incluso en las aguas embotelladas.


Las y los europeos beben a diario un cóctel químico fabricado en los despachos de las multinacionales y autorizado en los despachos de Bruselas.
El veneno ya no es clandestino: es reglamentario.

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