Son estrategias deliberadas para destruir cualquier posibilidad de que las y los periodistas internacionales o locales informen sobre las consecuencias humanitarias del asedio.
La muerte de cinco periodistas en un ataque israelí no es un hecho aislado; es un síntoma más del ataque sistemático a la libertad de información. Ayman Al-Jadi, Faisal Abu Al-Qumsan, Mohammed Al-Lada’a, Ibrahim Al-Sheikh Ali y Fadi Hassouna fueron asesinados mientras dormían en un vehículo identificado con las palabras “PRESS” y “TV” claramente visibles en las puertas traseras. Estas muertes, ocurridas frente al hospital Al-Awda, no pueden desligarse del contexto brutal que vive Gaza desde el inicio del asedio israelí.
Desde el 7 de octubre de 2023, al menos 141 periodistas han muerto en Gaza, Cisjordania, Israel y Líbano, según el Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ). Este organismo subraya que 133 de esas víctimas eran periodistas palestinos, enfrentándose a peligros extremos mientras cubrían un conflicto donde las pruebas de crímenes de guerra se amontonan más rápido que los informes internacionales.
La cadena Al-Quds Today condenó el asesinato de sus trabajadores como un ataque directo a la prensa y al ejercicio de su deber humanitario. Israel, sin aportar pruebas, defendió que el ataque estaba dirigido a una “célula terrorista” dentro de la zona de Nuseirat. Sin embargo, las imágenes del vehículo ardiendo con las marcas de prensa desmienten cualquier narrativa de defensa.
La complicidad internacional no puede seguir callando ante estas violaciones. Cada periodista asesinado representa no solo la pérdida de una vida, sino el intento de borrar testimonios que documentan las atrocidades cometidas. Silenciar a la prensa es perpetuar el genocidio.
LA ESCALADA DE ATAQUES A PERIODISTAS: UNA AMENAZA A LA VERDAD
La agresión contra periodistas no es un fenómeno nuevo en Gaza. Hace semanas, Ahmad Al-Louh, un fotoperiodista de Al Jazeera, fue asesinado en otro ataque aéreo israelí mientras documentaba los intentos de rescate tras un bombardeo. Al Jazeera calificó el acto como un asesinato brutal, pero Israel insistió en que el lugar atacado era un “centro de mando y control”, nuevamente sin presentar evidencias concretas.
Estos ataques no son accidentes ni “daños colaterales”. Son estrategias deliberadas para destruir cualquier posibilidad de que las y los periodistas internacionales o locales informen sobre las consecuencias humanitarias del asedio. Desde 1992, el CPJ nunca había registrado un periodo tan sangriento para quienes ejercen la prensa en una región en conflicto.
Mientras tanto, organizaciones internacionales y gobiernos occidentales mantienen un silencio vergonzoso, priorizando sus relaciones geopolíticas por encima de la vida humana. La libertad de prensa muere cuando los perpetradores tienen inmunidad y el mundo elige no mirar.
Gaza es un campo de exterminio, y los y las periodistas son testigos incómodos para quienes buscan controlar la narrativa. Pero por cada reportero o reportera que cae, queda el testimonio imborrable de su cámara, de sus palabras, de la verdad que intentaron apagar.
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