La expansión descontrolada del turismo en Canarias pone en peligro la vida cotidiana de las y los residentes y amenaza con acabar con el entorno natural de las islas.
¿Cuántos turistas más puede soportar Canarias antes de que todo colapse? Esa es la pregunta que se repite en las calles de Tenerife, Lanzarote, Fuerteventura y el resto del archipiélago. Una pregunta que resuena en las voces de miles de personas que, hartas de ver cómo su tierra se transforma en un parque temático, han decidido salir a protestar.
TURISMO MASIVO: EL MODELO QUE EXPULSA A LAS Y LOS CANARIOS
Las islas Canarias son hoy, más que nunca, un ejemplo claro de cómo el capitalismo transforma territorios en productos al servicio de unos pocos. El turismo, que debería haber sido una fuente de riqueza y prosperidad para las y los residentes, se ha convertido en un modelo extractivista que solo beneficia a grandes corporaciones, inmobiliarias y cadenas hoteleras internacionales. El precio que pagan las y los canarios por esta invasión de turistas es demasiado alto.
El impacto del turismo masivo en Canarias es devastador. Los alquileres se han disparado a niveles imposibles para las y los residentes, quienes se ven expulsados de sus barrios porque los precios los marcan las plataformas de alquiler turístico. El derecho a la vivienda, un derecho básico, ha sido sacrificado en el altar de la especulación. No es casualidad que las y los canarios estén hartos. En zonas como Maspalomas o Puerto del Carmen, ya no queda espacio para la vida cotidiana. La masificación de hoteles y resorts ha hecho que la vida diaria de las y los habitantes de las islas sea insostenible.
Pero no solo hablamos de precios de alquiler imposibles. La turistificación ha impuesto un modelo económico que precariza el empleo y desangra los recursos naturales. La construcción descontrolada de infraestructuras para atraer aún más turistas, como carreteras y hoteles, ha destruido el paisaje natural que hacía de Canarias un paraíso. Las consecuencias son claras: más sequía, más contaminación y un entorno cada vez más deteriorado. El ecosistema de las islas se está agotando a un ritmo alarmante, y las autoridades parecen no hacer nada más que seguir alentando este modelo suicida.
LA FALTA DE RESPUESTA POLÍTICA Y LA LUCHA DESDE LAS CALLES
Ante la indiferencia de los gobiernos, las y los canarios han decidido tomar las calles. El pasado 20 de octubre, miles de manifestantes recorrieron las zonas más turísticas de las islas exigiendo cambios inmediatos. Ya no piden medidas tibias o pactos vacíos. Exigen una moratoria turística, porque saben que no hay más tiempo que perder.
Las promesas de “mesas de diálogo” y “consultas de expertos” que el gobierno ha lanzado como respuesta a la primera gran protesta de abril no han sido más que maniobras de distracción. Las y los residentes lo tienen claro: el problema del turismo masivo no se resuelve con más promesas, sino con acciones contundentes que protejan sus derechos y su tierra.
En las manifestaciones, las y los canarios han exigido que se les escuche de verdad. No quieren ser simples observadores en un proceso que afecta directamente a sus vidas. El modelo económico actual no puede seguir dependiendo exclusivamente del turismo, una industria que, lejos de beneficiar al conjunto de la sociedad, solo enriquece a unos pocos.
La lucha contra la turistificación no es un capricho, es una necesidad urgente. En el archipiélago, el 30% de la población activa está vinculada a empleos relacionados con el turismo, pero estos empleos son cada vez más precarios. Las y los trabajadores del sector viven en una permanente inestabilidad laboral, sometidos a jornadas interminables y sueldos miserables. Y, mientras tanto, las grandes empresas hoteleras obtienen beneficios millonarios.
Las protestas no se limitan al territorio canario. En ciudades como Madrid, Barcelona o incluso Berlín, se han organizado manifestaciones en solidaridad con la lucha de las islas. El clamor popular es claro: Canarias no puede soportar más este modelo económico.
El presente y el futuro de Canarias están en juego. Las y los residentes no solo luchan por su derecho a una vivienda digna o a empleos justos, sino también por el medioambiente y la sostenibilidad. Con cada nueva carretera que se construye para facilitar el acceso a los hoteles, con cada nuevo resort que abre sus puertas, la riqueza natural de las islas se pierde un poco más. El cambio climático, la sequía y la destrucción del ecosistema local son consecuencias directas de un modelo que prioriza el beneficio económico por encima de todo.
Es hora de que quienes visitan Canarias comprendan que están contribuyendo a la destrucción de las islas. Las y los manifestantes han llevado sus protestas a las zonas turísticas no solo para que los gobernantes escuchen, sino también para que los turistas se den cuenta del daño que este modelo está causando. No se trata de culpar a quienes viajan, sino de que tomen conciencia de las consecuencias de su turismo.
La lucha de las y los canarios no se detendrá hasta que el turismo masivo sea frenado. Las islas no pueden seguir siendo explotadas como una mercancía.
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