De las múltiples acepciones de la palabra desarrollo, se tiene como factor común un sentido de progresividad ordenado y poco sensible a manipulaciones externas. Sin embargo, y en lo que respecta al desarrollo económico, cualquier libro de texto al respecto señalará que es en la acumulación de capital (en esencia: maquinaria y equipamiento) donde reside la fuente del desarrollo de las economías.
Del libro de texto surgirán las políticas públicas que buscarán acelerar ese desarrollo por la vía del fomento de la acumulación de capital. Luego, aunque en principio intuyamos que no se puede comprar el desarrollo, ello es lo que efectivamente se intenta, condicionado a las capacidades financieras de cada país. Sin embargo, existen elementos que condicionan el potencial éxito de tal estrategia.
Los ingredientes del crecimiento económico
Argumentos tales como la debilidad institucional o el bajo nivel educativo de la población laboral ralentizan el desarrollo de los países, aunque China es una clara excepción a la regla. Pero tanto estos elementos como algunos otros que se suelen mencionar (clima, demografía, cultura, religión etc.), no sustituyen la estrategia central de la acumulación de maquinarias como requerimiento para el desarrollo.
Así llegamos a la familiar fórmula que pareciera condicionar el progreso:
Acumulación de capital físico (maquinaria) + acumulación de capital humano (educación) + mejores instituciones = desarrollo económico
Poco se ha dicho sobre si la evolución de esas variables, sobre todo las dos primeras, debe seguir alguna regla o correlación, aunque en la práctica suelen tratarse como independientes. En esta nota nos centraremos en un elemento que caracterizó el proceso de industrialización en Venezuela a partir de la década de los 70 del siglo pasado, y se refiere a la relación entre inversión en maquinaria y el nivel educativo de la mano de obra de la población.
Capital físico versus capital humano
Con el fin de resaltar las particularidades del proceso de inversión en Venezuela, contrastaremos con el caso de la República de Corea (Corea del Sur). Conviene recordar que surge como nación en 1948, como consecuencia de la Guerra de Corea y, en su inicio, fue un país netamente agrícola y con altos niveles de pobreza.
Como Venezuela, Corea del Sur también siguió una estrategia de sustitución de importaciones como política industrial durante los años 50 del siglo XX, aunque en la década siguiente la sustituyó por una política centrada en las exportaciones.
Tenemos entonces dos países, Venezuela y Corea del Sur, que iniciaron su industrialización con políticas muy parecidas, pero donde solo uno (Corea del Sur) logró alcanzar unos niveles de industrialización e ingreso per cápita que lo sitúa en los niveles del primer mundo.
Venezuela, en cambio, a pesar de un gran esfuerzo por industrializarse, no logró crear la fuerza de tracción necesaria para alcanzar una expansión sostenida e independiente del gasto, la protección y los subsidios del sector público.
UNIDO y BarroLeeDataSet
El primer elemento de importancia que se advierte es que Venezuela mantuvo unos niveles de capitalización por trabajador superiores a los de Corea del Sur desde 1974 (y posiblemente desde antes) y durante todo el período considerado.
El otro elemento crucial es el referido a la educación promedio de la población y, por ende, de su masa laboral: la población de Corea del Sur prácticamente duplica el nivel de formación educativa de la de Venezuela.
No se puede desconocer el gran esfuerzo en educación que hizo Venezuela: entre 1950 y 1970 se logró disminuir la tasa de analfabetismo en 23 puntos porcentuales, del 49,4 % al 26,4 % de la población. En ese mismo período, Corea del Sur la disminuyó en 10,6 puntos porcentuales (de 27,9 % a 17,2 % de su población).
El punto a resaltar es que, si bien Venezuela registró mayores niveles de inversión en maquinaria por trabajador, el nivel de formación de su mano de obra resultó muy inferior al de Corea del Sur en el período considerado.
Diferentes destinos económicos y sociales
De los múltiples factores que podrían explicar por qué resultaron tan distintos los procesos de industrialización de Venezuela y Corea del Sur, es válido preguntarse si debería existir una evolución coordinada o sincronizada entre la acumulación de maquinaria y la de conocimientos o si, por el contrario, la carencia de una es sustituible por el exceso de la otra.
Esta interrogante nos la respondió Zvi Griliche en 1969, en su trabajo pionero Capital-Skill Complementarity, en el que concluye que el capital (maquinaria) y el trabajo podrían complementarse o sustituirse mutuamente según el nivel de formación de este último: la menor formación laboral fomenta su sustitución por el capital.
Este punto es extremadamente importante ya que, cuando capital y trabajo se complementan, se obtiene un máximo provecho de ambos. En cambio, cuando el capital sustituye al trabajo, se destruyen empleos y se ralentiza la evolución salarial, independientemente del esfuerzo en adquisición de maquinarias. En otras palabras, no se trata simplemente de fomentar y facilitar la adquisición de maquinarias, aunque no se cuente con la formación adecuada de la mano de obra con la cual operarla eficientemente.
Descuidar este aspecto solo conducirá a la destrucción de puestos de trabajo y a la precarización del salario: justamente la lamentable experiencia de Venezuela.
Este artículo es un resumen del documento “¿Se puede “comprar” el desarrollo? Algunas observaciones sobre el proceso de industrialización en Venezuela“, publicado en el número 14 de ‘Notas sobre la Economía Venezolana’, que edita el Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales, IIES, de la Universidad Católica Andrés Bello.
Juan Carlos Guevara Guevara no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.
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