El primer país europeo que convierte la solidaridad con Palestina en ley. Mientras la UE calla, Irlanda señala el crimen con el dedo y le niega el pan al verdugo.
CUANDO LOS PRINCIPIOS SE ESCRIBEN CON FIRMA Y FECHA
Hay decisiones que no mueven millones, pero mueven conciencias. Irlanda acaba de hacer algo que, en la Unión Europea, equivale a un grito en mitad del rebaño: prohibirá la importación de productos procedentes de los asentamientos ilegales israelíes en Palestina. Dátiles, naranjas, aceitunas. Frutos pequeños, gesto gigante.
Simon Harris, viceprimer ministro, ha anunciado el proyecto de ley con una frase tan sencilla como devastadora: “Con la magnitud de lo que estamos viendo en Gaza, esto es lo que corresponde hacer”. Mientras el genocidio sigue su curso, con niños enterrados bajo escombros y hospitales reducidos a ceniza, Irlanda ha decidido cortar la cadena de complicidad. Porque cada euro que paga por un producto extraído de tierra robada, es una bala más contra un cuerpo palestino.
La ley no es fruto de un arrebato. Es el desenlace de un proceso político y moral que arrancó en 2018 con la senadora independiente Frances Black y organizaciones como Christian Aid Ireland. En aquel momento parecía imposible. Pero la barbarie tiene una forma muy eficaz de acelerar lo inevitable.
No es un boicot a Israel. Es una ley contra el expolio. No castiga a un país, castiga a la ocupación. No cuestiona la existencia de un Estado, cuestiona la legitimidad de su dominio sobre otro pueblo. Y lo hace no con declaraciones, sino con legislación.
LA COBARDÍA DE EUROPA COMO POLÍTICA EXTERIOR
La decisión de Dublín deja al descubierto la obscena indecisión del resto del continente. España e Irlanda ya lo intentaron en febrero de 2024, presentando junto a otros países una propuesta para revisar el acuerdo comercial entre la UE e Israel. Bruselas la tiró al cubo de la papelera diplomática.
En cambio, ahora Irlanda ha actuado a lo vasco: sola, convencida y sin pedir permiso.
La Comisión Europea, guardiana de la hipocresía con corbata, ha respondido con el silencio habitual. Aún no han recibido el texto, dicen. Aún no pueden opinar, musitan. Mientras tanto, los camiones entran en Gaza con pan y salen cargados de cadáveres.
La UE, que fue capaz de bloquear el comercio con Rusia en semanas, no encuentra jamás la vía legal para penalizar a un Estado que bombardea hospitales. Pero para financiar drones con sabor a naranjas robadas, sí encuentra acuerdos. Y para lavarse las manos con comunicados asépticos, también.
Se escudan en que el comercio con los asentamientos es simbólico. Y lo es: solo 685.000 euros entre 2020 y 2024. Pero eso lo convierte en aún más imperdonable. Si el impacto económico es irrelevante, ¿por qué no lo prohíben ya? Porque no quieren molestar. Porque la sumisión a Israel es una costumbre institucionalizada.
Irlanda, en cambio, ha entendido que ser pequeño no te impide ser digno. Ha entendido que el derecho internacional no sirve de nada si no se defiende. Ha entendido que el mercado no puede seguir siendo el refugio de los crímenes.
Irlanda no es un ejemplo. Es un espejo. Lo que refleja es todo lo que Europa no se atreve a ser.
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