El título de la mítica canción de Camilo Sesto bien puede servirnos para definir el estado emocional de Heathcliff y Kathy, los dos protagonistas de la novela de Emily Brontë Cumbres borrascosas.
Si Georges Bataille la definió en un alarde de cursilería como “la más bella historia de amor de todos los tiempos”, nosotros, lectores y habitantes de este siglo XXI, que sabemos que el amor también tiene que ver con la clase social, con el poder adquisitivo, con la dependencia afectiva y con las propias ansias de libertad, podemos brindar otra mirada a esta historia de amor y de desamor.
Sin ir más lejos, en esta novela encontramos todos los elementos que contribuyen a fomentar el llamado amor tóxico.
Las diferencias de clase
En primer lugar, existe una diferencia de clase social entre Catherine (Cathy) Earnshaw y Heathcliff. Heathcliff es niño recogido por el St. Earnshaw de las calles de Liverpool, hambriento y harapiento. El próspero granjero del norte de Inglaterra, padre de Cathy y Hindley, se lleva al pequeño, de origen misterioso y piel oscura. Aunque Heathcliff será tratado como un criado, Cathy verá en él su alma gemela.
Si nos atenemos a Eva Illouz, la socióloga franco-israelí y máxima especialista en las formas del amor en el capitalismo, la diferencia social es un obstáculo prácticamente asegurado para la felicidad amorosa.
En Cumbres borrascosas, esto se hará evidente cuando Cathy, a raíz de una gamberrada, empiece a codearse con la familia Linton adoptando los modales y la vestimenta propios de la clase alta rural inglesa y dejando colgado a Heathcliff.
Ante la deserción social de su amada, ¿qué hará Heathcliff? Pues en esos tiempos de cambio de economía rural hacia una industrial, probará hacer fortuna. Lo logrará y volverá dispuesto a quedarse con su amada. Pero cuando regresa, Cathy está casada con Edgar Linton, un buen partido para un mercado amoroso escaso.
Inmadurez emocional
No es solo que Heathcliff se lleve un disgustazo, sino que mentalmente se queda en el páramo con Cathy, emocionalmente estancado. No pretende pertenecer a ninguna clase ni ha prosperado para catar los beneficios de la ascensión social, tan propia del capitalismo de la época. Solo quiere recuperar a la Cathy de sus recuerdos. No podrá, sin embargo, reconquistarla, ya que esta muere al dar a luz a su hija Catherine.
Heathcliff es ahora un hombre rico pero devastado. Taciturno, deprimido, vive con ansias de vengar la muerte de Cathy. Sin embargo, destila un atractivo irresistible para Isabella Linton, hermana de Edgar. Isabella se enamorará perdidamente de nuestro protagonista y se casará con él. Aunque después descubrirá que Heathcliff no la quiere.
Isabella Linton carece de lo que hoy en día llamaríamos inteligencia emocional. Es una chica sin experiencia vital que interpreta erróneamente el comportamiento de Heathcliff enamorándose de un hombre “misterioso” y muy en consonancia con cierto amor romántico literario propio del siglo XIX.
Como no podía ser de otro modo, el matrimonio será un desastre. Posteriormente, Isabella huirá del infierno conyugal embarazada de su hijo. Tras la muerte de la madre, Heathcliff reclamará al niño para que viva con él. Linton es un chico débil que también morirá pronto. Pero antes se habrá casado con Cathy, la hija de Catherine.
shakko / Wikimedia Commons, CC BY-SA
El culto a la difunta Kathy
El aislamiento del páramo favorece que los personajes de la novela no tengan mucho donde escoger. Por tanto, todos estos matrimonios, casi endogámicos, contribuyen a una limitación en el crecimiento amoroso. Se heredan las venganzas, los problemas y sin duda alguna Heathcliff ejemplifica el daño anímico provocado por los rencores enquistados.
Desde que Cathy muere, Heathcliff no conocerá el descanso. De hecho, profana la tumba de su amada y queda convencido que ha dejado escapar a su fantasma, que le atormentará hasta la muerte. El culto a la mujer desaparecida le incapacitará para alcanzar una plenitud amorosa. A partir de entonces, su descalabro emocional será palpable.
Se muestra como un auténtico tirano y vive en nula armonía con Catherine y Hareton Earnshaw, el hijo de Frances y Hindley Earnshaw –hermano de Cathy–, en un ambiente familiar insano y enrarecido. De hecho, desde que Heathcliff “adopta” a Hareton Earnshaw, tras la muerte de sus padres, trata a su sobrino como un criado, igual que el padre del chiquillo le había tratado a él de pequeño.
Para acabar de arreglarlo, también está Joseph, el peor criado que pueda uno imaginarse, fundamentalista religioso y un auténtico azote de la infancia de Heathcliff. ¡Dinamita a punto de estallar!
Todo este mal vivir forma parte de la incapacidad de Heathcliff de superar su desolación, en una persecución incesante del fantasma de Cathy hasta acabar muriendo de un colapso en la antigua habitación de esta.
Un amor imposible e insalubre
En resumen, Cathy y Heathcliff no lograrán la dicha amorosa. Ni la época, ni los usos sociales, ni su falta de educación y supervisión afectiva les permitirán madurar adecuadamente, quedándose varados en una relación incompleta, impidiendo que su caudal afectivo se encauce adecuadamente. Sin embargo, la relación que nace lentamente entre Catherine y Hareton es el reverso de la de Cathy y Heatcliff. Por eso el amor entre ambos puede florecer.
Si hemos empezado con una canción, ¿por qué no acabar con otra? Kate Bush tuvo claro en su “Wuthering Heights” que el meollo de la cuestión es este:
How could you leave me
When I needed to possess you?
I hated you, I loved you, too
(“¿Cómo pudiste dejarme / cuando necesitaba que fueras mía/o? / Te odiaba, te quería también”.)
Emily Brontë, que apenas salió de su casa de Haworth, creó unos personajes que son auténticos mitos de nuestro imaginario romántico-literario. ¡Para leer sin moderación!
Inés García Saillard no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.
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