La tragedia de la DANA evidencia la necesidad urgente de actualizar nuestros protocolos y adaptar nuestras infraestructuras para enfrentar una realidad climática cada vez más peligrosa.
Una semana después de la tragedia de la DANA, aún quedan cuerpos por recuperar, lodo que limpiar y vidas que recomponer. Mientras miles de personas siguen sin luz, agua y alimentos, los escombros y el agua contaminada se acumulan junto a productos químicos, representando un peligro inminente para la salud de la población. Ante este panorama desolador, urge una reflexión profunda sobre los errores cometidos y una revisión inmediata de nuestras políticas y protocolos de prevención y respuesta.
La realidad climática ha cambiado drásticamente, y nuestros modelos de gestión y desarrollo urbano han quedado obsoletos. Desde los años sesenta, el desorden urbanístico permitió la construcción en zonas de alto riesgo, dejando a miles de personas en peligro. No solo necesitamos infraestructuras adaptadas a este nuevo clima, sino también gobernantes dispuestos a actuar con responsabilidad. Gracias a personas como Juan Bordera, Antonio Turiel y Fernando Valladares, cuyas investigaciones y advertencias han sido cruciales para comprender la magnitud de esta crisis, podemos vislumbrar un camino hacia una mejor preparación y resiliencia ante futuras catástrofes.
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