La represión no entiende de Oscars ni de focos: a Hamdan Ballal y secuestraron mientras sus hijas lloraban al otro lado de la puerta
Hamdan Ballal no solo es periodista y activista palestino. Es también codirector de No Other Land, el documental que retrata con crudeza el día a día de las comunidades palestinas bajo la ocupación israelí en Cisjordania. Hace apenas tres semanas, este trabajo ganó un Oscar. A los ojos del mundo, Ballal se convirtió en símbolo de resistencia. A ojos de los colonos y militares israelíes, en objetivo.
El lunes 24 de marzo de 2025, Ballal fue apaleado durante cerca de veinte minutos por un grupo de colonos —entre ellos Shem Tov Luski, señalado en múltiples informes por su violencia— y soldados israelíes. No fue detenido después del ataque: fue detenido por el ataque. A pesar de sus heridas, fue arrestado, vendado, maniatado y retenido sin atención médica durante casi un día completo. Solo fue liberado tras firmar un documento que le prohíbe siquiera hablarle al colono que lo acusó falsamente de lanzar piedras.
«Venían a matarme», ha declarado Ballal. Sus tres hijos pequeños y su mujer, Lamia, presenciaron el ataque desde la ventana de su humilde casa en Susya, al sur de Cisjordania, mientras tres hombres uniformados lo golpeaban con sus fusiles y otro grababa la escena. “Pensé en salir a ayudarle, pero la violencia ya se había desatado”, recuerda Lamia. Su hogar es ahora un símbolo de la impunidad: las manchas de sangre aún ennegrecen la entrada.
La agresión tuvo lugar justo al comenzar el iftar, la ruptura del ayuno de Ramadán. Y, como siempre, sin consecuencias para los agresores. Solo en lo que va de 2025, la aldea de Ballal ha sufrido al menos 45 ataques graves de colonos, según el activista israelí Kobi Snitz, presente durante el asalto.
LA VENGANZA DEL ESTADO ANTE LA VERDAD AUDIOVISUAL
El documental No Other Land ha puesto nombre, rostro y contexto al acoso sistemático que vive la población palestina en la zona de Masafer Yata. No es casualidad que tras la visibilidad internacional del filme, sus codirectores estén ahora más expuestos. Basel Adra, también protagonista y coautor del documental, lo resume con claridad: “Esto es una política de Estado. Quieren echarnos de aquí”.
La operación de castigo no es nueva, pero sí más agresiva. Desde el inicio de la guerra en Gaza en octubre de 2023, la violencia por parte de colonos radicales se ha intensificado, tal como denuncian ONG israelíes y palestinas. En Cisjordania, colonos armados actúan con la cobertura abierta de las fuerzas de seguridad israelíes. Las víctimas son siempre las mismas: palestinas y palestinos indefensos, acusados sin pruebas, detenidos sin cargos, golpeados sin juicio.
La misma maquinaria que bombardea Gaza desde el aire con F-16, protege en tierra a colonos que apalean a cineastas frente a sus hijas. Esa misma maquinaria detuvo a Ballal después de ser agredido, lo retuvo sin asistencia y le impuso silencio legal hacia su agresor. El Estado que permite esto es el mismo que sigue recibiendo fondos millonarios de Estados Unidos y cobertura diplomática de Europa.
Joshua Kimelman, activista judío estadounidense, fue testigo del ataque. También fue atacado. Desde hace dos meses colabora con organizaciones de derechos humanos en la zona. Su coche fue rodeado y apedreado. «Siento vergüenza», declaró. Una vergüenza que no comparte la diplomacia de Washington, más preocupada por blanquear colonos que por proteger civiles.
Ballal no es el primero ni será el último. La lista de palestinos agredidos, desplazados, encarcelados o asesinados es interminable. Pero lo escandaloso es que ni siquiera un Oscar sirve para frenar la violencia. Ni el reconocimiento mundial, ni los focos de Hollywood, ni las entrevistas internacionales ofrecen escudo frente a un sistema que persigue, castiga y silencia.
No Other Land retrata precisamente esto. No se trata solo de Hamdan Ballal, de su casa sin muebles, del suelo de cemento o de su energía solar improvisada. Se trata de un apartheid sostenido por armas, propaganda y silencio cómplice. Un apartheid donde la sangre en la puerta no vale lo mismo si no es israelí. Un apartheid donde la palabra de un colono armado tiene más peso que la de un periodista herido.
Y aún hay quien se pregunta por qué se llama genocidio.
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