Un ensordecedor estruendo cruza de cuando en cuando los bosques nubosos de Sudamérica, en medio de una constante cacofonía de ruidos de pájaros e insectos. Es la voz del ave más ruidosa que se conoce, el pájaro campanero blanco, Procnias albus. Su sonido es insoportable para los humanos, incluso puede causarnos daño auditivo inmediato a un metro de distancia.
Las vocalizaciones del campanero blanco son exclusivas de machos que cantan serenatas a las hembras y pueden superar los 120 decibelios en la escala de nivel de presión sonora (dB SPL), lo que equivale a un avión a reacción despegando a 100 metros de distancia. La hembra del campananero escucha a cierta distancia del macho, presumiblemente para evaluar su calidad como pareja sin que se dañen sus oídos.
Me dedico al estudio de la capacidad auditiva de los animales y los sonidos que emiten para comunicarse. En todo el reino animal existe un gran número de llamadas, muchas de las cuales se utilizan para atraer parejas o defender territorios. La evolución ha favorecido a aquellos capaces de emitir sonidos de forma eficiente. Cuanto más fuerte y concentrada sea la energía de la llamada y cuanto más cerca esté del tono óptimo de audición del receptor o receptora, a más distancia podrá oírla una pareja potencial o un rival.
Muchos mamíferos grandes, como las ballenas cantoras, los rugientes leones y los retumbantes elefantes, producen sonidos fuertes y graves que viajan especialmente bien por la mayoría de los hábitats. Los animales pequeños no pueden emitir sonidos de baja frecuencia de gran alcance, sin embargo, como solución, algunas criaturas diminutas han encontrado formas ingeniosas de transmitir sus mensajes en voz alta, a pesar de su tamaño.
Llamadas ultrasónicas
El oído humano es más sensible a las notas más agudas de un piano –unos 4 kHz–. Todo lo que supera los 20 kHz se considera ultrasónico, es decir, indetectable para el oído humano. Pero esos sonidos no son indetectables para todos los oídos.
Thomas Cuypers/flickr, CC BY-NC-ND
El murciélago bulldog mayor, Noctilio leporinus, puede producir llamadas ultrasónicas de ecolocalización de entre 30 y 60 kHz al cazar presas y maniobrar durante el vuelo. Estas llamadas también pueden llegar a ser increíblemente fuertes, por encima de 140 dB SPL.
Muchos otros mamíferos pequeños, otros murciélagos, e incluso algunos primates como los diminutos tarseros, producen sonidos ultrasónicos fuertes que los humanos no pueden percibir. A veces estos sonidos pueden alcanzar tales volúmenes porque su potencia acústica se concentra en un tono puro o frecuencia única.
Los altavoces naturales
Los insectos son un gran ejemplo entre los animales más pequeños que producen sonidos fuertes. Por ejemplo, las cigarras y los ortópteros, que incluyen a los katídidos, los saltamontes y los grillos.
En Norteamérica, el robusto cabeza de cono, Neoconocephalus robustus, un tipo de katídido, supera regularmente los 105 dB SPL en su canto. Estas llamadas se producen para atraer a las parejas y, como muchas otras llamadas de este tipo, compiten contra un clamor de sonidos comparables de especies similares.
Patrick Coin/flickr, CC BY-NC-SA
Algunos insectos van más allá y amplifican sus sonidos construyendo el equivalente funcional de unos altavoces. Algunos grillo del árbol hacen agujeros en las hojas, colocan sus alas vibrantes en la abertura y utilizan la hoja circundante como deflector para evitar la pérdida de energía sonora en los bordes de sus alas.
Ian Alexander, nuevo dibujo basado en Bennet-Clark, 1970 con insecto de dominio público de Lydekker 1879, CC BY-SA
Los grillos topo, Gryllotalpa vineae, van aún más lejos: construyen una madriguera que actúa como un instrumento de viento, con una cavidad de aire vibrante que amplifica la energía sonora. Los cantos de estos grillos pueden viajar casi un kilómetro.
Invasores molestos
La mascota oficial de Puerto Rico es una rana de 2 a 5 centímetros llamada coquí, Eleutherodactylus coqui, cuyo canto es una combinación de dos tonos puros: “ko” y “kee”, de donde procede su nombre. Con 114-120 dB SPL, las llamadas de las ranas son tan fuertes que tienen que proteger su propio oído al vocalizar, aumentando la presión del aire dentro de su oído medio.
Por desgracia, en las últimas décadas el ser humano ha introducido accidentalmente el coquí en zonas fuera de su área de distribución nativa, en particular las islas hawaianas, donde no tienen depredadores naturales y se han convertido en plagas invasoras. Como los sonidos de los coquíes están a menos de una octava de la mejor audición humana –y son nocturnos–, muchos hawaianos sufren interrupciones del sueño a causa de las diminutas ranas.
Así que, aunque seamos pequeños, no es imposible hacernos oír. Sólo tenemos que concentrar toda la energía acústica en una sola frecuencia y llegar al punto óptimo de audición de nuestro público.
Bernard Lohr ha recibido financiación del National Institute on Deafness and Other Communication Disorders y del U. S. Fish and Wildlife Service.
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