Mientras los políticos aplauden submarinos, la clase obrera arde por dentro y por fuera de los astilleros
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LA DIGNIDAD EN HUELGA Y LA POLICÍA PORRA EN MANO
Cartagena no es una excepción, es una advertencia. El 2 de julio no solo marcó el comienzo de otro mes sin sueldo para más de 2.000 trabajadoras y trabajadores del metal, sino el ascenso de un conflicto que ya nadie puede ignorar: cuatro detenidos, cargas policiales ante el Arsenal militar y una patronal atrincherada. La huelga del metal en la ciudad portuaria ha roto todos los esquemas del poder: los de la impunidad patronal, los del silencio mediático, los de la hipocresía institucional.
Navantia, empresa pública pero con lógica empresarial privatizadora, se escuda tras un Ministerio de Defensa que aprieta el calendario para terminar a tiempo el submarino S-82. Las consecuencias de este apremio son directas: entrada de personal por el cuartel militar para esquivar los piquetes, colocación apresurada de estructuras, amenazas de despido, sueldos rebajados al 50% y ninguna voluntad negociadora. No estamos ante un simple conflicto laboral: estamos ante un pulso por la dignidad frente a una maquinaria estatal-industrial que ha olvidado quién levanta realmente los barcos.
Las detenciones del 1 y 2 de julio son solo la expresión judicializada del nerviosismo político. La delegada del Gobierno, Mariola Guevara, habla de “prudencia y buen comportamiento” como quien observa un espectáculo desde la tribuna. Pero cuando se gana menos de mil euros al mes, se trabaja 12 horas diarias y se firma sin rechistar para no acabar en la calle, la prudencia ya no es una opción: es un privilegio que solo disfrutan los que nunca han tenido las manos manchadas de grasa.
EL ASTILLERO COMO SÍNTOMA: PRECARIEDAD, REPRESIÓN Y RESISTENCIA
El conflicto en Cartagena es la enésima demostración de que la subcontratación mata los derechos, de que los convenios colectivos no son iguales para todas y todos, y de que la militarización de los espacios laborales es cada vez menos simbólica. Lo que comenzó como una huelga por la inclusión de un plus de astillero —que ya cobran en Ferrol y Cádiz— y por el derecho a subrogación, ha degenerado en una estrategia patronal de desgaste, en connivencia con instituciones que prefieren hablar de sabotaje antes que reconocer la injusticia.
La empresa Meisa, empujada por Navantia, ha reventado el conflicto al entrar por la puerta trasera del Arsenal. Mientras los compañeros huelguistas intentaban evitarlo, fueron disueltos en minutos a golpe de antidisturbios. Las imágenes ya circulan: trabajadores tumbados en el suelo, empujados contra las vallas, insultados. Pero ni una mención en los telediarios. La construcción del S-82 sigue adelante con menos manos, más prisas y una ceremonia de botadura vacía, porque el submarino estará bonito por fuera, pero hueco por dentro. Como toda política laboral basada en la apariencia.
La presión ya no es solo física: es psicológica y económica. Hay quienes han cobrado menos de 500 euros en junio. Y en julio, quizá nada. Se castiga a quien lucha, no a quien precariza. Las empresas colaboradoras empiezan a deslizarse hacia el regreso, tentadas por una rentabilidad que se mide en ahorro salarial, no en justicia laboral. La patronal, con la FREMM al frente, se permite la desfachatez de decir que no negociará mientras haya huelga. Como si el derecho a huelga no fuera precisamente eso: una herramienta para forzar una negociación.
Esto no es solo Cartagena. Es Cádiz en 2021, Vigo en 2019, Ferrol en 2006. La historia se repite porque la raíz sigue intacta: una alianza estructural entre las patronales del metal y el Estado, que necesita mano de obra barata para vestir de gala sus industrias estratégicas. Submarinos sí, derechos laborales no.
Y mientras, los grandes sindicatos mayoritarios observan en silencio. La huelga indefinida sigue sostenida por los sindicatos combativos y las bases, sin tregua, sin cámara, sin blindaje mediático. La lucha se traslada a las calles de la ciudad, al Ayuntamiento, a la Asamblea Regional. Porque si el Estado elige la represión, la clase trabajadora responde con resistencia.
Quince días de huelga no han logrado torcer la voluntad de quienes quieren vivir con dignidad. Pero sí han dejado claro que este país tolera mejor los tanques que a las huelgas.
Este artículo ha sido desarrollado a partir de la sugerencia de nuestra seguidora Estefania estefania_heredia_
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