George W. Bush prometió en 2002 “ayudar a reconstruir un Afganistán que sea libre de este mal y un mejor lugar para vivir”. Lo que estamos viendo es en lo que ha quedado su promesa
“No habrá ninguna circunstancia en la que vayan a ver gente despegando desde el techo de la embajada de Estados Unidos en Afganistán”, dijo Joe Biden el 8 de julio pasado desde la Casa Blanca. La promesa le duró poco más de un mes. Este domingo, las imágenes que llegaron desde Kabul mostraron un helicóptero que trasladaba al personal del país norteamericano desde la sede diplomática hasta el aeropuerto. Para Estados Unidos, la imagen de un escape en helicóptero es sinónimo de la evacuación de Saigón, en 1975, cuando el ejército norvietnamita tomó la ciudad. Es sinónimo de fracaso militar.
Después de 20 años y más de dos billones de dólares gastados, Estados Unidos se va de Afganistán de una forma que nunca pudo prever. El colapso del gobierno afgano y retorno de los talibanes, que Biden hace un mes calificó como “altamente improbable”, sucedió en tiempo récord. En menos de una semana, el grupo islamista radical tomó provincia tras provincia hasta llegar a la capital.


Hace apenas un mes, las tropas estadounidenses habían dejado en silencio la base aérea de Bagram, un predio que también funcionó como prisión y en la que se documentaron casos de abusos y torturas en los primeros años de la guerra. Este domingo, Associated Press incluía Bagram entre los edificios que ya están bajo control del Talibán.
Biden heredó de Donald Trump el acuerdo de una retirada total. Cuando asumió, extendió el período para hacerlo y pasó, para el 31 de agosto, lo que originalmente tenía que terminar en mayo de este año. Aunque todavía faltan dos semanas para esa fecha, ya se sabe que el retorno de las tropas no va a suceder como se pensaba.
Desde que anunció su intención de continuar con la retirada, Biden enfrentó las críticas de quienes señalaban que existía el peligro de que los talibanes retornaran. Cuatro presidentes, dos de cada uno de los dos partidos mayoritarios de Estados Unidos, han estado a cargo de la guerra en Afganistán desde 2001. Al asumir, Biden fue tajante: “No voy a pasarle esta responsabilidad a un quinto”.
Durante la semana pasada, cuando quedó claro el regreso del grupo islamista radical, el gobierno estadounidense mantuvo su postura. “Un año más o cinco años más de presencia militar de Estado Unidos no habría marcado una diferencia si el ejército afgano no puede o no va a controlar su propio país”, dijo Biden en un comunicado. A pesar de eso, autorizó el despliegue de unas 6.000 tropas en medio del caos para asegurar “una retirada ordenada y segura del personal” del país norteamericano y de sus aliados.
Pero si Washington planeaba una evacuación tranquila de la embajada, eso quedó descartado en cuanto fue evidente que el gobierno de Ashraf Ghani no se sostendría mucho más tiempo. Este domingo, la sede diplomática suspendió las operaciones consulares y emitió una alerta. “La situación de seguridad en Kabul cambia rápidamente, aeropuerto incluido. Hay informes de que el aeropuerto está bajo fuego. Por lo tanto, instruimos a los ciudadanos estadounidenses a que busquen refugio en donde estén”, dice el aviso.
Mientras las noticias desde Kabul confirmaban el ingreso de los talibanes a la capital, la Casa Blanca se mantuvo prácticamente en silencio. Biden pasó el fin de semana en Camp David, una residencia ubicada en las afueras de Washington en la que los presidentes estadounidenses suelen descansar. Su agenda no lo muestra con actividad pública hasta el próximo miércoles.
La administración apenas dejó ver una foto del mandatario recibiendo un informe por videoconferencia. “El presidente y la vicepresidenta se reunieron con su equipo de seguridad nacional y funcionarios de alto rango para escuchar informes sobre la retirada de nuestro personal civil de Afganistán, evacuación de quienes pidieron visas especiales y otros aliados afganos”, dice el tuit oficial.
This morning, the President and Vice President met with their national security team and senior officials to hear updates on the draw down of our civilian personnel in Afghanistan, evacuations of SIV applicants and other Afghan allies, and the ongoing security situation in Kabul. pic.twitter.com/U7IpK3Hyj8
— The White House (@WhiteHouse) August 15, 2021
El que sí salió a hablar fue el secretario de Estado, Antony Blinken. Su principal misión fue intentar detener, sin éxito, las comparaciones con el fin de la Guerra de Vietnam. “Entramos en Afganistán hace 20 años con una misión y esa misión era hacer frente a los que nos atacaron el 11 de septiembre. Esa misión fue exitosa”, insistió. Pero tanto el resultado como la extensión de la guerra alimentan las comparaciones.
Una guerra interminable
Estados Unidos y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) derrocaron a los talibanes en Afganistán en 2001, después de la decisión del republicano George W. Bush de llevar adelante una guerra contra el terrorismo y Al Qaeda tras el atentado contra las Torres Gemelas.
Un año después, el mandatario prometió “ayudar a reconstruir un Afganistán que sea libre de este mal y un mejor lugar para vivir”. Hasta 2009, el Congreso de Estados Unidos le autorizó 38 mil millones de dólares para hacerlo, según Council on Foreign Relations. En el medio, el país asiático sancionó una constitución, eligió presidente e integrantes de las dos cámaras de su parlamento.
La llegada del demócrata Barack Obama a la Casa Blanca en 2009 significó un nuevo envío militar a Afganistán. Durante su presidencia, Estados Unidos asesinó a Osama Bin Laden, líder de Al Qaeda, en Pakistán, pero las tropas igualmente se quedaron también durante sus dos mandatos.
En 2013, el ejército afgano se hizo cargo de la seguridad del país. Desde entonces, el relato oficial de la coalición Estados Unidos-OTAN fue el de que estaba entrenando a los afganos para que pudieran sostenerse. Pero hace dos años, un informe del Washington Post mostró cómo Estados Unidos venía escondiendo la evidencia de que estaba en una guerra que no podía ganar. “Si el pueblo estadounidense viera la magnitud de esta disfunción… 2.400 vidas perdidas”, decía uno de los testimonios recogidos por el periódico. El número se refiere apenas a las vidas de militares estadounidenses. Associated Press estima que murieron 66.000 miembros del ejército y de la policía afganos y 47.245 civiles. Del lado de los talibanes, la cifra es de 51.191.
En 2017, Trump asumió con la idea de irse de Afganistán y terminar con lo que él consideraba guerras eternas en las que Estados Unidos gastaba mucho mientras sus aliados se aprovechaban. En febrero de 2020, anunció un acuerdo con los talibanes: Estados Unidos se retiraría y el país asiático no sería usado en actividades terroristas. En noviembre pasado, después de que el republicano perdiera las elecciones, el Departamento de Defensa informó que para enero de este año habría apenas 2.500 tropas en terreno afgano, en línea con lo que se proponía el acuerdo.
Tras asumir, Biden lo mantuvo. Aunque el colapso era posible, ningún informe de inteligencia o de seguridad le había indicado que estaba tan cerca.
Por Por Aldana Vales en Página 12
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