17 Oct 2024

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La historia de un bulo: Miguel Ángel Rodríguez y la estrategia para proteger a Ayuso
Imagen de archivo del jefe de gabinete de la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, Miguel Ángel Rodríguez (d). EFE/Elvira Urquijo A.
DESTACADA, POLÍTICA ESTATAL

La historia de un bulo: Miguel Ángel Rodríguez y la estrategia para proteger a Ayuso 

¿Qué poder tiene realmente la justicia en España cuando el máximo responsable de la Fiscalía está siendo investigado por la revelación de secretos?

El caso que envuelve a Alberto González Amador, pareja de Isabel Díaz Ayuso, y el fiscal general del Estado, Álvaro García Ortiz, es una muestra clara de hasta dónde llegan las conexiones entre el poder político y el aparato judicial en este país. En este caso, nos encontramos ante una revelación de correos que no solo pone en tela de juicio la actuación del fiscal general, sino que también evidencia cómo las maniobras políticas buscan desviar la atención de los auténticos problemas estructurales de la justicia en España. Todo comenzó con una filtración interesada desde el entorno de Miguel Ángel Rodríguez, jefe de gabinete de Ayuso, que terminó salpicando a las más altas instancias judiciales.

El fiscal general se enfrenta a una causa histórica por revelación de secretos, algo sin precedentes en España. Esta imputación es el resultado de un bulo propagado a través del móvil de Rodríguez, el cual dio inicio a un escándalo que ahora ha alcanzado la cúpula de la Fiscalía. Pero, ¿de qué va realmente todo esto? De distracción, de manipulación y, sobre todo, de mantener a salvo los intereses de quienes se benefician del sistema, mientras las y los ciudadanos continúan soportando los estragos de un Estado cada vez más capturado por los poderes económicos.

EL ORIGEN DEL BULO: CÓMO LA MANO DERECHA DE AYUSO INICIÓ TODO

El nombre de Miguel Ángel Rodríguez, jefe de gabinete de la presidenta madrileña, no es nuevo en las tácticas sucias de comunicación política. Fue desde su móvil que partió la información distorsionada que alimentó a medios afines al gobierno autonómico, con el único objetivo de crear una cortina de humo en torno al caso de corrupción fiscal que involucraba a la pareja de Díaz Ayuso. Alberto González Amador había sido denunciado por la Fiscalía por defraudar más de 350.000 euros a través de un entramado de facturas falsas en plena pandemia.

El relato de Rodríguez fue sencillo, pero efectivo: filtró un correo amputado que sugería que el fiscal había ofrecido un pacto a González Amador para que el caso se resolviera sin juicio. Los medios afines recogieron la historia y la amplificaron. Así, el debate pasó de un escándalo de fraude fiscal a una supuesta conspiración judicial contra la pareja de la presidenta madrileña. La manipulación estaba servida, y las consecuencias no tardaron en llegar.

Mientras tanto, la realidad era otra. Las conversaciones entre el abogado de González Amador y el fiscal Julián Salto existieron, sí, pero fue el propio empresario quien intentó negociar un pacto antes de lo habitual en este tipo de procesos. Y aunque el fiscal aceptó la posibilidad, nunca hubo órdenes “de arriba” que frenaran un acuerdo, como sugirieron los medios conservadores. La versión oficial, que Rodríguez y Ayuso se encargaron de difundir, era pura ficción, una más de las que acostumbran a usar para tapar la corrupción que afecta a su entorno.

LA JUSTICIA: ¿UNA SIMPLE HERRAMIENTA AL SERVICIO DEL PODER?

El Tribunal Supremo ha dado un paso al frente al aceptar investigar al fiscal general. Pero la pregunta que debemos hacernos es: ¿hasta qué punto el sistema judicial está dispuesto a enfrentarse a los intereses políticos? Esta causa, que ahora examina la actuación del fiscal, es un ejemplo de cómo las estructuras del Estado de derecho pueden ser utilizadas como un arma para proteger a los poderosos. En lugar de investigar el origen del bulo y la implicación de Rodríguez, la atención ha sido desviada hacia una posible filtración de correos por parte de la Fiscalía, alimentando la narrativa que desde el entorno de Ayuso se ha vendido desde el inicio.

No olvidemos el contexto. Estamos ante un país donde los recursos de la justicia se han utilizado, en demasiadas ocasiones, para proteger a quienes se enriquecen a costa de la ciudadanía. Casos como la trama Gürtel, Púnica o Lezo nos han dejado claro que el entramado de corrupción en España es profundo y estructural, y que las conexiones entre políticos y jueces son a menudo la clave para el mantenimiento del status quo.

En este caso, es difícil no percibir el doble rasero. Mientras el empresario defraudador parece estar más preocupado por limpiar su imagen que por enfrentar las consecuencias legales de sus actos, el foco de la investigación se ha desplazado hacia el fiscal general, quien ha sido señalado por hacer lo que cualquier servidor público debería hacer: defender la verdad frente a los bulos. Sin embargo, el hecho de que la justicia haya decidido investigar al fiscal es un reflejo más de cómo el poder político y económico ha logrado socavar una vez más la credibilidad de las instituciones.

La estrategia de Ayuso y su equipo es clara: usar a los medios afines para controlar la narrativa y desviar la atención. Mientras tanto, el verdadero problema sigue sin resolverse: la impunidad de quienes, desde las esferas del poder, actúan por encima de la ley, mientras las y los ciudadanos continúan pagando las consecuencias de un sistema que no les protege.

La historia de este bulo es solo una pieza más en un rompecabezas mucho más amplio, en el que el dinero y las conexiones políticas dictan quién es investigado y quién no. Un país donde quienes deberían rendir cuentas utilizan todos los recursos a su disposición para blindarse. Este escándalo no es más que el último episodio de una larga serie de abusos que han dejado claro que la justicia, en España, no es igual para todas y todos.

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