Cuestionar la vestimenta o la actitud de la víctima, o cuestionar la veracidad de este caso concreto, no solo es insensible, sino que perpetúa un sistema de culpabilidad que recae en quien sufre la agresión en lugar de en quien la comete
En pleno 2023, es francamente incomprensible e indignante que sigamos siendo testigos de episodios de violencia y acoso hacia las mujeres en su entorno laboral, y peor aún, en plena luz del día y siendo grabado (el hombre en cuestión no parecía muy listo, no). Si bien los tiempos han cambiado y las voces de las y los defensores de los derechos de las mujeres se alzan con más fuerza que nunca, parece que aún subsisten resquicios oscuros de ignorancia y machismo en nuestra sociedad.
Es intolerable, inaceptable y, me atrevería a decir, vomitivo, que en una conexión en vivo, una profesional como Isabel Balado tenga que enfrentarse a una agresión tan denigrante. Y, entonces, tenemos que preguntarnos: ¿Dónde está el límite?. La reacción inmediata del presentador Nacho Abad, calificando al agresor de “imbécil” y exigiendo su identificación pública, es, sin lugar a dudas, lo mínimo que se espera de cualquier ser humano decente. Sin embargo, es vital recalcar que las y los presentadores, reporteras y reporteros, y cualquier profesional, no deberían tener que enfrentarse a este tipo de situaciones en primer lugar.
¿Hasta cuándo las mujeres deberán temer por su integridad física en pleno siglo XXI? Las leyes de igualdad son imprescindibles en este panorama, ya que es mediante ellas que se reconocen actos de esta naturaleza como lo que verdaderamente son: agresiones. Gracias a estas legislaciones, se puede actuar de forma contundente y rápida contra los agresores. Sin embargo, estas leyes no son una panacea; se necesita seguir trabajando en ellas y, sobre todo, en la educación y concienciación de la sociedad para que actos como este no queden impunes ni sean minimizados.
La profesionalidad y valentía de la reportera Isabel Balado merecen ser aplaudidas y resaltadas. En medio de un acto violento y humillante, mantuvo la compostura y continuó con su labor, demostrando que las mujeres no serán silenciadas ni intimidadas por actitudes cavernícolas.
EXCUSAS VIEJAS PARA UN MUNDO NUEVO
Cada vez que somos testigos de una agresión, nos vemos bombardeados por un aluvión de justificaciones que, más que exculpar al agresor, terminan revictimizando a la víctima. El mantra repetitivo de “estaba de fiesta, no sería para tanto” o las insinuaciones de que “es un montaje” son muestras patentes de una mentalidad obsoleta que no tiene cabida en el mundo actual.
Cuestionar la vestimenta o la actitud de la víctima no solo es insensible, sino que perpetúa un sistema de culpabilidad que recae en quien sufre la agresión en lugar de en quien la comete. Si asumimos una postura crítica ante estos discursos, es porque estamos ante la necesidad de desmantelar las narrativas tóxicas que sustentan tales actitudes.
Las agresiones, independientemente de su naturaleza o contexto, no deben ser minimizadas ni explicadas con base en estereotipos arcaicos. Estamos en una era en la que la igualdad, el respeto y la dignidad deben ser pilares inamovibles en nuestras interacciones. Toda agresión es un recordatorio de que aún nos queda un largo camino por recorrer en la lucha por la justicia y la equidad. Y en este camino, es esencial reconocer que la responsabilidad recae en el agresor, y nunca, bajo ninguna circunstancia, en la víctima.
Hoy, mientras muchos se esfuerzan por construir un mundo más igualitario, las excusas de siempre no pueden y no deben ser toleradas. Es tiempo de que la sociedad tome una postura firme, dejando atrás justificaciones que no son más que intentos de mantener intactas estructuras de poder obsoletas. Las víctimas merecen ser escuchadas, creídas y apoyadas, no cuestionadas o desacreditadas. Y mientras luchamos por este ideal, es imperativo educar, sensibilizar y, sobre todo, actuar ante cada acto de violencia, sin excusas ni dilaciones.
ACTUAR ES UN DEBER, NO UNA OPCIÓN
Mientras debatimos las formas en las que nuestras estructuras legales y culturales permiten, a menudo tácitamente, que las agresiones continúen, es esencial resaltar la necesidad de intervención inmediata y efectiva. Cuando Isabel Balado fue atacada en plena emisión en directo, la indignación fue evidente, pero también se dejó al descubierto una problemática común y peligrosa: la responsabilidad de enfrentarse a la situación a menudo recae sobre la víctima.
No debería ser tarea de Isabel, ni de ninguna otra persona que sufre una agresión, encarar sola a su agresor, con el palpable riesgo de sufrir una nueva agresión o una escalada en la violencia. Las y los compañeros presentes, y cualquiera que sea testigo de un incidente de este tipo, tienen la responsabilidad moral y social de actuar, de ser una barrera entre la víctima y el agresor. No solo para proporcionar apoyo, sino para identificar y señalar al culpable, facilitando así cualquier acción legal que la víctima decida emprender.
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