¿Recuerdan la película Papillon, protagonizada por Steve McQueen y Dustin Hoffman y estrenada en 1973? Es todo un clásico basado en la novela homónima y autobiográfica del escritor y expresidiario francés Henri Charrière.
En la película, a Henri Charrière (encarnado por Steve McQueen) le condenan a cadena perpetua por un crimen que no ha cometido y es enviado a una colonia de leprosos de la Guayana Francesa. En una escena inmortal de la cinta, un leproso ofrece su puro al protagonista, que accede a fumar. El enfermo pregunta cómo sabía que su lepra no era contagiosa, a lo que él contesta: “No lo sé”.
La lepra puede parecer una enfermedad del siglo XIX, pero no es así. Lejos de haber desaparecido, se considera una enfermedad tropical desatendida aún presente en más de 120 países y que origina más de 200 000 nuevos casos cada año.
La gravedad del escenario es tan alarmante que la OMS ha establecido una estrategia denominada “Hacia la lepra cero”, que propone cero infecciones y enfermedades, cero discapacidad, cero estigma y discriminación y la eliminación de la lepra como objetivo para el año 2030.
Para contagiarse se necesita un contacto prolongado
Denominada mal de San Lázaro en la Europa medieval y todavía conocida en algunos lugares como enfermedad de Hansen, la lepra es una infección causada por las bacterias Mycobacterium leprae y Mycobacterium lepromatosis. Esta última fue descubierta en el año 2008. La infección afecta a la piel y a los nervios periféricos, pudiendo conducir a pronunciadas limitaciones funcionales.
La lepra puede contagiarse de persona a persona cuando las gotitas expulsadas por la nariz y la boca del infectado son inhaladas o tocadas por otra persona no infectada. El mecanismo de transmisión exacto es desconocido, pero los datos apuntan a que es necesario estar en contacto durante tiempo prolongado con alguien infectado.
En algunos casos ha sido observada la transmisión desde armadillos, que actúan como reservorio de la bacteria.
La enfermedad puede ser clasificada en tres tipos en función de la respuesta celular y de los hallazgos en la evaluación clínica:
En la denominada lepra tuberculoide aparecen pocas lesiones cutáneas, en forma de máculas hipoestéticas con hipopigmentación central y bordes netos sobreelevados.
En la segunda categoría, llamada lepra lepromatosa, la neuropatía periférica es más grave y aparecen muchas áreas entumecidas, e incluso algunas comprometidas, como los riñones, la nariz y los testículos.
En el tercer tipo se combinan características de las dos anteriores, y recibe el nombre de lepra limítrofe.
Ha aumentado un diez por ciento: ¿por qué?
Por desgracia, la lepra ha registrado un aumento significativo en los últimos años. Según datos de 143 países recopilados por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y difundidos por la fundación Fontilles con motivo de la celebración del Día Mundial contra la Lepra, el número de casos ha aumentado un 10 % en tan solo un año, pasando de 128 405 casos localizados en 2020 a los 140 594 nuevos casos registrados en el mundo en 2021.
En España, solo en el año 2022 fueron notificados 10 nuevos casos de lepra al Registro Estatal de Lepra del Instituto de Salud Carlos III, frente a los 4 nuevos casos notificados en el año 2021). El sudeste asiático sigue siendo el área más afectada, y la India el país con un mayor número de casos notificados.
El Día Mundial contra la Lepra se instauró en 1954 a iniciativa del periodista francés Raoul Follereau y se celebra el 30 de enero de cada año o el domingo más cercano, en conmemoración del fallecimiento de Mahatma Gandhi, quien comprendió la importancia de frenar esta enfermedad.
Tapados por la covid-19
Es posible que este afloramiento inusual se deba a un aumento de los casos no detectados a raíz de los confinamientos llevados a cabo para combatir la pandemia de covid-19. Al fin y al cabo, la pandemia provocada por el coronavirus SARS-CoV-2 ha afectado gravemente la salud mundial, provocando la suspensión de muchos servicios de salud regulares y dificultando el diagnóstico de otras infecciones como la lepra.
Las cifras evidencian que cada día se siguen detectando 385 nuevos casos de lepra en el mundo, 23 con discapacidades visibles.
Antes de la llegada de los antibióticos y las sulfonamidas no existían tratamientos eficaces. Los pacientes infectados solían sufrir desfiguraciones visibles y aparentes, acompañadas con frecuencia de discapacidad. Eso ocasionaba temor y rechazo, estigmatizando a los enfermos que, además de la que ya tenían encima, sufrían el fuerte impacto psicológico.
Hoy en día, la Organización Mundial de la Salud ofrece de forma gratuita a los pacientes con lepra el régimen convencional farmacológico. Consiste en la toma durante doce meses de 600 mg de rifampicina y de 300 mg de clofazimina por vía oral una vez al mes, bajo supervisión médica. A lo que se suman 100 mg de dapsona con 50 mg de clofazimina por vía oral una vez al día, sin supervisión. La ventaja que presenta la dapsona es que es relativamente económica y suele ser segura.
El tratamiento antibiótico puede detener la progresión de la lepra, pero no logra revertir las lesiones de los nervios o las deformidades. Por eso la detección y el tratamiento precoces resultan de vital importancia.
Desafortunadamente todavía queda mucho camino por recorrer. Los cuatro pilares estratégicos para erradicar la lepra a nivel mundial incluyen implementar hojas de ruta de cero lepra integradas y propias en todos los países endémicos, que pueda ser ampliada la prevención de la lepra junto con la detección activa integrada de casos, que se manejen la lepra y sus complicaciones, y que se combata el estigma que provoca la enfermedad garantizando que se respeten los derechos humanos.
No olvidemos que el prejuicio y la discriminación contra las personas que padecen lepra supone una violación de los derechos humanos. Como definió con claridad la Madre Teresa de Calcuta, una de las personas que más ha hecho por los leprosos, “la enfermedad más grande hoy en día no es la lepra o la tuberculosis, sino el sentimiento de no ser querido”.
Raúl Rivas González does not work for, consult, own shares in or receive funding from any company or organisation that would benefit from this article, and has disclosed no relevant affiliations beyond their academic appointment.
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