Europa quema y las élites siguen vendiendo humo verde
Cuando las temperaturas alcanzan los 46,6 °C en Portugal, los incendios arrasan miles de hectáreas y la gente muere por golpe de calor, ya no se puede hablar de advertencia. Esto ya es colapso. Lo llaman “ola de calor” como si fuera un fenómeno pasajero, pero lo que vivimos es el resultado predecible de décadas de negligencia política, dependencia fósil y negacionismo rentabilizado.
CRISIS CLIMÁTICA Y RÉCORDS DE TEMPERATURA
España, Grecia, Italia y Portugal superaron los 40 °C durante el último fin de semana de junio. Francia activó alertas para más de 40 millones de personas, y en Londres se alcanzaron los 35 °C, bordeando el récord histórico de junio. Barcelona registró la muerte de una trabajadora de 51 años tras su jornada bajo el sol. En Grecia, al menos 45 incendios forestales se propagaron en solo 24 horas. En Turquía, se evacuaron más de 500 personas tras otro incendio voraz.
Estas cifras no son una anomalía. Son la norma de un sistema que ha decidido convivir con la catástrofe. Las olas de calor ya no se cuentan por años, sino por semanas. El mes de junio de 2025 será el más caluroso jamás registrado, y los expertos ya prevén que las muertes vinculadas al calor podrían cuadruplicarse antes de 2050 si todo sigue igual.
No es ciencia ficción. Es meteorología convertida en necrología.
INACCIÓN POLÍTICA Y GREENWASHING
Mientras el hormigón arde y los servicios de urgencias colapsan, los gobiernos siguen apostando por la retórica vacía del “crecimiento verde”. Las soluciones ofrecidas son paternalistas, cosméticas o ineficaces: “hidrátese”, “evite salir a la calle”, “trabaje a la sombra si puede”. Pero el problema no es el sol. El problema es un modelo económico que convierte el planeta en horno y a las clases trabajadoras en carbón.
En Italia se prohibió temporalmente el trabajo exterior durante las horas más críticas. En Francia se hablan de “islas de calor” como si fueran fenómenos meteorológicos espontáneos y no el resultado de políticas urbanas depredadoras. En el Reino Unido, las recomendaciones oficiales rozan la autoparodia: ponerse crema solar y beber agua. Mientras tanto, se siguen subvencionando combustibles fósiles, se retrasa la transición energética y se protege a las grandes corporaciones del sector contaminante.
El greenwashing es el nuevo negacionismo: la mentira amable que permite seguir ganando dinero mientras el mundo se quema.
¿QUIÉN GANA CON EL COLAPSO CLIMÁTICO?
El capitalismo no pierde con la crisis climática: se adapta, la monetiza y la transforma en nueva oportunidad de negocio. A las aseguradoras les salen las cuentas. Las farmacéuticas agradecen los picos de patologías agravadas por el calor. Las constructoras ya diseñan edificios “resilientes” para quienes puedan pagarlos. Y las grandes eléctricas se frotan las manos con el incremento del uso de aire acondicionado.
Las víctimas, por el contrario, siempre son las mismas: trabajadoras de limpieza, jornaleras, personas mayores, personas migrantes, barrios hacinados sin zonas verdes ni sombra. No es solo una crisis ecológica: es una guerra de clases térmica. Las élites no solo viven más, ahora también sudan menos.
El colapso climático no es accidental. Tiene beneficiarios, tiene responsables y tiene víctimas.
Seguir esperando milagros institucionales es una forma de rendición. El tiempo de los “cambios graduales” ha pasado. Las reformas cosméticas matan tanto como los negacionistas. Necesitamos medidas de choque: abandono inmediato de los combustibles fósiles, reducción drástica del consumo energético, urbanismo verde planificado, trabajo garantizado y adaptado al clima, control ciudadano del sistema energético, y justicia climática con memoria histórica y mirada de clase.
El futuro no es una línea recta. El infierno ya empezó. Y aún estamos a tiempo de prender otra llama.
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