El multimillonario amplifica el ascenso de movimientos ultraderechistas en Alemania y Reino Unido mientras se posiciona como figura clave de la administración Trump.
Elon Musk, propietario de Tesla y la red social X, ha decidido inmiscuirse en las elecciones parlamentarias alemanas del próximo 23 de febrero. Con un simple mensaje en X, “Solo la AfD puede salvar Alemania”, ha desatado una tormenta mediática. Este apoyo explícito al partido ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD) no es un gesto aislado, sino parte de un patrón inquietante. Musk no solo amplifica las voces de los sectores más reaccionarios, sino que también legitima su discurso a escala global.
La AfD, conocida por su retórica antimigración y su negacionismo climático, ha encontrado en Musk un altavoz inesperado pero poderoso. Tras el atentado en Magdeburgo, que dejó cinco víctimas mortales, Musk no dudó en calificar al canciller Olaf Scholz de “idiota incompetente”. Este ataque verbal no solo buscaba desacreditar al gobierno socialdemócrata, sino también polarizar aún más el debate político. Musk, con su influencia desmesurada en redes sociales, actúa como catalizador de la crispación política.
En respuesta, figuras como el exministro liberal Christian Lindner han criticado a Musk, señalando que la AfD es un partido “contrario a la libertad y a la empresa”. Sin embargo, estas palabras no detendrán el impacto que ya tiene el magnate sobre el electorado. La candidata de la AfD, Alice Weidel, no tardó en agradecerle su apoyo, consolidando una peligrosa alianza que amenaza con normalizar las posturas más extremas en la política alemana.
La influencia de Musk va más allá de simples declaraciones en X. La gigafactoría de Tesla en Brandemburgo ha sido objeto de críticas constantes por su impacto ambiental, un claro ejemplo de la doble moral del magnate. Mientras promueve la sostenibilidad a través de sus vehículos eléctricos, no duda en destruir ecosistemas locales en nombre del progreso.
FARAGE Y MUSK: LA DISRUPCIÓN COMO ESTRATEGIA DESESTABILIZADORA
El apoyo de Musk a la ultraderecha no se limita a Alemania. En el Reino Unido, su relación con Nigel Farage y el partido Reform UK representa otro frente en su cruzada por desestabilizar los sistemas democráticos tradicionales. Durante un encuentro en Mar-a-Lago con Donald Trump, Musk y Farage discutieron estrategias para impulsar una “disrupción política sin precedentes” en 2025. Las implicaciones de este pacto trascienden fronteras, con un objetivo común: debilitar a las fuerzas progresistas y consolidar un modelo autoritario.
Reform UK, liderado por Farage, amenaza con eclipsar al Partido Conservador, aprovechando su crisis interna. Según el Financial Times, Musk habría donado hasta 100 millones de dólares para financiar la campaña del partido ultraderechista, un gesto que confirma su intención de influir directamente en el futuro político de Europa. Este nivel de injerencia plantea preguntas urgentes sobre la regulación de las donaciones extranjeras a partidos políticos.
Musk también ha contribuido a avivar tensiones raciales en el Reino Unido, interviniendo durante los disturbios de 2024 para atacar al primer ministro laborista Keir Starmer. Su mensaje, “La guerra civil es inevitable”, no solo fue irresponsable, sino profundamente incendiario. A esto se suma su rehabilitación de figuras ultraderechistas como Tommy Robinson, conocido por su discurso de odio contra las comunidades migrantes.
Mientras tanto, la relación de Musk con Giorgia Meloni, líder de la extrema derecha italiana, refuerza aún más su red de alianzas ultraconservadoras. La primera ministra italiana, que en 2023 invitó a Musk a su festival Atreju, lo describe como un “genio preciado”. Este elogio mutuo consolida una conexión peligrosa entre los sectores más reaccionarios de Europa y el hombre que sueña con remodelar la política mundial a su imagen y semejanza.
Elon Musk no es solo un empresario con ambiciones políticas. Es una figura que, bajo el pretexto de la innovación, trabaja para desmantelar las instituciones democráticas y debilitar los controles que frenan los excesos del capitalismo y el autoritarismo. Su apoyo a la extrema derecha no es casualidad; es estrategia.
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